"Ojo al conflicto de Cachemira", B. Masferrer

Bernat Masferrer, profesor de Geopolítica India en la Universitat de Barcelona.

El 9 de septiembre del 2001 el comandante Massud, líder de la resistencia antitalibán en Afganistán, volaba por los aires cuando dos falsos periodistas accionaban la bomba que llevaban camuflada en una cámara de vídeo; dos días después ardía Nueva York. La semana pasada el terrorismo islamista hizo una nueva incursión mediática en suelo occidental; dos días antes de los atentados de Londres, en una acción en el norte de India, cinco terroristas se habían quedado a 100 metros de reventar el templo provisional dedicado al dios Ram en la ciudad de Ayodhya -icono del nacionalismo hindú militante- y hacer estallar India. La intención de los kamikazes era descarrilar el proceso de paz entre India y Pakistán.

Aunque pueda sonar descabellado establecer un vínculo directo entre lo acontecido en Ayodhya y Londres, existe una realidad de nuevo evidenciada: Pakistán continúa siendo el mayor centro logístico del terrorismo islamista. Y el objetivo prioritario de los terroristas en estos momentos es torpedear los esfuerzos de dos gobiernos que quieren y necesitan entenderse, mandando a los extremos ideológicos las poblaciones de ambos lados de la frontera indo-pakistaní. Ojo que van a por Cachemira. Y no hay en el mundo una situación tan delicada y con un potencial de destrucción tan obvio como los que se dan en el Karakorum.

En el 2003 las autoridades indias establecen como condición sine qua non para acercar posiciones con el régimen de Musharraf que éste haga todo lo posible para terminar con el terrorismo de origen pakistaní que castiga India desde mediados de los ochenta. La presencia norteamericana en Pakistán a partir del 2001 es percibida en India, después de mucha ref lexión y un amago de guerra entre ambos países en el año 2002, como una oportunidad de que la situación en Cachemira, aunque lejos de una solución definitiva (India no cederá nunca el control militar de la Cachemira que ocupa actualmente, sobre todo porque sus montañas son críticas para la defensa del norte de India), pueda estabilizarse. Se acuerda una paz táctica indefinida que permite mejorar las relaciones a nivel gubernamental entre ambos países.

Así, India puede seguir forjando su nueva centralidad en la escena política internacional, mientras que Musharraf tiene la difícil papeleta de consolidarse en su cargo con resultados económicos. Para ello, el líder pakistaní tiene que lidiar con un frágil equilibrio entre el ejército, las propias diferencias regionales dentro del país, las precarias condiciones económicas -caldo de cultivo para los islamistas- y agrupaciones políticas minoritarias de índole integrista con las que tiene que negociar una mínima calma política.

Sin embargo, transcurridos cuatro años desde que Collin Powell le conminara a elegir entre Bin Laden o Bush, Musharraf sigue sin poder controlar totalmente los servicios secretos pakistaníes (ISI en sus siglas inglesas). Las facciones más fundamentalistas de los ISI son el principal obstáculo a la estabilidad en el subcontinente indio y, gracias a la estrecha cooperación con la CIA en los ochenta, la larga mano detrás de muchos terroristas; entre ellos, seguramente, los de Londres. Constituyen un poderoso estado dentro de un Estado y, aunque Musharraf los purgara en el 2001 a instancias de Powell, es muy complicado determinar entre sus efectivos el grado de fidelidad hacia el líder pakistaní. En cualquier caso, la implicación de algunos elementos de los ISI con movimientos yihadistas sigue siendo monitorizada desde India.

Esta semana, el Gobierno indio ha advertido a Musharraf que posee evidencias fotográficas de que vuelven a funcionar campos de entrenamiento para terroristas en Pakistán. Aunque el Ejecutivo de Manmohan Singh se esfuerce en hacer la vista gorda, sabe que una masacre de hindúes en Cachemira o una bomba, por ejemplo, en la ciudad sagrada de Benarés le obligaría a tomar decisiones inquietantes. Precisamente lo que quieren los terroristas.
 

lavanguardia, 16-VII-05