´Nuestros ojos en Kosovo ´, Carlos Taibo

Poca atención se le dispensa a las percepciones que entre nosotros se han hecho valer en relación con la conflictiva independencia de Kosovo. Aunque no han faltado opiniones concesivas hacia esta última, en la abrumadora mayoría de los casos se ha expresado al respecto un franco repudio. No está de más que prestemos oídos a las razones que darían cuenta de ese general rechazo.

La primera remite sin más a una defensa férrea de los estados, de su soberanía y de su integridad, y a la sugerencia paralela de que las leyes por aquellos aprobadas son sagradas, aun en el caso de que hayan visto la luz en recintos no democráticos. Cuando algunos expertos han recordado, con tino, que a diferencia de los numerosos estados reconocidos por los países occidentales en los últimos lustros, Kosovo no se veía beneficiado, en el ordenamiento yugoslavo, de un derecho a la autodeterminación, llamativamente ha faltado el recordatorio de que las normas legales que regulaban estos menesteres tenían una nula condición democrática.

Se ha señalado, en segundo término, que la gestación de un Kosovo independiente acarreará un descrédito más para las Naciones Unidas. Este argumento no es sino un trasunto del anterior: como quiera que quienes toman asiento en la ONU son estados, cabe suponer que no se olvidarán de sí mismos a la hora de establecer reglas. A ello se agrega el empleo cicatero de la norma que invitó a la ONU a reconocer el derecho de autodeterminación, norma que reservaba tal derecho a los pueblos coloniales.

Un tercer argumento mil veces esgrimido invita a rechazar un Kosovo independiente en virtud de la consideración de lo que tal horizonte pudiera tener de estímulo para fórmulas similares entre nosotros. Si en unos casos se apunta, contra toda evidencia, que el proceso kosovar ninguna relación guarda con conocidas disputas celtibéricas, en otros se invoca el efecto dominó que tendría. Estas consideraciones, cargadas de prevención, ven la luz en una crisis general del Estado nación y al amparo de una globalización que suscita, como se sabe, numerosas contestaciones.

Hay que reseñar una cuarta percepción: la que propugna una defensa pragmática del statu quo. Aunque respetuosa de las demandas de autodeterminación, sugiere que es preferible dejar las cosas como están. Tal manera de razonar configura en ocasiones un artificio que oculta una defensa cerril de la integridad territorial de los estados, tanto más cuanto que es frecuente que ignore que muchos de los actos violentos que se han revelado al calor de los procesos de secesión son antes atribuibles a quienes rechazan estos que a quienes los alientan.

La quinta admonición dirigida contra un Kosovo independiente bebe del designio de rechazar una medida que, con argumentos innegables, se interpreta, sin más, como el producto de los intereses de EE. UU. o del capricho de las potencias occidentales. A menudo esta asunción se hace acompañar de una visión conspiratoria que identifica una obsesiva y malsana agresión contra Serbia.

Rescatemos una última percepción: la que sostiene que, dado el fracaso de las políticas abrazadas en los últimos años en Kosovo, conviene aplazar cualquier decisión relativa al estatus final de este. Así, comoquiera que el protectorado internacional no ha permitido consolidar instituciones democráticas y no ha servido para garantizar los derechos de las minorías, cualquier fórmula de autodeterminación estaría lastrada. Enunciados los argumentos vertidos contra la perspectiva de un Kosovo independiente, queda extraer conclusiones. La primera subraya los olvidos en que se asientan casi todas las percepciones glosadas: nada dicen de lo ocurrido en Kosovo entre 1989 y 1997, parten de la presunción de que los estados son sagrados e intocables y gustan de plantear, a quienes reivindican procesos de secesión, exigencias sin cuento que llamativamente no reclaman de los estados ya constituidos. En el caso de Kosovo se suman dos olvidos más: el de que en los hechos en ese atribulado país no se está reconociendo ninguna fórmula de autodeterminación, sino una independencia directa, y el de que al final las razones que conducen a muchos estados a dar su visto bueno lo son de estricto pragmatismo. Mayor relieve tiene, sin embargo, la segunda conclusión: sorprende sobremanera que entre el coro de voces que rechaza un Kosovo independiente ninguna se pregunte por lo que piensa la mayoría de la población local...

 

Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y autor de ´Guerra en Kosova´, 19-II-08, lavanguardia