´Irán y la bomba nuclear: ¿complicidad estadounidense?´, Fawaz. A Gerges

...Días después, Bush fue más tajante: "Irán era una amenaza, Irán es una amenaza, Irán continuará siendo una amenaza si se le permite aprender cómo enriquecer uranio". Aunque reconoció que el informe había complicado sus esfuerzos: "Uno de nuestros problemas al respecto es que el informe que la inteligencia envió sobre Irán era ambivalente".

En el debate sobre Irán en Estados Unidos y Europa se echa en falta la mención del complejo de inseguridad de los líderes iraníes y sus relaciones tormentosas con las potencias occidentales. Un nuevo libro fascinante, Un asunto venenoso: EE. UU., Iraq y el gaseamiento de Halabia (Cambridge University Press, 2007), de Joost R. Hiltermann, ex investigador de Human Rights Watch y miembro actual del International Crisis Group, se remonta desde los actuales apuros de Estados Unidos con Irán hasta su connivencia con Sadam Husein durante la guerra de ocho años entre Irán e Iraq en los años ochenta y el silencio de Estados Unidos sobre el reiterado empleo de armas químicas por parte de este último país contra los kurdos e Irán.

Un asunto venenoso de Hiltermann es un escalofriante relato del gaseamiento de Halabia, una aldea de la región kurda de Iraq, en marzo de 1988 y la operación subsiguiente, conocida como Anfal (botín de guerra), en cuyo curso unos 80.000 civiles kurdos hubieron de abandonar sus hogares por el gas y fueron trasladados a centros de distribución de tráfico, según edad y sexo, y trasladados para su ejecución a lugares del desierto occidental de Iraq.

A principios de los noventa, Hiltermann y sus colegas de Human Rights Watch ensamblaron los fragmentos de los hechos de Anfal a partir de documentos iraquíes capturados, informes desclasificados de EE. UU. y testimonios de los supervivientes. Esta organización, por más que lo intentó, no pudo movilizar a la comunidad internacional para presentar una acusación de genocidio contra el régimen iraquí ante el Tribunal Penal Internacional.

Un asunto venenoso explica que el ayatolá Jomeini, entonces líder supremo de Irán, tras recuperar los territorios perdidos a manos iraquíes a principios de los ochenta, se lanzó a la ofensiva contra su monstruo, Sadam Husein. Jomeini envió un enorme número de jóvenes soldados de infantería sin apenas instrucción al frente iraquí y acto seguido las autoridades iraquíes juzgaron que los gases tóxicos eran el medio más eficaz de detener las masas de atacantes. Según un informe de la CIA citado por Hiltermann, Iraq empleó las armas químicas "a escala nunca vista desde la Primera Guerra Mundial" y se convirtió de hecho en el primer país de la historia en utilizar gas nervioso en combate. Aun así, Estados Unidos se puso del lado de Sadam. Aunque oficialmente neutral, Washington comenzó a compartir información de los servicios de inteligencia sobre los planes de batalla de Irán y prestó ayuda económica a Bagdad. Occidente y también la Unión Soviética dieron armas a Iraq y la Administración Reagan se opuso a una investigación de las Naciones Unidas sobre las acusaciones iraníes relativas al uso de armas químicas por parte de Iraq.

Hiltermann explora en su libro los numerosos móviles que animaban a Estados Unidos. Los diplomáticos estadounidenses, por ejemplo, seguían irritados por el asalto y ocupación de la embajada de Estados Unidos en Teherán (1979-1981) y estaban resueltos a impedir evitar que Jomeini exportara su revolución islámica. Pero entonces, como ahora, había otros factores: la Administración Reagan contaba con el concurso de Iraq - mediante un compromiso constructivo-para intentar alcanzar un acuerdo de paz en el conflicto palestino-israelí y disuadirle de su apoyo a grupos radicales, en especial palestinos. Además - observa Hiltermann- había expectativas de negocio para las empresas estadounidenses del sector petrolero y otros.

Para subrayar el respaldo de Estados Unidos a Iraq, Donald Rumsfeld - emisario más influyente de la administración- viajó en dos ocasiones a Bagdad a principios de los años ochenta y obsequió a Sadam con unas espuelas de oro.

Por tanto, y según el relato de Hiltermann, estaba echada la suerte consistente en un mayor empleo de armas químicas por parte de Iraq contra las tropas iraníes y contra sus propios ciudadanos kurdos, a los que Sadam acusaba de connivencia con el enemigo. El ataque químico principal se produjo en la primavera de 1988: primero contra un cuartel general rebelde kurdo en el valle de Jafati, luego en Halabia y luego en el primer día de cada etapa de la campaña de seis meses de Anfal. En vez de condenar el gaseamiento, la Administración Reagan se esforzaba por sacar a Sadam del apuro.

Un asunto venenoso demuestra claramente que las autoridades estadounidenses sabían que Iraq había gaseado Halabia, pero ordenaron a sus diplomáticos que achacaran a Irán parte de la responsabilidad. Según el convincente informe de Hiltermann, Estados Unidos sacrificó principios y normas universales en el altar de los cálculos de la guerra fría y el beneficio a corto plazo, opción que preparó el terreno del letal abrazo actual a Iraq y el intento de Irán de hacerse con armas de destrucción masiva.

El uso iraquí de armas químicas fue probablemente el factor determinante de la insurgencia kurda, así como de la decisión de Teherán de pedir la paz. Y fue el acicate del intento subsiguiente de Teherán de fabricar armas de destrucción masiva y de la aspiración kurda a la autonomía y a un Estado propio.

Un asunto venenoso acusa no sólo al régimen de Sadam Husein sino también a "la política de Washington de hacer la vista gorda", que equivalió a una "complicidad culpable". Solamente entendiendo este capítulo triste y doloroso de las relaciones entre Teherán y las potencias occidentales, en especial Estados Unidos, cabe entender por qué los líderes iraníes dicen lo que dicen y hacen lo que lo hacen.

La reciente valoración de la inteligencia de Estados Unidos plantea un tema crucial: el intento de los mulás de fabricar armas de destrucción masiva parece obedecer en mayor medida a motivos de seguridad que de ideología. Ello significa que queda espacio para el compromiso político en caso de que la Administración Bush esté realmente interesada en una solución pacífica de la crisis con Teherán.

21-I-08, lavanguardia