´Catalunya cuenta poco´, Xavier Bru de Sala

Catalunya se hace oír, tal vez demasiado, pero no consigue ser escuchada y menos respetada o tratada como quisiera. En una democracia, la fuerza la dan los votos, pero empleados de cierto modo. De los cuarenta y cinco diputados que los catalanes mandamos al Congreso, que es mucho, tanto como un trece por ciento del total, veinticinco están sometidos a la disciplina del voto de los dos grandes partidos españoles y el resto vota lo que considera más conveniente a su formación, con la salvedad de que los dos de IC transaccionan un poco, no mucho, con IU.

Según el sondeo de La Vanguardia,la única variación prevista es que el nacionalismo pierde tres diputados, y los pierde ERC, dos a favor del PSC y uno hacia PP. Eso reduciría el conjunto de fuerzas con decisión autóctona de voto a un escaso cinco por ciento del Congreso.

Es bastante menos de lo que parece si lo miramos desde nuestros medios de comunicación. Claro que la capacidad de influencia de los más de veinte diputados socialistas no es nula. Son incapaces de romper la disciplina del PSOE pero el hecho de ocupar la Generalitat - y sufrir por tanto en propia carne el cúmulo de discriminaciones, incumplimientos y recortes en que consiste la política cotidiana- le lleva a ser algo más reivindicativos. Mientras gobiernen los socialistas, algo mejor tratarán a Catalunya, se supone, por ser sus compañeros los que reclaman. Pero el trato no pasa a menudo de las buenas formas, y a veces ni eso, pues los diputados del PSC son incapaces por completo de rebelarse. Y en el PSOE lo saben.

El panorama objetivo no es pues muy halagüeño. A la elocuencia de los números debemos añadir otros factores tanto o más negativos, tanto en la política como fuera de ella. En primer lugar, debemos considerar la división de las fuerzas del catalanismo. CiU y ERC están dominados por el afán de diferenciarse. Su obsesión es presentarse como el único capaz a la vez de plantar cara y obtener resultados tangibles a cambio de su apoyo - en exclusiva- al Gobierno. Contrasta esta división con la satelización de la política catalana. Eso tiene especial valor, ya que es paradójico, para los partidos nacionalistas. En efecto, CiU y ERC no sólo compiten por ser socio preferido del PSOE - que va con uno o con otro según le convenga-, sino por gobernar Catalunya de la mano del PSC. En este sentido, Artur Mas echa tinta pero no se ha desdicho de su órdago: o bien el PSOE sacrifica a Montilla y le entrega la Generalitat, o con CiU que no cuente. Si Mas se saliera con la suya - gobernar en Catalunya a cambio de apoyar al PSOE-, imaginen hasta qué punto y contra quién se enfurecerían los de ERC. Más allá de la anécdota, el hecho de fondo es que el enfrentamiento conlleva el arbitrio socialista y eso merma en gran medida las posibilidades de intervención en Madrid de los nacionalistas. ¿Qué remedio habría? No lo hay. En términos pragmáticos y en las presentes condiciones, que no se van a modificar, no lo hay. Si echan cuentas, observarán asimismo que ni en el inverosímil caso de ir unidos CiU y ERC y el PSOE casi empatar a diputados con el PP, los quince diputados previstos no serían imprescindibles. Zapatero podría seguir gobernando, con IU - concesiones a la izquierda-, el PNV- que sale barato a Solbes pues sobrepasa los topes del superávit- y algo del grupo mixto. Por si fuera poco, raro sería observar cómo CiU y ERC se alinean juntas y contra el PSOE, eso es a favor del PP, si no es de modo esporádico. Se mire como se mire, el precio de los votos nacionalistas es bajo. Menor que elpeso numérico de sus diputados. Una radiografía de la sociedad catalana no dice mucho más. Es cierto que ha aumentado mucho el número, ya mayoritario, de ciudadanos partidarios de incrementar el autogobierno. También es cierto que un sinnúmero de entidades otrora conformistas con tolo lo que nos venía de Madrid, han tomado el relevo reivindicativo que los partidos no estaban en condiciones de liderar. Pero el efecto comprobado es asimismo menor del esperado, incluso contrario al esperable, como se muestra en el caso del aeropuerto y el apoyo del Gobierno a la conversión de la T-Sur de El Prat en una plataforma de la T4 de Barajas, vía Iberia. También muestran lo sondeos que se refuerza el sentimiento preferente o exclusivo de pertenencia a Catalunya, pero como todos podemos observar, la identidad se difumina en el interior deGALLARDO una sociedad compleja y compuesta. Podríamos confirmar, en conclusión, que toma cuerpo y volumen la corriente de fondo favorable a las tesis del catalanismo. Sin embargo, en la superficie las aguas se mueven en dirección contraria o se estancan.

Catalunya ladra sin incisivos democráticos o molares sociales. El catalanismo gesticula sin mesurar el efecto contraproducente del exceso de aspavientos. Catalunya aparece a los ojos de España como altanera e ineficaz. Descubrimos con asombro que negar lo que pide tiene premio, no costes. Así, sin alternativas de mejora significativa, encaramos la próxima legislatura.

22-II-08, Xavier Bru de Sala, lavanguardia