´Liberalismo y socialdemocracia´, Lluís Foix

Estaba conversando distendidamente hace unos días con un colega y amigo sobre perfiles políticos y sociales de gentes conocidas. Daba por supuesto mi perfil y, así como de pasada, insinuaba a quién votaría en las próximas elecciones generales. Con la misma ironía que nos tratamos desde siempre, le dije que yo sabía perfectamente a quién votaría él, pero, en cambio, él no lo podía decir de mí. Cruces dialécticos amistosos sin mayor trascendencia.

Solemos encasillar al otro, situarlo donde queremos, encerrarlo en la jaula que hemos fabricado expresamente para él y no permitirle que salga a tomar el aire allí donde le apetezca. Vivimos en una sociedad libre, pero tenemos un problema con la libertad, porque no resistimos la tendencia atávica de arrojarla sobre el otro, como si el adversario no tuviera la misma libertad de la que gozamos todos.

En la biografía que Michael Ignatieff escribió sobre Isaiah Berlin se decía que "en la práctica política, Berlin no era ni conservador ni individualista al estilo laissez-faire, sino un liberal del new deal,convencido de que las personas no pueden ser libres si son pobres, desgraciadas y tienen una educación deficiente". "La libertad sólo era libertad si se disfrutaba de ella con algún grado de igualdad social", añadía. El neoconservadurismo norteamericano vigente en las instituciones de la Administración Bush se aparta del liberalismo económico y político que ha convertido en gran potencia a Estados Unidos. No ha hecho al Estado más flexible, sino más estricto, más intervencionista y más severo.

El liberalismo que encarnaban los republicanos de antaño iba al encuentro de los que inspiraron el new deal y se turnaban en el poder de forma más o menos rotatoria. Se puede llegar a la conclusión de que un buen liberal tiene que aceptar a un buen socialdemócrata, porque los dos no se unen para ir en contra de las instituciones, sino que promueven instituciones justas que hagan posible la libertad.

La libertad es libertad, no igualdad o equidad o justicia o cultura, ni felicidad humana ni una conciencia tranquila. Si la libertad mía, cito de nuevo a Berlin, de mi clase o mi país, depende de la desgracia de otra serie de seres humanos, el sistema que promueve esto es injusto e inmoral. No basta con adivinar qué va a votar el otro, sino establecer complicidades de fondo para que nadie se sienta desprotegido, aunque se encuentre en minoría.

29-I-08, Lluís Foix, lavanguardia