´La francofonía y el jugador de rol´, X. Rubert de Ventós

La francofonía y el jugador de rol
Xavier Rubert de Ventós

Una cosa es la necesidad orteguiana de saber a qué atenerse y otra, muy distinta, la afición desmedida a los juegos de rol. En Madrid, uno de estos juegos ha consistido en atribuir al (anterior) presidente de la Generalitat el papel de aplicado chamarilero con el que intercambiar votos en el Parlamento de Madrid por pescados en el cesto de Barcelona, de alguien que pide más competencias mientras sueña en vagas independencias, de un nacionalista confeso con el que el tácito nacionalismo español siempre podría acabar entendiéndose.

Pero de repente -¡zas!- nos topamos con un president leal, lineal, cooperante, defensor del vínculo con España... Bueno, no exactamente eso: defensor más bien de un cierto vínculo con España que, como el soñado por su abuelo, no excluye la complicidad y la cooperación con otras áreas geográficas y sus diversos entornos...

El cambio coge a contrapié y desconcierta a nuestro jugador de rol. Pero pronto reacciona y anuncia en sus periódicos y radios que se trata de una nueva estrategia del contrincante; una estrategia más peligrosa, menos previsible que la anterior, y que parece inaugurar un azaroso proyecto de poligamia política inspirado por así decir en la geometría booleana y la topología leviniana.

Dicho en cristiano: que con el truco de decirle que sí a España, se empieza a decirle sí a todos. A coquetear con Aragón, a juntar con los franceses las camas tan castamente separadas por los Pirineos, a recomponer con Valencia aquello de los Països Catalans, si más no como pareja de hecho.Y eso sin hablar de los intentos de colonizar con su CAT desde las matrículas de los coches hasta las selecciones deportivas y los dominios de internet. O de arramblar con los organismos del Estado (empezando por la CTM), con los papeles de Salamanca y con los dineros solidarios de España, para correr a ingresar, botín en mano, en el club de la francofonía... Y no hay que olvidar, en fin, que precedentes erráticos e incluso imperialistas no faltan tampoco en Catalunya. ¿Acaso el joven Eugenio d´Ors no había propuesto ya su ingreso en la Confederación helvética como primer paso para conseguir la independencia?

Está claro que el Gobierno de Zapatero no ha caído en esta paranoica manía persecutoria -que mejor sería llamar manía escapatoria-. Es más: su entente con el tripartito de Maragall no ha hecho sino aumentar los sofocos de aquellos jugadores de rol españoles, escandalizados ante el cúmulo de pretensiones y despropósitos del president.

Pero centrémonos en sólo uno, quizá el más pintoresco,de estos despropósitos: en la candidatura catalana a la francofonía. Prescindamos pues de la eurorregión de un potencial de 17 millones de habitantes, o del cúmulo de afinidades e intereses que nos unen con Francia: desde nuestro pasado carolingio hasta las más de 800 empresas galas instaladas en nuestro territorio o los 7 millones de franceses que cada año nos visitan. Ahora bien: si resulta que Ginebra, Luisiana, New Brunswich o el Canadá tienen interés en participar de algún modo en la organización de la francofonía, ¿cómo no lo va a estar Cataluña, que comparte con Francia más de trescientos kilómetros de frontera y donde el catalán penetra hasta la Provenza, mientras el francés no ha dejado de fertilizarnos por tantos años?, ¿cómo no va a aprovechar esta cercanía e incluso solapamiento con una de las culturas de mayor proyección mundial?

Cierto que hasta hace unos años hablar francés era una moda; pero es que hoy parece una moda el no hablarlo. Y mucho más ridículo resulta lo segundo que lo primero. Hay buenas razones, además, para que este nuevo impulso al francés pueda hacerse hoy, tanto en España como en Catalunya, de un modo más franco y cordial, más libre y desacomplejado.

En España, porque la extensión y penetración de su Hispanidad le permitiría ser generosa, si no condescendiente, con una francofonía cuya proyección resulta hoy mucho más limitada y problemática.Ytambién porque la lengua y cultura francesas le ofrecen a España un grosor y una enjundia europeas desde las que asumir la cultura anglosajona sin el ridículo síndrome de las Azores.

A estas buenas razones, se suman en Catalunya aún otras. Por una vez, la apertura a la francofonía puede resultar para nosotros una operación de intercambio y de colaboración, y no de mera recepción. Hoy tenemos entidad suficiente para entrar en un proceso de dones y de gestos recíprocos: fomento del francés en nuestras escuelas y del catalán en las suyas, recepción del canal Arte en Barcelona y de TV3 en Montpellier, reconocimiento de la lengua catalana en la Unión Europea y de la francesa en nuestros currículos, etc.

Es pues desde la fuerza relativa adquirida por España y por Catalunya que el presidente Maragall puede permitirse entrar en una institución cultural francesa en términos de reciprocidad; con algo que ofrecer y no sólo con algo que pedir. A ver si los jugadores de rol a la española dejan de enrollarse y se enteran de una vez.Ya ver si los que aquí hablan de esa pifia o esa tontería siguen el consejo de Rafael Jorba y tratan de recordar el proverbio chino del dedo y la luna.

lavanguardia, 7-V-05