"La ´turca´ que vivía como una alemana", M. Bassets

La Oberlandstrasse, en el sur de Berlín, es una calle desangelada, limítrofe con el viejo aeropuerto de Tempelhof, en un barrio en el que se mezclan autopistas urbanas, polkígonos industriales y casas de pisos en las que viven berlineses de toda la vida e inmigrantes, sobre todo turcos.

En una parada de autobús de esta calle murió asesinada, el pasado 7 de febrero, Hatun Sürücü, una turcoalemana de 23 años que, después de separarse de su marido, con el que se había casado a la fuerza siete años antes, intentaba recomponer su vida y romper con las tradiciones familiares. La víctima recibió tres disparos en la cabeza.

Tres hermanos de Hatun Sürücü están detenidos como principales sospechosos de haber cometido el asesinato para lavar el honor de la familia.

La muerte de esta joven de origen turco, madre de un hijo, ha vuelto a poner en evidencia la existencia, en las grandes ciudades alemanas, de un submundo en el que se cometen crímenes de honor y en el que los matrimonios forzosos son habituales.

Como ocurrió el pasado noviembre, cuando un islamista radical asesinó en la vecina Holanda al cineasta Theo Van Gogh, Alemania, donde viven más de dos millones de turcos, se pregunta de nuevo por la validez de sus políticas de integración y sobre el futuro de la convivencia entre distintas culturas.

Los casos de integración modélica de inmigrantes turcos y de sus hijos existen. “Los crímenes de honor son una excepción”, escribe recientemente el etnólogo Werner Schiffauer en el diario Süddeutsche Zeitung. Los tribunales todavía han de demostrar que el asesinato de Hatun Sürücü fue un crimen de honor.

Pero ahora este fenómeno empieza a debatirse abiertamente. En los últimos cuatro meses, cinco musulmanas han muerto a manos de hombres de su círculo familiar, según la prensa alemana. La organización Papatya, que ayuda a jóvenes turcas en dififcultades, ha registrado, entre 1996 y 2004, 45 crímenes de honor en Alemania.

Casi una de cada cinco turcas que vive en Alemania se ha casado por obligación, explicaba hace unos días, en un seminario sobre este asunto organizado en Berlín por la Fundación Friedrich Ebert, Corinna Ter-Nedden, miembro de Papatya.

“La comunidad islámica turca calla, habla de tradiciones culturales, cubre a las mujeres con pañuelos y las aparta de la sociedad alemana”, escribe la turcoalemana Necla Kelek en La novia extraña, un libro sobre la vida de las mujeres turcas en Alemania que es un éxito de ventas.

“No es que ahora las mujeres se atrevan más a denunciarlo, sino que los crímenes son más espectaculares y se habla más de ellos”, dice la abogada Regina Kalthegener.

Esta abogada representa actualmente a una mujer de 21 años que vive separada de su familia, vigilada de forma permanente por la policía. Su vida corre peligro. En mayo del año pasado, su novio fue asesinado por tres familiares. El motivo sospechado: ella debía casarse con un primo y su novio, con la hermana de ella.

Una de las diferencias entre la violencia doméstica habitual y los crímenes de honor es, según expertos presentes en el mencionado seminario, la comprensión que éstos encuentran en la familia y en el clan.

Tras el asesinato de Hatun Sürücü, el director de un instituto cercano al lugar de los hechos denunció, en una carta pública, que algunos alumnos habían justificado en clase el asesinato. La víctima, que había estudiado electrónica, no llevaba pañuelo y se maquillaba. “Tuvo su merecido” o “vivía como una alemana”, fueron algunos de los argumentos que se escucharon en el instituto, según la carta de su director.

A la abogada Seyran Ates estas palabras no le sorprenden. “No es nada nuevo. En ciertos círculos, ante la violencia doméstica contra las mujeres turcas, siempre se han utilizado expresiones así”, dice.

Ates sabe de qué habla. Nacida en Estambul en 1963, creció en una familia tradicional de inmigrantes turcos en el barrio de Wedding, en Berlín. A los 17 años, se emancipó. En 1984 sobrevivió a un atentado atribuido a turcos de extrema derecha.

Ahora representa en los tribunales alemanes a mujeres víctimas de matrimonios forzosos. Y se ha convertido en una de las voces más críticas en Alemanis contra el multiculturalismo, entendido éste como un respeto sin crítica a la diversidad cultural, que durante años ha sido una de las señas de identidad de la izquierda alemana.

“La ideología multicultural –afirma Seyran Ates- es sin ninguna duda corresponsable, como mínimo en un 50%, en la situación actual. El sueño multicultural implicaba que vivíamos los unos junto a los otros, y esto implicaba no preguntarse si ciertas características culturales vulneraban derechos fundamentales”.

“El pasado alemán también ha fomentado el multiculturalismo”, advierte la abogada. La mala conciencia por el nazismo ha hecho temer a muchos que, si criticaban los comportamientos de los extranjeros musulmanes que viven aquí, pudiesen ser tachados de xenófobos.

Ates cree que, en Alemania, “no ha habido ninguna política de integración”. Los inmigrantes que llegaban entre los años sesenta y ochenta eran Gastarbeiter, literalmente trabajadores invitados. En aquellos tiempos de bonanza, estos trabajadores, procedentes en gran parte de zonas rurales, debían contribuir al crecimiento económico, para regresar un día u otro a su país. Por esa nadie se preocupó por incitarles a aprender alemán.

En realidad, quedan ya pocos políticos que defiende el multiculturalismo como hasta hace poco hacían Los Verdes. Exigencias como aprender el alemán ya constan en la nueva ley de inmigración. Pocos reivindican lo que Seyran Ates llama “el sueño multikulti”, si no es como un reclamo para barrios llenos de colorido internacional como Kreutzberg, muy creca de donde murió Hatun Sürücü.

Marc Bassets, lavanguardia, 14-III-05