"¿Proteger la agricultura?", P. Schwartz

Liberar el comercio internacional lleva siempre a una mejora del nivel de vida del mundo en su conjunto y, si se organiza bien, puede redimir a cientos de millones de pobres de su miseria. El próximo mes se reúnen en Hong Kong los ministros de Comercio, Exteriores, Finanzas y Agricultura de los países de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Su objetivo es salvar del fracaso la ronda Doha, una propuesta de acuerdo entre los 148 miembros de la OMC para reducir las barreras al intercambio de bienes y servicios, y a la inversión de capital extranjero. Un fracaso significaría años de retraso en el progreso económico de la humanidad y en la lucha contra la pobreza.

Esos ministros tienen que llegar a un acuerdo de principio sobre tres cuestiones principales: reducir la protección de la agricultura en la Unión Europea, Estados Unidos y Japón; diseñar un régimen de propiedad intelectual que evite la piratería en los países en vías de desarrollo, pero que también reduzca el exceso de protección de patentes por parte de los adelantados; y tercero, mejorar la seguridad y oportunidades de los inversores de capital en países foráneos. Mas la condición principal para que los ministros no se vayan de Hong Kong con las manos vacías es que las regiones trilaterales, UE, EE.UU. y Japón consientan en abrir su agricultura a la competencia.

Las organizaciones no gubernamentales (ONG: las que hacen ruido viven del dinero gubernamental; las eficaces, de las donaciones privadas) han conseguido confundir a la opinión pública sobre los remedios de la pobreza en el mundo: insisten en la necesidad de continuar enviando fondos a los gobiernos corruptos del Tercer Mundo y de perdonarles la deuda pública que han acumulado sin beneficio para sus ciudadanos. La esperanza de los pobres reside en el libre comercio y la mundialización, por un lado, y en el saneamiento de los estados fallidos de África y Latinoamérica.

Mi admirado Xavier Sala i Martín está consiguiendo que las Naciones Unidas se muestren dispuestas a revisar sus equivocadas afirmaciones sobre el aumento de la desigualdad y la pobreza en el mundo. Para convencer, utiliza datos basados en la renta de los individuos en vez de las naciones, corregidos además para que reflejen el poder de compra y no las variaciones de los tipos de cambio. Pues bien, muestra el doctor Sala que, gracias a la creciente apertura al comercio y al capitalismo, en China e India sobre todo, en los años que van de 1970 a 1998 el número de personas que viven con menos de lo equivalente a un dólar al día pasó del 20% de la humanidad al 5%; y la proporción de los que viven con menos de dos dólares al día cayó del 44% al 8%. Pese al crecimiento de la población mundial, a lo largo de esos 28 años el número de pobres disminuyó en 400 millones de personas.

Por eso sobre todo es tan urgente que el comercio de bienes y servicios y el movimiento e inversión directa de capitales queden lo más libres que se pueda. No hay duda de que ese esfuerzo de todas las naciones, adelantadas o en vías de desarrollo, que exige la ronda Doha debe convertirse en el objetivo principal de la política económica de los gobiernos, también del nuestro. Pero la liberación de la agricultura europea y española es un tabú para nuestros políticos, porque consideran que sin los aranceles y las subvenciones de la política agraria comunitaria (PAC) nuestros campos se vaciarían de agricultores y ganaderos. Para evitarlo, están dispuestos a retrasar sin ningún escrúpulo el alivio de la pobreza que supondría la culminación de la ronda Doha. Esconden sus vergüenzas con la hoja de parra de una ayuda escasa y mal concebida.

Verdaderamente, la PAC es uno de los baldones de la UE: 1) por la distorsión que crea en el aparato productivo de la Unión; 2) por las repercusiones que tiene sobre el comercio y la producción de pequeños agricultores en el mundo entero; y 3) por las desigualdades a que da origen en la distribución de la renta europea.

Primero, el nivel de protección actual de los productos agrícolas de la Unión, sumando aranceles y subvenciones, según el profesor Messerlin va de aproximadamente el 20-25% a varios cientos por ciento en el caso del azúcar y la carne. Si la protección fuera baja y pareja para todos los productos, tendría lugar una drástica reasignación de recursos que aumentaría notablemente la eficacia de nuestras agriculturas: eso sí que ayudaría a crear un mercado único europeo. No olviden, además, que la mayor parte del enriquecimiento de la UE desde su fundación se debe no tanto a la amplitud del mercado interior, que para la oferta de alimentos y servicios no tiene más que barreras, como a la apertura de Europa a la competencia del mundo. Segundo, la reducción de las producciones agrícolas subvencionadas en UE, EE.UU. y Japón harían subir los precios mundiales, como ha ocurrido con el azúcar y pasaría con el aceite de oliva, el algodón y el arroz, para beneficio de los pequeños campesinos europeos y mundiales. Tercero, quienes de verdad ganan con esa protección son los grandes terratenientes británicos, franceses, alemanes, y alguno español. La reina de Inglaterra y la duquesa de Alba son los mayores beneficiados por la PAC en sus respectivos países; y los que se hinchan con las subvenciones de nuestro aceite no son los olivareros de las sierras, sino los potentados del regadío. Cantaba Miguel Hernández: "Andaluces de Jaén, / aceituneros altivos, / pregunta mi alma: ¿de quién, / de quién son estos olivos?".

Pedro Schwartz, lavanguardia, 23-XI-05