"Sexo, corrupción y moralidad en USA", M. Carlson

Margaret Carlson


Larry Summers, que lleva dos meses en el punto de mira por ofender a las mujeres, se ha convertido en el primer rector de Harvard en recibir un voto de no confianza de la facultad. Aun así, el consejo de dirección de Harvard se resistió a obligarlo a dimitir de su cargo. ¿Cómo es que Summers haya conseguido sobrevivir a una polémica tan bochornosa? Mi respuesta es sexo, o más bien, la falta de éste.

Si Summers hubiese estado involucrado con una mujer en particular, en lugar de insultarnos a todas diciendo que no tenemos capacidad para las matemáticas de alto nivel, ahora mismo estaría retocando su currículum y envidiando a Paul Wolfowitz, que ya se ha ganado el apoyo de Bush para el cargo más alto en el Banco Mundial.

El sexo es lo que más rápido hace caer a cualquiera. Estuvo detrás del fulminante y atroz despido del responsable ejecutivo de Boeing, Harry Stonecipher, que fue ejecutado sin miramientos cuando salió a la luz su romance de seis semanas con una ejecutiva que no estaba directamente a su cargo.

Boeing es un típico ejemplo de cómo un caso de corrupción -que puede perjudicar al público- puede durar mucho más tiempo que uno de adulterio, que en los viejos tiempos solía ser un asunto entre marido y mujer, y no del consejo de una empresa.

Los altos directivos del gigante aeroespacial reaccionaron con bastante lentitud en el 2002 cuando dos ejecutivos, actualmente en prisión, llenaron los bolsillos de un empleado del Pentágono a cambio de pedidos de aviones militares. Pero la compañía se puso en marcha sin dilación cuando un chivato fue al presidente de Boeing, Lewis Platt, con mensajes robados por correo electrónico de Stonecipher sobre su aventura.

Stonecipher, de 68 años, actuó sin pensarlo, pero no sobornó a responsables del Pentágono. Platt despidió al viejo Harry sin permitirle escudarse detrás de una dimisión "`para pasar más tiempo con su familia", lo que podría haber evitado a ésta cierta humillación. Tras ello, la mujer de Stonecipher despidió a su marido, con el que llevaba 50 años casada.

La ausencia de un lío de faldas ayuda a explicar la supervivencia hasta ahora del líder la mayoría republicana en el Congreso estadounidense Tom DeLay, que ha sido objeto de numerosas investigaciones. ¡Qué fácil sería derribar a DeLay si estuviera engañando a su mujer en lugar de supuestamente engañando al público!

El sexo acaba con uno mucho más rápido que los sobornos en el Congreso. Newt Gingrich, ex presidente de la Cámara de Representantes, sobrevivió a varios rapapolvos del Comité Ético de la Cámara, pero lo despacharon rápidamente cuando salió a la luz su relación extramarital con una miembro del personal.

El sexo destruye más rápidamente en parte porque los medios de comunicación llegan al fondo con rapidez. Con el sexo, no hay una cadena infinita de estado de cuentas y normas contables. Es más fácil informar de la dimisión del alto comisionado de la ONU para los Refugiados Ruud Lubbers por imputaciones de acoso sexual, que esclarecer los delitos financieros del programa Petróleo por Alimentos. Además, somos puritanos recién conversos, votando a favor de valores morales e insistiendo en que el descanso de la Super Bowl y la retransmisión de los Oscar sean totalmente asépticos y para todos los públicos.

La pena es que no hay una nueva ola de ética empresarial sino la adopción de la ética de Washington, que prefiere la castidad a la honradez, la religión a la moralidad. Los políticos alardean de puritanismo y fe. ¿Pero beneficia en algo al contribuyente que DeLay haya organizado sesiones de estudios bíblicos o que el senador republicano Rick Santorum, de Pensilvania, convoque una clase de doctrina católica? ¿Que Ken Starr cante himnos a orillas del Potomac o que John Ashcroft cubriese las vergüenzas de las estatuas del Departamento de Justicia?

De igual forma, ningún accionista o empleado saldrá mejor parado porque un consejo directivo comience a controlar actos de adulterio con más asiduidad que los de robo. Hasta ahora, según The New York Times, ni un solo ejecutivo ha rechazado su bonificación por lograr ciertos resultados, pese a falsearlos. No es que Harry, de Boeing, me vuelva loca, pero me quedaría con él antes que con DeLay, de Enron, sin pensarlo.

lavanguardia, 22-III-05