´Los bárbaros´, Anton M. Espadaler

El 21 de enero se inauguró en el Palazzo Grassi de Venecia una magna exposición sobre la que Óscar Caballero tituló en su escrito del mismo día Las raíces bárbaras de Occidente.Por lo visto, la muestra persigue motivar una reflexión sobre la actualidad europea, sometida a fuertes presiones migratorias, a partir del impacto que provocó en el imperio romano la llegada de los bárbaros, y dar el relieve que le corresponde a la aportación de esos pueblos venidos del norte y del este de Europa. Me llama la atención la manera cómo parece querer enfocarse el debate sobre lo que significó la irrupción de esos pueblos. "Cuando el presidente de Francia - escribe Caballero- proclama las raíces cristianas de Europa, el coleccionista de Christie´s y la Fnac y organizador del evento, François Pinault, añade: ´Y raíces bárbaras´". Y uno, espontáneamente, dice sí señor. Pero si piensa un segundo, enseguida se corrige, y dice sí, pero a medias. Por una sencilla razón: porque no tiene nada claro que cristianismo se oponga a barbarie. Y por una razón mucho más sencilla aún: porque los bárbaros cuando empiezan a preocupar de verdad a Roma ya están cristianizados. Visigodos, ostrogodos, longobardos, hunos son todos arrianos. Seguidores de una herejía, cierto, pero cristianos. Y muchos verán en la fidelidad al arrianismo una seña de identidad que mantendrán contra viento y marea hasta siglos después de la deposición de Rómulo Augústulo por Odoacro en el 476. Por de pronto eso nos indica que la oposición fuerte no se da entre barbarie y cristianismo, sino entre romanidad y barbarie.

Con una particular añadidura: el cristianismo, surgido en una lejana provincia del imperio, y con una historia detrás que se hunde en el todavía más lejano Oriente, es también un elemento bárbaro respecto a la cultura romana, vale decir absolutamente ajeno a la mentalidad grecolatina. Tanto es así que el núcleo patricio romano, el que puede representar un Símaco o un Macrobio, trata por todos los medios de vivir al margen de la influencia del cristianismo, manteniendo activa la antigua visión del mundo, con Virgilio como guía y Homero como faro. Frente a ellos se alza el combate de los cristianos, sus antagonistas, que no se andan con chiquitas. No deja de sorprender el desprecio con que un hispano como Prudencio despacha las viejas creencias y ceremonias religiosas politeístas, o la insidiosa ridiculización con que personajes como Sócrates son tratados en los libelos de un africano converso como Tertuliano. Por ahí, uno se inclinaría a pensar que los bárbaros ocuparon estructuras de poder cuyo contenido ya había sido alterado por la presencia cristiana, y que lo que cambia el mundo a partir del siglo V es la cultura y no la fe. Y que fue el grado de romanización y no el de cristianismo el que determinó la estabilidad de las aventuras invasoras.

9-II-08, Anton M. Espadaler, lavanguardia