´La importancia de la política´, Josep Piqué

Antes de que los eventuales lectores de este artículo se precipiten a abandonar su lectura, quisiera advertirles que no voy a hablarles de la coyuntura o a reivindicar la labor cotidiana de los políticos. Podría hacerlo, evidentemente. Pero el objetivo de estas líneas es otro.

Quisiera hablarles de la estrecha relación entre la solidez política de un país y de sus instituciones, y de su capacidad para adaptarse flexiblemente a los cambios y a los nuevos retos derivados de la globalización y, por otra parte, de su competitividad y, de nuevo, de su capacidad para seguir contando en el futuro.

Me parece indiscutible que la relevancia estratégica de cualquier país pasa por su peso económico, la presencia de sus empresas en los mercados exteriores, tanto desde el punto de vista comercial como de sus inversiones, o su incidencia en los diferentes organismos económicos multilaterales formales (OCDE, FMI, OMC o Banco Mundial) o informales, como el G-8.

Y es evidente que todo ello depende de múltiples factores.

Por ejemplo, el factor demográfico. No es lo mismo tener 1.300 millones de habitantes como China, o 1.100 como India, que 300 como Estados Unidos. Y, hoy por hoy, no vale argumentar que la Unión Europea tiene 450, porque, estratégica y económicamente, no somos un estado y estamos muy lejos todavía de serlo (en este ámbito, conviene recordar que el país más poblado de la Unión Europea es Alemania y estamos hablando de 83 millones de habitantes). Y hoy, que hablamos tanto de la resurrección de Rusia, conviene no olvidar que son sólo 143 millones de personas, menos que Indonesia (220 millones) o Brasil (185 millones). Dicho sea de paso: nuestra España con 45 millones o nuestra Catalunya con 7,5 deben situarse en este contexto a la hora de reflexionar sobre nuestro papel en el mundo del siglo XXI. Y, a poder ser, no hacer el ridículo.

Pero más allá del peso demográfico, cada vez más importante, o el militar, lo que realmente influye es el peso económico.

Y ahí las cifras nos orientan claramente. Si miramos los números absolutos, Estados Unidos sigue siendo, de largo, la primera economía mundial, casi triplicando a Japón, que es la segunda, seguido de Alemania. Luego, China y Reino Unido, prácticamente empatados, y después Francia, a corta distancia. Luego viene Italia, y, de nuevo empatados, Canadá y España. Pero el Fondo Monetario Internacional ha introducido un nuevo indicador para medir la importancia económica de cada país, en función de la paridad del poder de compra (PPC), proveído por el Banco Mundial como base para determinar el tamaño relativo de las economías.

De acuerdo con eso, Estados Unidos sigue siendo, de largo, la principal economía del mundo. Pero China pasa a ser la segunda, bastante por encima de Japón, Alemania es la cuarta e India la quinta, por encima del Reino Unido, Francia o Italia. Luego vienen Rusia y Brasil, y en un segundo bloque, y por este orden, España, México y Canadá. No insistiré más en los rankings y me centraré en algunas reflexiones.

Los países, históricamente, ascienden y descienden. Los imperios, en sus diferentes acepciones, aparecen y desaparecen. Y, hoy, no hay duda de que Estados Unidos seguirá siendo una gran potencia en este siglo. Económica, militar, y políticamente. Y, es obvio, culturalmente, definiendo estándares de vida y de costumbres.

Pero el mundo está cambiando muy profundamente. Y Estados Unidos deberá compartir, cada vez más, su poder con países como China o India o Rusia. O Brasil o México. Y con una Unión Europea, sólo si fuera capaz de presentarse en el escenario internacional como tal. Y estos profundos cambios ligan con el encabezamiento de este artículo, relativo a la importancia de la política.

Y me centraré en tres ejemplos.

El primero es Rusia. Es evidente que una clara política orientada a recuperar un papel estratégico, de la mano de la energía, ha vuelto a poner a Rusia en el mundo.

El segundo ejemplo es Japón. La debilidad política - y económica- de ese país ha provocado la disminución de su relevancia en el mundo hasta el punto de que - sorprendentemente- hoy casi nadie habla de Japón como país que tener en cuenta. Y sigue siendo la segunda o la tercera economía mundial.

El último ejemplo es Italia. Se habló, en su momento, del milagro italiano, del llamado sorpasso. España, hoy, supera a Italia en producto por habitante. E Italia es ejemplo de decreciente relevancia estratégica.

Voy a la tesis de este artículo: la política - la alta política- es muy importante.

¿Por qué? Porque es crucial definir claramente estrategias. Y así lo está haciendo Rusia.

Y así no lo están haciendo, desde hace muchos años, Japón o Italia.

Y no vale argumentar, como se hizo durante mucho tiempo aquí, que la sociedad civil y el mundo económico van por un lado y que la política no importa tanto. El ejemplo era Italia.

Ahora es evidente que la política, entendida como definición clara de prioridades estratégicas y de consolidación constante de las instituciones en su respetabilidad, imagen y prestigio, es fundamental. Y eso ha fallado en Italia. Y está fallando, en mi opinión, en Catalunya y en España, definiendo mal las prioridades.

Y cuando sociedad, economía y política no convergen, el resultado es la decadencia. Y puede llegar a ser irreversible. Por ello, estas reflexiones pretenden ser provocadoras. Ojalá así sean.

 

Josep Piqué, economista y ex ministro
19-I-08, lavanguardia