(Benazir Bhutto) ´Un gigante entre pigmeos políticos´, Ahmed Rashid

Como si las cosas no pudieran empeorar en un país que se ha visto desgarrado en los últimos meses por las disputas políticas y el extremismo talibán, Pakistán quedó sumido ayer en un caos inimaginable, un dolor aplastante y una conmoción abrumadora tras el asesinato de Benazir Bhutto.

Casi con seguridad, su muerte acarreará la cancelación de las elecciones del 8 de enero y la posible imposición de medidas extraordinarias por parte de los militares: un estado de emergencia o incluso la ley marcial. Además, con la salida anoche a las calles de todas las grandes ciudades de miles de personas para llorar, arrancarse el cabello y manifestarse contra el Gobierno, el futuro político del presidente Pervez Musharraf parece en peligro.

Bhutto murió a sólo tres kilómetros de donde un dictador militar anterior ahorcó hace treinta años a su padre, el primer ministro Zulfiqar Ali Bhutto. Desde entonces ha habido una amarga enemistad entre los militares y el Partido Popular de Pakistán (PPP) dirigido por la familia Bhutto; y ayer los incondicionales del partido acusaron a los militares de perpetrar el último asesinato de un Bhutto, si bien se trata de una eventualidad muy improbable.

La utilización clásica de un francotirador para matar a la política, combinada con la acción de uno o dos atacantes suicidas para crear una mayor confusión, ha tenido todas las características de ser obra de un grupo suicida pakistaní entrenado por Al Qaeda. La tragedia de esta familia (dos hermanos de Benazir también murieron de modo violento: uno envenenado y otro a tiros) ejemplifica el devenir de la sangrienta escena política pakistaní desde su nacimiento en 1947. Liaquat Ali Jan, primer ministro tras la independencia, también fue asesinado en un mitin, como Bhutto.

Existe hoy un inmenso vacío político en el corazón de este Estado dotado de armas nucleares y con 160 millones de habitantes que parece deslizarse hacia un abismo de violencia y extremismo político. Es casi imposible responder a la pregunta crucial acerca de qué va a suceder ahora.

Ante todo, la muerte de Bhutto deja un enorme vacío en el corazón del PPP, que siempre ha sido dirigido por un Bhutto. Benazir tiene una hermana, Sanam Bhutto, que vive en Londres y siempre ha evitado involucrarse en asuntos políticos, y un marido, Asif Ali Zardari, políticamente polémico y ahora único progenitor de tres adolescentes destrozados, por lo que resulta dudoso que esté dispuesto a hacerse con las riendas del partido.

Esta muerte también deja el mayor de los vacíos en el corazón del delicado sistema político. Elegida dos veces primera ministra en la década de 1990 y destituida otras dos acusada de corrupción e incompetencia por los militares, Bhutto seguía siendo un gigante en una tierra de pigmeos políticos y acólitos de los militares. En las últimas semanas se había enfrentado de modo frontal a los extremistas talibanes, algo que Musharraf no se ha atrevido a hacer en sus ocho años en el poder.

Había exigido que se pusiera fin a la interferencia de los militares en el proceso político, pero al mismo tiempo había mostrado su disposición a colaborar con el ejército si este respaldaba la democracia. Ella y su partido dirigían la inquebrantable lealtad de al menos un tercio del electorado opuesto de modo vehemente al dominio de los militares y el extremismo islámico. Bhutto y su partido eran lo que más ha acercado a la República Islámica de Pakistán a la adopción de una cultura política democrática y laica.

En un país donde los únicos avances políticos recientes han sido impulsados por los talibanes pakistaníes, que se han convertido en los dueños de grandes porciones del territorio, semejante papel era tremendamente valiente y necesario. La campaña de Bhutto para las elecciones estaba logrando congregar grandes multitudes y suscitar feroces críticas de sus principales rivales, los políticos que defendían a Musharraf y los militares. Bhutto había expresado grandes temores a que los militares pudieran amañar las elecciones y arrebatarle un hipotético triunfo, acusaciones que parecían del todo justificadas dado el constante amordazamiento por parte del régimen del poder judicial, los medios de comunicación y el proceso electoral.

Las propias elecciones eran resultado de una enorme presión estadounidense y británica sobre Musharraf. Occidente le obligó a permitir que Bhutto volviera del exilio y tomara parte en ellas. A Occidente le habría gustado verla elegida primera ministra y forjar una alianza con Musharraf para hacer retroceder a los enquistados talibanes pakistaníes.

Sin embargo, Musharraf ya había dejado claro que no deseaba colaborar con Bhutto y favoreció a los aliados políticos con los que ya estaba vinculado. Son estas dudas acerca de las intenciones políticas de Musharraf hacia Bhutto las que más van a perjudicarlo en los próximos días. Puede que Musharraf no sobreviva a las consecuencias de la muerte de Bhutto, porque sus intenciones políticas no eran leales y resultaban inaceptables para un creciente número de pakistaníes.

En el actual estado de dolor y conmoción, no es nada probable que ningún dirigente opositor acepte que Musharraf continúe en el cargo. En caso de empeorar los disturbios y el caos político, si la oposición se niega a cooperar con Musharraf y la comunidad internacional empieza a distanciarse de él, entonces quizá el ejército se vea forzado a decirle al general que haga las maletas.

Sin embargo, la salida de Musharraf por sí sola no resolverá nada. Existe una tenue esperanza de que, tras su partida, el ejército no tome el poder, sino que aliente la formación de un gobierno nacional constituido por todas las figuras políticas destacadas. Juntos podrán tratar de alejar el espectro del extremismo que persigue a esta tierra sumida en la ignorancia y llevar a cabo unas elecciones pacíficas que vuelvan a encarrilar el país.

28-XII-07, Ahmed Rashid, lavanguardia