entrevista a Wajiha al Huwaider, escritora y activista civil saudí

Wajiha al Huwaider, feminista y escritora saudí, lidera una lucha modesta con un objetivo ambicioso: conseguir que las saudíes se pongan al volante de sus coches y de sus vidas. Mujer, chií y alborotadora, como se describe entre risas, divorciada y madre de dos adolescentes, Wajiha al Huwaider, de 46 años, fundó la liga saudí de defensores del derecho de las mujeres a conducir, y  cada mil firmas de apoyo que recibe envía una nueva petición  al rey Abdalah.

Sabe conducir y le gusta, y de hecho puede hacerlo dentro del recinto residencial del gigante petrolero Aramco en Dhahran, en la costa oriental de Arabia Saudí, donde vive y trabaja como analista de educación. Imposible hacerlo fuera de las fronteras de esta tierra de nadie, y para llegar a Bahrein, donde nos hemos citado, a menos de una hora de coche, ha tenido que contratar a un chófer. “Tengo que comprar un par de cosas”, me explica, cuando me recoge por la mañana en el hotel y me propone que vayamos a un gran centro comercial de Manama. Luego me cuenta que evita pisar los de su país, llenos de agentes de la policía religiosa. “Los mutawa acosan a cualquier mujer que no esté cubierta, y yo hace veinte años que no me cubro el rostro, porque mi cara es mi identidad”, exclama. En Bahrein tampoco se cubre con la abaya negra reglamentaria que debe ocultar el cuerpo de las mujeres en su país, aunque lleva una metida en una bolsa, no sea que a la vuelta la policía de frontera le pida explicaciones por su atuendo ilegal: camiseta y pantalones.
Paseamos por el centro comercial, abarrotado de familias y pandillas de chicos saudíes que han ido a pasar el fin de semana al país vecino, de una cultura similar, pero mucho más liberal. Hay cola en los multicines, proscritos en Arabia Saudí. Nos paramos ante el escaparate de una tienda de ropa europea, decorado con una gran fotografía publicitaria en la que un grupo de jóvenes de ambos sexos caminan riendo por una calle cualquiera de una gran ciudad. No le hubiera prestado atención si no fuera porque ella la señala y murmura con desazón: “¿Por qué no podemos ser simplemente así?”.
Está a punto de atardecer cuando nos despedidos. La veo alejarse en su coche camino del puente de 25 kilómetros de largo que une Bahrein y Arabia Saudí. Allí, en agosto del 2006, se manifestó en solitario con una pancarta que rezaba “¡Den a las mujeres sus derechos!”. Ella no descubrió que los tenía hasta que se casó a los 18 años y se fue con su marido a vivir y a estudiar a Estados Unidos. “Allí aprendí que era un ser humano”, me ha dicho mientras tomábamos un café.

¿No lo sabía?
No lo sabía. Crecemos sin saber apreciarnos a nosotras mismas.

¿Que pasó?
Sabía que era diferente porque rechazaba la manera como nos trataban. Y tenía el hábito de leer mucho, como mi madre. Pero hay una diferencia entre saberlo y vivirlo como ser humano. Empecé a apreciarme a mí misma y a verme en este mundo, y a hacer cosas que los hombres sí podían hacer, como ir a comprar o conducir. ¡Hay mujeres de mi familia que se sorprenden de que pueda viajar! Tienes que construirte a ti misma, es una cuestión de tiempo, empiezas a sentirte como un hombre y a hacer cosas. Cuando volví en los noventa, la época más negra en Arabia Saudí, a las mujeres nos acosaban allí donde íbamos. Nos arrestaban por no cubrirnos, por llevar vaqueros. Y sentí que ¡no!, no podemos vivir así. ¿Qué les da derecho a hacerlo? ¿De qué tenemos miedo, de que nos maten? Nos están matando cada día. Es cuando te das cuenta de que debes hacer algo.

¿Qué hizo?
Los periódicos reflejan lo que pasa en la sociedad. Entonces había artículos que daban apoyo a la agresividad contra las mujeres. Empecé a escribir y a replicar mandando textos con mi nombre. Un periódico me envió un mensaje diciendo que querían conocerme y me propusieron publicar una columna a la semana. Lo hice hasta el 2003, y escribí no sólo sobre las mujeres, sino también sobre política y sociedad. Hace cuatro años me lo prohibieron, pero no me rendí, sigo haciéndolo en internet.

Y el año pasado se manifestó en el puente. ¿Por qué sola?
Porque sabía que nadie vendría conmigo. Como siempre, mi amiga y feminista Fuzia al Oyuni me apoyó, pero no pudimos conseguir ni un puñado de mujeres. Pensaron que buscaba fama, pero no, lo que quería era demostrarles que son cobardes. Intento hacer algo por las mujeres, para las mujeres jóvenes que tienen sueños y que quieren vivir de una forma normal, por eso me manifesté. Las mujeres mayores, muchas están corrompidas. Las han cebado con los pensamientos de los hombres y repiten lo que les dicen. Creo que pocas entienden que deben luchar por sus derechos.

¿Y las jóvenes?
Las jóvenes están ocupadas con sus vidas y con sus preocupaciones, como cualquier adolescente en el mundo. No son ellas las que tienen que manifestarse, pero trabajo para ellas porque quiero que tengan una vida mejor que la mía. Si puedo hacer algo, debo hacerlo.

No hace mucho, un par de chicas se sacaron de encima a un agente de la policía religiosa con un spray de pimienta…
¡Sí!, las chicas han empezado aluchar y eso me alegra mucho. Cuando hablas y no te hacen daño, eso anima a las mujeres. Estoy contenta de que no me pasara nada en el puente, porque espero ver a otras mujeres manifestándose con el mismo cartel: “Den a las mujeres sus derechos”. Cuando me sacaron el pasaporte sólo durante dos semanas fue un récord. Quería que el mensaje se repitiera desde diferentes voces y diferentes sitios. Empecé a mandar mensajes a mujeres y a hombres, diciéndoles que animaran a las mujeres a hacerlo.

Y los hombres, ¿no deberían ayudar también?
No tienen coraje. Tienen miedo. Hay pocos hombres lo bastante valientes para hacer algo que sacuda al sistema. La gente es egocéntrica, se preocupa por sus cosas y sus intereses. Es normal, pero en algunas situaciones es necesario hacer algo para que cambie el sistema.

Como la campaña de firmas para exigir el derecho de la mujer a conducir…
La empezamos a principios de septiembre. Fue idea mía, pero Fuzia al Oyuni, Ibtihal Mubarak y Haifa Usra quisieron trabajar conmigo. Fuzia es profesora retirada; Ibtihal es periodista, es soltera y muy activa, y Haifa, que ahora no trabaja, es quizá la más sincera de nosotras, en el sentido de que cuando habla del dolor de las mujeres en nuestro país lo hace por experiencia. Lo primero que hicimos fue crear una dirección de e-mail (yes2womendriving@hotmail.com). La mandamos a portales que conocemos, y fue fácil difundir el mensaje. Internet hace a veces que las cosas pasen. Recogimos más de 1.200 nombres, la mayoría de mujeres, aunque también de hombres, y el 21 de septiembre, el día nacional en Arabia Saudí, escribimos la petición y se la mandamos al rey Abdalah. Hemos vuelto a mandarla y seguiremos haciéndolo con cada 1.000 firmas nuevas, hasta que el Gobierno nos diga que tendremos este derecho. También hemos fundado una organización para defender los derechos de las mujeres en Arabia Saudí, porque queremos ser más grandes. Somos pocas, no hemos crecido mucho, pero trabajamos en el caso de Fátima, la mujer que fue obligada a divorciarse de su marido, y en el de la chica de Qatif, que fue violada por siete hombres y tras denunciarlos la condenaron a una pena de prisión y latigazos porque estaba a solas con un hombre que no era de la familia y eso es ilegal en Arabia Saudí. Para mí, trabajar en estos temas es maravilloso, pero desearía poder presionar más fuerte y mas rápido, y ver que pasan cosas. 

¿Han tenido alguna respuesta a la petición?
Por supuesto no hemos recibido ninguna respuesta del rey, pero las señales son positivas, porque muestran que el Gobierno no está realmente molesto y no intenta pararnos. Ni hemos recibido llamadas negativas, ni amenazas ni comentarios sobre nuestro trabajo. Para nosotras, el hecho de que el Gobierno no reaccione es un apoyo. Tenemos que tocar madera. Me da la sensación de que conduciremos este año, aunque igual me equivoco.
 
Reaccionó el ministro de Exteriores, el príncipe Saud al Faisal…
El príncipe Saud al Faisal dijo que el Gobierno no se opone a que las mujeres conduzcan, que él personalmente cree en ese derecho, y que eso es algo que deben decidir las familias y la sociedad. Nos lo tomamos muy en serio y nos fuimos con Fuzia al Oyuni a la oficina de tráfico de Damán. No nos dejaron entrar, pues no se permite a las mujeres entrar en un edifico público, pero preguntamos por el jefe, y nos mandaron al responsable de asuntos religiosos que trabaja en la policía, porque si algo pasa y una mujer está implicada, tiene que haber un mutawa como testigo. Le dijimos que queríamos solicitar el permiso de conducir, ya que nuestras familias estaban de acuerdo. Dijo que nada había cambiado, así que fuimos a la ventanilla bajo la que se leía “personas con necesidades especiales, ancianos y mujeres” y preguntamos qué requisitos se exigen para solicitarlo. “¿Qué edad tiene su hijo?”, preguntaron a Fuzia, y ella contestó que la solicitante era ella. “¡Pero eres una mujer!”, contestaron. “¡Las mujeres no pueden conducir! ¡Así es la ley!” Lo que queríamos era demostrar al mundo que no es cierto que sea algo que puedan decidir las familias. Es el Gobierno. 

¿Es una cuestión muy polémica?
Igual que pasó con la educación de las mujeres en los años sesenta. Ahora raramente encuentras familias que no manden a sus hijas al colegio, pero entonces algunos decían que volveríamos a la edad de piedra. Piensan que si las mujeres conducen, estarán fuera de control y se mezclarán con los hombres. Pero el caso es que se mezclan, porque los chóferes son hombres y, encima, ¡extranjeros! Mi hermana es un caso de mujer a la que su marido le prohíbe ir con conductor, y es un ejemplo de mujer forzada a cubrirse completamente. Luchó por tener el derecho a llevar los ojos descubiertos, ¡y le costó muchos años!

¿Conducir es un símbolo?
Es un símbolo de libertad. Y es muy importante para nosotras porque durante décadas hemos vivido en Arabia Saudí la ilusión de que somos una sociedad especial, diferente del resto del mundo. Y no es verdad. Somos gente normal, pero nos han puesto bajo una situación anormal y unas circunstancias extrañas. Y conducir es una de ellas. Si mi prima puede conducir en Bahrein y yo puedo hacerlo si salgo del país, ¿por qué no en Arabia Saudí? Si rompemos esta especificidad, las cosas se relajarán. Por eso es importante y es por lo que están combatiéndolo tanto. Saben que perderán el juego, perderán su identidad y, cuando eso pase, ¿cuál será su trabajo? Ya sé que conducir no lo es todo, no cambiará completamente la vida de las mujeres, pero romperá esta barrera.

Serán normales.
¡Significará que pertenecemos al mundo! Ahora somos diferentes y entonces seremos iguales.

¿Qué implica no poder conducir?
Hay casos extremos, por ejemplo, si tienes un hijo muy enfermo y no puedes llevarlo al hospital. Hubo un caso de una mujer que tenía un problema de riñón y murió cuando su marido ya no pudo acompañarla a la diálisis. Si tienes un sueldo bajo y debes contratar a un conductor para ir al trabajo, te gastarás la mitad de lo que ganas para pagarle y alojarle. ¿Qué sentido tiene trabajar entonces? Hay muchas mujeres que son profesoras, porque es de las pocas profesiones que las familias aceptan, ya que trabajas con niñas y no estás expuesta a los hombres. Algunas enseñan en áreas remotas, a cuatro horas de coche, y tienen que contratar a conductores. Hay estadísticas que dicen que cada mes veinte profesoras mueren en la carretera en accidentes. Y hubo un caso extremo que no podría darse en otro país del mundo. Hace tres años, tres chicas que estaban empleadas en el mismo sitio se preguntaron si valía la pena estar ocho horas en la carretera cada día y decidieron casarse con el chófer al que habían contratado…

¿Las tres?
Las tres, con el mismo hombre. Decidieron comprarse una casa en la zona y compartir la vivienda y al hombre, como chófer y como marido. ¿Crees que en circunstancias normales habrían elegido esta opción? Se casaron y ¡ahora él tiene un trabajo, tres mujeres jóvenes y una casa! ¿No es una broma?

Es una locura.
Ya se lo he dicho, somos personas normales, pero nos ponen en una situación disparatada, y acabaremos volviéndonos locos. ¿Por qué los saudíes cuando salen del país buscan las cosas que nos prohíben hacer? Porque está prohibido, y saben que tienen muy poco tiempo para hacerlo tanto como puedan antes de volver. Es muy triste.

Y es algo sabido…
Somos muy hipócritas. Vivimos con muchas personalidades sólo para sobrevivir. ¿Cree que yo puedo andar así en Arabia Saudí? Tendría problemas si fuera sin abaya. Quiero ir así, esta soy yo, pero me lo prohíben. Así es como quieren que seamos, que actuemos todo el tiempo. Y lo que es casi peor, hay gente que actúa dentro incluso de su familia, el padre actúa como un hombre religioso, pero cuando deja a la familia bebe o va con mujeres…

Es un juego al que se debe jugar…
Y a un gran coste, porque al final no sabemos quiénes somos. ¿Eres liberal o eres religiosa? ¿Cuáles son nuestros objetivos? No lo sabemos. ¿Por qué los saudíes cuando viajan no van a museos, a sitios donde puedan aprender y crecer? No lo hacen porque nos han confundido toda la vida, porque estas cosas nunca han sido importantes. El sexo es importante en nuestra vida, incluso si no lo vemos, pero está siempre detrás. ¿Por qué separamos a las mujeres de los hombres? Por el sexo. ¿Por qué tenemos que cubrir a las mujeres? Por el sexo. Toda nuestra vida gira alrededor del sexo.
 
¿Y el sexo en el matrimonio es ­saludable?
No. Claro que no. Cuando te han criado sin poder pensar en ello, hablar de ello ni conocerlo, y de repente te casan con un hombre al que nunca has visto… No he pasado por esa situación, pero para mí estar siempre cubierta y de repente estar desnuda ante un desconocido ha de ser espantoso. A las mujeres las han enseñado a despreciarse, no saben cómo tratar su cuerpo y no saben que el sexo con un hombre les debería aportar placer. Primero tienes que apreciarte y amarte para poder dar. En el caso del hombre es todavía peor. Muchos se introducen en el sexo a través de la prostitución o con mujeres maduras o casadas. O, a veces, mediante la violación. Los hombres y las mujeres no crecen de forma normal para tener relaciones normales. Socialmente, la razón del sexo es tener hijos. No habléis de ello, nos dicen, pero hablamos de ello siempre, en secreto, entre mujeres y entre hombres. Somos quizá los que tenemos más relaciones ilícitas, los que bebemos más, los que tomamos más drogas, los que rompemos más leyes, pero todo bajo la mesa, nada se muestra.

¿Su matrimonio no fue arreglado?
No. Él era mi primo, lo conocí de adolescente, nos enamoramos y nos casamos. No era un extraño para mí. Es lo triste de nuestra sociedad. Si retrocedes en el tiempo, mi madre tuvo más libertad que yo. En su tiempo no había wahabíes (seguidores del wahabismo, la versión radical del islam impuesta en Arabia Saudí) ni existían las restricciones de ahora. Las mujeres trabajaban, no tenían problemas de movilidad, y cubrirse o no cubrirse dependía de cada familia. Y yo tengo más libertad que la generación que vino después. Cuando yo era adolescente, solíamos salir con nuestros primos, hablar y bromear con ellos. Mi familia es ahora muy religiosa y ha empezado a separar a sus niños.

¿Qué piensa su madre de sus ­actividades?
Piensa que pierdo el tiempo.

¿No las aprueba?
Detesta lo que le pasa a la mujer en esta sociedad. Sabe que las mujeres están oprimidas y no tienen derechos, porque es una de ellas. Mi padre tomó a una segunda mujer, y eso la hirió durante toda su vida y tiene mucha rabia dentro. Pero cree que esta sociedad no está preparada para cambiar, y por eso cree que estoy perdiendo el tiempo.

¿Y su padre?
Mi padre cree que me arrestarán algún día y que nadie sabrá nada más de mí.

¿Y usted qué cree?
Es una posibilidad en nuestra sociedad y en nuestra región, le está pasando a mucha gente. Hay un riesgo en lo que hacemos. Pero cuando no tienes nada, no tienes nada que perder. Perdí mi matrimonio por mis actividades. Él me apoyaba, pero acabó muy cansado, no pudo continuar. Tenía miedo y se sentía abandonado. Tampoco quería ser mi sombra.
 
¿Mantiene relación con él?
Si, somos buenos amigos y tenemos dos hijos en común. Se ha vuelto a casar, y ese es de hecho uno de los motivos por los que nos divorciamos,  porque decidió que quería una segunda mujer y yo no lo acepté. Le dije que no podía ocupar el lugar de mi madre, porque fue una primera mujer y sé cómo es. No lo entendió.

¿Resulta difícil ser una mujer ­divorciada?
Es duro para las mujeres, pero mi situación es diferente. Yo lo planeé antes, decidí tener una casa en el complejo residencial de Aramco, la    compañía petrolera saudí donde trabajo, y luché por ella, porque  normalmente sólo se las dan a los hombres saudíes solteros. Vivir en este lugar me dio privacidad, libertad e independencia al margen de la sociedad. Conseguí el respeto de mis padres y de mi hermano. Tengo una buena familia, que me apoya.

¿Todo depende de la familia?
Una mujer puede conseguir muchos de sus objetivos si tiene hombres buenos en su vida, un buen marido, un buen padre o un buen hermano. Aun así, si algo pasa con su guardián masculino, pueden perderlo todo. Y por eso lucho. Por las chicas jóvenes y porque no queremos estar a merced de los hombres. Si él está feliz con nosotras, seremos felices; si no, no seremos nada.
 
Tu vida pende de un hilo…
Vives en una situación en la que nunca sabes qué puede pasar. Un día puedes ser una profesional conocida y al día siguiente no ser nada. Porque por ley tu marido puede escribir una carta a tu empresa diciendo que no quiere que su mujer trabaje más, y te despedirán. Y puede divorciarse sin que lo sepas. Yo pedí a mi marido que solicitara el divorcio, y estuvo de acuerdo, pero nunca pisé el tribunal. El juez que nos divorció nunca me vio, nunca me oyó, nunca me preguntó si quería divorciarme o no. Así es como funciona.

17-II-08, Lali Sandiumenge, magazine