editorial: ´Gallardón y la perrodelhortelanocracia´

Hoy, viéndole en portada, veníame el recuerdo de Gallardón en un debate televisivo sobre la prohibición de (ciertas) drogas. Su actitud (talante antes del talante) y argumentación daban un –insólito- tono de auténtico y fundamentado diálogo que, simplemente, infundía el respeto por el adversario (¿?) político. Rara avis no sólo –lamentablemente- en la trinchera prohibicionista sino en cualquiera de las que se petrifican en el -la falta de, más bien- debate político en este país. Que la mujer del César/el alcalde de Madrid, además de parecerlo, sea así, nos debería importar -relativamente- poco en el ejercicio del/de su Servicio Público.

No son loas al derrotado, al estilo de los repugnantes ditirambos a los (recién) muertos, sino ánimos a aquellos que dicen propugnar una derecha civilizada y convivencial (o, al menos, conllevancial) y a él en su ‘período de reflexión personal’. Esperemos que lo medite con calma, no tanto por él o ‘los suyos’, sino por todos nosotros, por la cultura política, y civil, de una sociedad que, democráticamente o no, sigue siendo caudillista (Felipe, Pujol, Arzalluz, Aznar… aunque fuera, si lo fue/es, a pesar suyo).

Una cultura política basada en los derechos, el Derecho, las libertades y la democracia se consigue con una profundidad histórica en su ejercicio de la que, a diferencia -por ejemplo- de los británicos, los ibéricos apenas empezamos a acumular. Pero la raíz de su consolidación y (necesaria y permanente) mejora está en la constante brega cotidiana en su defensa por parte de sus beneficiarios, no el Estado o la nación (o el Estado-nación, o la nación estatalizada, o…) o la raza o la cultura o la lengua…, sino los individuos que (en lo que podemos) libremente conformamos nuestra, crecientemente deslimitizada, sociedad.

Y no será desde postulados excluyentes e impositivos de excusa -más que base- religiosa de aquellos que, cabalgando el momento born again christian, rearmaron -y siguen en ello- una base social hispana añeja y amplia, con lo que avanzaremos en el camino de una sociedad libre en/por el respeto a los derechos, a las personas. O desde postulados separadores, también sólida(y a menudo, inconsciente)mente asentados en esa España (en) singular, y compartidos por muchos más que separatistas nunca haya habido.

Sí, hablo (escribo) del PP. De este PP. No del de Pimentel, Matas, Piqué… (¿Gallardón?), sino del que alberga y da voz a la España, (¿aún?) profunda y potente, nacionalcatólica. Nacional y católica. Y no es que ello se dé sólo en el PP ni, ni mucho menos, que todo el PP sea eso. La España católica y nacional(ista) es transversal, con buena base en el PSOE (con, por ejemplo, líderes de sólida formación familiar aspirantes a presidencias parlamentarias), en IU o en –o, probablemente, especialmente- en nuevas (sic) formaciones políticas. Y no sólo transversal, sino plural, pues que menos que otorgar el mismo título de católicos y nacionales (o nacionales y católicos, tanto monta…) a los regímenes del PNV y CiU (hay muchas españas, pero todas son la misma).

Lo malo de la partitocracia es que es incompatible con la meritocracia. Lo malo de la partitocracia es que acabe con Gallardón -o con Roca, o con Meyer, o con Maragall, o con Knörr…-. ¿Queremos que gobiernen los mejores o los perros del hortelano? De cada uno de nosotros depende.

16-I-08, editorial radical.es