(Kosovo:) ŽUna independencia envenenadaŽ, Pascal Boniface

Kosovo está a punto de proclamar su independencia, algo que parecía inexorable desde hacía tiempo. Lo cierto es que no es menos problemática en el plano de los principios y portadora de temor y aprensión en el plano estratégico.

Esta provincia de mayoría musulmana se hallaba todavía oficialmente bajo soberanía serbia aun siendo de hecho un protectorado internacional desde que la OTAN libró allí una guerra en 1999. En aquel entonces, una Rusia extremadamente debilitada no había podido impedir el desencadenamiento de las hostilidades contra su aliado serbio, país cristiano ortodoxo como ella misma. Los países de la OTAN habían elegido la vía militar sin la aprobación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Decían actuar con urgencia para poner fin a la limpieza étnica rampante a la que se entregaban los serbios contra la población kosovar musulmana.

Fue la primera guerra que la OTAN libró en su historia, el año de su 50. º aniversario y diez años después de la desaparición de la amenaza soviética que había justificado su creación.

Esta guerra muy desigual fue ganada con rapidez; Belgrado capituló tras 72 días de combate. Cuando la OTAN entró en guerra, se precisó cuidadosamente que no se trataba de que Kosovo accediera a la independencia y que la intervención militar de la OTAN sólo perseguía fines humanitarios. El 10 de junio de 1999, el Consejo de Seguridad sancionaba el final de la guerra mediante la votación de la resolución 1244. Kosovo quedaba bajo la administración de la ONU y las tropas de la OTAN se responsabilizaban de la seguridad de la provincia. Sin embargo, las exacciones - esta vez de los kosovares contra los serbios- han obligado a 200.000 de ellos a huir de Kosovo.

El divorcio entre las dos comunidades es demasiado hondo como para confiar en que el sueño de un Kosovo multiétnico - objetivo oficial de la intervención de la OTAN- vea la luz. De modo que la cuestión se cifraba en mantenerse en un statu quo: ni independencia, ni regreso bajo la autoridad de Belgrado, que no satisfacía a nadie.

El ex primer ministro finlandés Marti Ahtisaari, con mandato de la comunidad internacional, propuso a principios del 2007 que Kosovo accediera a la independencia bajo la supervisión de la Unión Europea. Tal es el deseo más caro de los kosovares (90% de la población). Los estadounidenses querían darles satisfacción, confiando así en ver a un pequeño Estado europeo plenamente devoto y consagrado a su causa. ¡Así podrían demostrar, por añadidura, que podían ser los protectores de los musulmanes! Franceses y alemanes eran menos entusiastas; sucede, no obstante, que tampoco se sentían proclives a prolongar indefinidamente su presencia militar en Kosovo en un clima cada vez más hostil, en tanto que griegos y españoles eran contrarios.

Los kosovares, que inicialmente habían acogido positivamente a las tropas de la OTAN porque los protegían de los serbios, podían volverse contra ellas si comprobaban que se les negaba la independencia. En cuanto a Belgrado, rechazaba el principio de la independencia y, a lo sumo, consentía en conceder una mayor autonomía.

Un callejón sin salida. O se aceptaba que las negociaciones prosiguieran indefinidamente - los serbios nunca habrían aceptado la independencia- o se optaba por zanjar la cuestión accediendo a las demandas kosovares. Y así se ha hecho por interés de Washington y con resignación por parte de París y Berlín. Sin embargo, el resultado vuelve a penalizar de modo unilateral a Serbia, que podría, con justicia, considerar que ha sido traicionada por los occidentales. Se recordará que durante la guerra, la OTAN declaró solemnemente que no se oponía a su soberanía sobre Kosovo.

Existe una contradicción indudable en la actitud de los occidentales. Aceptan la independencia de Kosovo, oficialmente en nombre de los derechos de los pueblos a disponer de sí mismos. Pero no quieren conceder a los serbobosnios el mismo derecho a la independencia en nombre del mantenimiento de la soberanía de Bosnia ni a los serbios de Kosovo en nombre de su integridad territorial.

Algunos europeos, y los países árabes, establecerán asimismo un paralelismo con Oriente Medio. Si por una parte no se opusieron a que Kosovo perteneciera a Serbia, los occidentales llegaron por otra a librar una guerra para proteger a la población kosovar.

Mientras nadie reconoce soberanía israelí sobre los territorios palestinos, la ocupación militar prosigue sin que los occidentales actúen de un modo u otro.

Serbia apenas dispone de recursos para reaccionar. No es el caso de Rusia. Desde luego no ha podido impedir la proclamación de la independencia de Kosovo. Pero podrá - junto con China- oponerse a su ingreso en las Naciones Unidas mediante el uso de su derecho de veto.

Ahí radica un nuevo motivo de confrontación con Washington. Intentará obtener compensaciones o resarcirse de un modo u otro.

Rusia, además, podrá recalcar que su actitud sobre Kosovo puede aplicarse al caso de Abjasia, donde le apoyan los separatistas que quieren abandonar Georgia, o en Transdniéster, donde aspiran a una secesión de facto de Moldavia. Por lo demás, ¿no dará fuelle la independencia de Kosovo a las especialmente numerosas tendencias secesionistas existentes en los Balcanes? ¿No intensificarán sus reivindicaciones los albaneses de Macedonia?

Por último, cabe preguntarse sobre la viabilidad de Kosovo como Estado y sobre la importancia de las mafias, actualmente ya muy poderosas.

 

Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París
16-II-08, lavanguardia