"Misterio en torno al asesinato de Hariri", R. Fisk

Esta es una extraña historia acontecida en Beirut. Extraña porque es una historia de temor y sospecha por el asesinato de Rafiq Al Hariri, cometido el pasado 14 de febrero; más extraña todavía porque -aunque casi todo Beirut la conoce- gran parte de ella no se ha hecho pública en Líbano.

En esta historia intervienen un hombre llamado Ali Salah Haj y el mismo Hariri, así como la misteriosa decisión de retirar del escenario del crimen la prueba fundamental de su asesinato. Algunos afirman que todo ha sido un error, fruto de la inexperiencia o la ignorancia. Otros creen que en ello reside la clave para resolver por qué fue asesinado el ex primer ministro multimillonario en un atentando que se cobró la vida de otros 18 inocentes.

Todo empezó a finales de la década de 1990, cuando Hariri era primer ministro. Vivía en un suntuoso palacio de hormigón, en el barrio residencial beirutí de Qoreitem, e iba a todas partes con un grupo de escoltas uniformados de gris de la Fuerza de Seguridad Interna de Líbano, proporcionado por el Gobierno. De los 40 hombres habituales en su equipo, Hariri solía viajar con uno de sus oficiales de alto rango, un hombre al que apreciaba, el bigotudo Ali Haj. "Todo iba con bastante normalidad -afirma ahora uno de los colaboradores más próximos a Hariri-, hasta que el jeque Rafiq descubrió que, por lo visto, los sirios estaban informados de todo lo que decía en su coche. La gente pensó que podían haberle puesto micrófonos o que le habían pinchado el teléfono".

Pasado un tiempo, concluyó que Ali Haj era el informador de los sirios. "En un país como Líbano, donde todos escuchan a todos (Hariri tenía sus propios informadores secretos), era un hecho que debía investigarse. Así que contó a Ali Haj algo muy concreto que no gustaría a los sirios -comenta el allegado a la familia-. A continuación, durante una reunión con un responsable político sirio, fue cuestión de minutos que le plantearan precisamente esa cuestión. El mismo día, el jeque Rafiq pidió a otro agente de seguridad que viajara con él en el coche. Ali Haj quedó relegado a otro vehículo". Poco tiempo después asignaron un traslado a Ali Haj: debía ocupar el puesto de los servicios secretos libaneses en el valle de la Bekaa. Allí trataba amenudo con el general de brigada Rustum Ghazale, jefe de los servicios secretos militares sirios en Líbano.

Avancemos ahora hasta el 14 de febrero. La caravana blindada de Hariri, objetivo de una bomba de unos seiscientos kilos, quedó envuelta en llamas en el angosto paseo marítimo de Beirut, junto al hotel Saint George. La disposición de los vehículos, agujereados por la metralla, quizá con restos de explosivos, mostraba cómo habían salido los coches despedidos por la explosión, así como el orden en que viajaba el convoy. Pero, en unas horas -aunque los otros coches calcinados quedaron intactos en el arcén-, los vehículos de Hariri desaparecieron. La decisión la tomó el actual jefe de la Fuerza de Seguridad Interna libanesa, gestionada por los sirios, el general de brigada Ali Salah Haj. Ordenó que los escombros se retirasen del escenario del crimen -cuando ése era, recordemos, el lugar del magnicidio del personaje más relevante de la historia de Líbano independiente- y se trasladasen en camiones al cuartel militar libanés Charles Helou. Allí se encuentran hasta el día de hoy.

Ali Haj se contaba entre los miles de personas que expresaron sus condolencias a la familia Hariri. Una serie de testigos afirmaron que fue recibido con frialdad. Ghenna Hariri, la joven hija de Bahiya, hermana de Hariri y diputada libanesa en la ciudad sureña de Sidón, lo saludó con la pregunta: "¿Qué está haciendo usted aquí?". Cuando Ali Haj ofreció su mano a la viuda de Hariri, Nazek, prefirió llevarse la mano al pecho con recato en lugar de dársela al general de brigada.

En un país donde todo el mundo cree en la moamara -la conspiración-, es fundamental no señalar con el dedo. Nadie ha descubierto aún quién activó la bomba que mató a Hariri. Sin embargo, hay una serie de detalles sorprendentes sobre la investigación libanesa. El primero es que, un mes después de la muerte de Hariri, todavía no se ha proporcionado información sobre el asesinato. Además, la bomba estalló en una parte de Beirut -emplazamiento de un reciente congreso francófono, cerca del hotel Phoenicia- donde se alojan numerosos dignatarios extranjeros, a un kilómetro del Parlamento, que es la zona con máxima vigilancia de Líbano. El hecho de que los asesinos hayan pasado inadvertidos a ojos de la Fuerza de Seguridad Interna, el ejército libanés, la policía de tráfico y una gran cantidad de organizaciones de seguridad mientras preparaban la bomba fue un logro extraordinario. Y que alguien haya ordenado la retirada de la prueba principal del escenario del crimen fue un logro más extraordinario aún. Uno de los encargados de la investigación de seguridad libanesa ha admitido que se han "cometido muchos errores", y ha sugerido que la decisión de retirar los coches del convoy de Hariri de Ali Haj fue motivada por su conflicto de lealtades -había sido uno de los guardaespaldas de Hariri, pero ahora era oficial de alto rango de seguridad- y no por un deseo de ocultar las pruebas. El mismo agente declaró que la policía libanesa está convencida de que el asesino era un terrorista suicida, seguramente un miembro de Al Qaeda que tenía como objetivo a Hariri por su relación con la familia real saudí. Hariri tenía nacionalidad saudí. Los partidarios de Hariri están cada vez más convencidos de que la bomba estaba oculta bajo el asfalto, seguramente en una alcantarilla o en un conducto para el cableado telefónico.

Es fácil entender la conveniencia de cada teoría para sus respectivos creadores.Un asesinato de Al Qaeda exime de culpa a las autoridades de seguridad libanesas y sirias. La historia de la bomba oculta bajo el asfalto sugiere la pasmosa despreocupación de las instituciones de seguridad militar de Líbano por no advertir la planificación y colocación del artefacto. Libaneses y sirios creen en la trama de Al Qaeda -aun así, culpan a los israelíes situándolos en un deslucido segundo lugar-, pero la oposición política se inclina cada vez más por señalar a Siria, cuando menos, por incompetencia, despreocupación, incluso por negligencia criminal. Por ello, los partidarios de Hariri -y, entre ellos, miles piden que se sepa la vedad sobre su muerte- exigen ahora la dimisión de siete personajes cruciales, todos relacionados con la justicia o los servicios secretos libaneses pro sirios. Entre ellos se incluye el general Ali Haj. Los demás son: Adnan Adoum, ministro de Justicia y fiscal general; Jamil Sayed, jefe de la Seguridad General libanesa; Mustafá Hamdan, jefe de la Guardia Republicana libanesa; Raymond Azar, jefe del servicio secreto Mukhabarat; Edgar Mansour, jefe de seguridad nacional, y Ghassan Tfayleh, jefe del departamento de escuchas.

Las autoridades se han negado a aceptar esta lista, alegando que todos ellos son hombres honorables que desempeñan sus cargos con patriotismo y devoción. Huelga decir que existe una antigua argumentación árabe que bien podría ser la primera pregunta que hace cualquier agente de policía: ¿a quién le interesaba cometer el delito? Si se pregunta a los sirios, dicen que jamás cometerían un acto así, en especial porque las calumniosas acusaciones que se han lanzado contra Damasco desde entonces han causado un grave perjuicio político al joven presidente sirio, Bashar El Assad, quien ha condenado el asesinato como "crimen abyecto". Los aliados políticos de Siria en Líbano -algunos de ellos, conocidos de Bashar- han señalado, con razón, que el proyecto neoconservador estadounidense para Oriente Medio, propuesto en un principio por los señores Perle, Feith, Wurmser y otros, requería no sólo derrocar a Saddam Hussein, sino desviar la atención de Siria "utilizando elementos de la oposición libanesa para desestabilizar el control sirio de Líbano". ¿Qué mejor forma de desestabilizar Siria en Líbano que matar a Hariri? Los millones de libaneses que el pasado lunes exigieron la retirada de Siria, la dimisión del presidente libanés y la verdad sobre el asesinato de Hariri no se identificaban con esa estrategia. También exigían saber quién mató al ex presidente Rene Mouawad, al gran muftí Jaled y al líder druso Kamal Jumblatt. Vale la pena señalar que los manifestantes cristianos no exigían saber la verdad sobre el asesinato del primer ministro Rashid Karami ni del líder liberal Danny Chamoun, porque se considera que sus asesinos fueron los milicianos cristianos de los tiempos de guerra y no los sirios. El regreso inminente del autoimpuesto exilio francés del ex general mesiánico Michel Aoun -quien dirigió una desastrosa guerra de independencia contra los sirios en 1989, que segó la vida de miles de inocentes- es una señal inequívoca de que la oposición de este país puede encontrarse en una situación muy comprometida.Hay que reconocer que la mayoría no culpa personalmente al presidente sirio Bashar El Assad del asesinato de Hariri. Se sintieron insultados por su discurso en el Parlamento sirio del sábado pasado, pero son muy conscientes de que hay hombres mucho menos rudos en Siria -y más allá de sus fronteras- a quienes se les pudo haber encargado el destino de Hariri, o incluso habérselo propuesto ellos mismos. Muchos líderes de la oposición, incluido Walid Jumblatt -fue su padre, Kamal, a quien asesinaron- desean desesperadamente que Bashar no esté involucrado. Pero se da el caso de que los agentes de seguridad libaneses encargados de proteger Líbano en nombre de Siria se han ganado una espantosa reputación.

¿Por qué, por ejemplo, se descubrieron tres cadáveres más en el lugar de la matanza de Hariri en las dos semanas posteriores al atentado? Ali Haj pudo retirar de inmediato la prueba fundamental del escenario del crimen -algo que ningún cuerpo de policía del mundo habría hecho- arguyendo que debía "ponerla a buen recaudo". Pero ¿cómo es posible que sus investigadores no localizaran tres cadáveres en ese lugar? Cuando el diputado Zahle y el antiguo aliado sirio Mohsen Dalloul anunciaron esta semana que las autoridades libanesas "sabían" quién había asesinado a Hariri -que fue líder extraoficial de la oposición libanesa contra Siria hasta su muerte-, esas mismas autoridades guardaron un silencio sepulcral. Puede que estén escuchando a los millones de libaneses que exigieron saber la verdad. O tal vez hayan hecho lo propio de todos los servicios secretos: les han pinchado el teléfono.

Lo digo porque hace tres días, Ghassan Tfayleh, jefe del departamento libanés de escuchas, intervino el teléfono de mi casa de Beirut. Pues bueno, sólo hay una respuesta posible: llame cuando quiera.

Robert Fisk, lavanguardia, 18-III-05 (The Independent)