´Sospechosos habituales´, Pilar Rahola

En estos tiempos de desconcierto, una ya no sabe si lo peor ocurre cuando los parlamentarios no sudan la poltrona, o cuando lo hacen con demasía. ¿Cómo era aquello popular? "Virgencita, ¡que me quede como estoy!", porque, visto el final del ciclo parlamentario, habría sido más tranquilizador que nuestras queridas señorías hubieran avanzado las vacaciones que que se esforzaran en legislar nuestras vidas. Las últimas decisiones, por ejemplo, forman parte de esa antipática familia de leyes que intenta legislar hasta en el cuarto de baño, lugar, por cierto, que, según los expertos, es el último espacio libre que le queda al ser humano. Y si miramos al año con la lupa grande, ni las últimas son las únicas, ni son pocas las decisiones que intervienen, directamente, en los magros límites de nuestra libertad individual. Por supuesto, estoy a favor del verbo prohibir,convencida de que el ser humano empezó su camino hacia la libertad, cuando conoció los límites de la libertad del vecino. El día que un tipo subió a una montaña, tuvo su charla con lo divino, y bajó con diversas prohibiciones que garantizaban una convivencia razonable, empezó la modernidad. Las tablas de la ley, sin ninguna duda, son el pilar de la democracia. Pero hay una diferencia sustancial entre una democracia que prohíbe y castiga el delito y una democracia que convierte a cualquier ciudadano en posible delincuente. En este sentido, no son pocas las decisiones políticas que están afectando, profundamente, a la libertad individual y que, en su voluntad de control, intervienen en el interior mismo de nuestro comedor. La última tiene que ver con el histórico bofetón que los padres de todas las épocas han dado, en algún momento, a sus díscolos hijos. Por supuesto, que no se alarmen los pedagogos. No creo que un sopapo, o un golpe en el culo, sea un método eficaz de educación. Pero también estoy convencida de que los millones de padres que algún día lo han dado son unos padres excelentes, cuya situación anómalahan resuelto de forma expeditiva.Ayer mismo lo comentaba Mari Pau Huguet, con su gracia natural: "La de veces que he dado vueltas a la mesa, huyendo de la zapatilla de mi madre". Madre a la que, por supuesto, adora. Todos estos miles de padres que, en la larga y compleja vida como tales, han hecho algún uso de la disuasión física, ¿se han convertido en delincuentes? Diré más, ¿realmente los parlamentarios consideran que, a partir de ahora, un bofetón paterno es un signo de violencia contra la infancia? O todos se han vuelto bastante locos, o tenemos a una masa delictiva que afecta a la población entera. Una diputada de ERC llegó a decir que estaban haciendo algo tan histórico como cuando se empezó a legislar contra los malos tratos a las mujeres. Y así se quedó tan ancha, convirtiendo a cualquier padre o madre en presunto maltratador. Y todo este carrerón de despropósitos lo perpetran los mismos políticos que han sido incapaces de crear una ley integral del Menor que protegería a la infancia del maltrato real. La misma semana que sus señorías se alarmaban por el bofetón, una niña de cinco años entraba en la Vall d´Hebron con desgarramiento anal y vaginal, después de haber sido detectada, en agosto pasado, con los mismos síntomas de violencia sexual. Dicen en la dirección general que activaron el protocolo de protección. ¿Cuál? ¿El que no impidió que volviera a ser agredida? Es más fácil convertir a un padre en un presunto delincuente que perseguir a la delincuencia real.

Pero no es la única decisión de esta naturaleza, y esto es lo alarmante, la cultura intervencionista que está impregnando el ámbito legal. Ya no sólo son sospechosos los fumadores, de dilapidar la sanidad pública. Ahora es sospechoso un estudiante que se compra un lápiz de memoria, de ser un pirata informático. Un hombre, por serlo, es sospechoso de todo respecto a la mujer. Cualquiera que compra un mp3 es sospechoso de arruinar a los cantantes, y si uno tiene coche es sospechoso de ser un potencial criminal de la carretera. Sólo faltaba considerar que uno, si es padre, también es sospechoso de practicar la violencia infantil. "Niño,/ deja ya de joder con la pelota./ Que eso no se dice,/ que eso no se hace,/ que eso no se toca". ¿Será esta canción de Serrat sospechosa de apología del maltrato psicológico al menor? En fin. Quizá los que tendrían que "dejar de joder", con las leyes, son algunos parlamentarios.

23-XII-07, Pilar Rahola, lavanguardia