"Viaje a Minsk", T. ben Jelloun

Bielorrusia forma parte de esos países difíciles de situar en el mapa. Suele aludirse a él diciendo simplemente que se trata de una república de la ex URSS, pero si se examina más de cerca su realidad geográfica se advierte de inmediato que se halla encajonado entre Rusia, Ucrania, Polonia y Lituania. No tiene salida al mar. País llano, sin montañas, sin grandes ventanas por donde escapar - en él se palpa la congoja-, su realidad acoge al visitante desde el mismo aeropuerto de Minsk, una de esas construcciones de las que habrá que deshacerse un día no sin antes juzgar al arquitecto. En realidad, no es más que un detalle sin importancia. Los agentes del aeropuerto me reciben de manera acogedora.

Otros funcionarios me retienen unos instantes para proceder a cumplimentar el formulario de un seguro de la policía cuyo importe es menester abonar al instante en dólares o en euros. A continuación, muestro mi pasaporte y visado correspondiente a la policía fronteriza, muy recelosa, que escudriña hasta tal punto mi documento que llega a hacerme dudar de su autenticidad. Por fin atravieso la aduana y salgo del aeropuerto.

¡Minsk! Difícil nombre para rimarlo con sueños, aun los más breves y humildes... Es la capital de un país de diez millones de habitantes, independiente desde 1991, pero en cuyo seno han sobrevivido modos y prácticas estalinianas. Es lo que se llama un sistema neocomunista. Sin embargo, es un país que pasará a la historia: aquí, en el bosque de Bialowieza, Yeltsin (Rusia), Shuskievich (Bielorrusia) y Kravchuk (Ucrania) levantaron acta de la creación en 1991 de la Comunidad de Estados Independientes con la consiguiente disolución de la URSS.

¡Minsk! Capital atravesada de inmensas avenidas, muy amplias, bordeadas de bloques de viviendas cuyas fachadas muestran la obra de sagaces artistas. Única nota optimista, tal vez, en esta ciudad donde sus habitantes viven resignados a su suerte. Llega a afirmarse que viven felices y contentos; en cualquier caso, aquellas personas que he tenido ocasión de conocer no se lamentan. Personalmente desconocía antes de visitar este país que el actual presidente, Aleksander Lukashenko, en el poder desde 1994, así como sus ministros eran personas non gratas en Europa. Este hombre autoritario, nostálgico de la URSS y de sus métodos, se ha alejado de Europa occidental. Bielorrusia fue excluida del Consejo de Europa en 1994 por falta de respeto a los derechos humanos, por mantener la pena de muerte, por la práctica de la tortura y por la desaparición de elementos de la oposición. Es una dictadura que recurre a cualquier método para impedir que actúe una auténtica oposición. Actos de intimidación, accidentes provocados..., en suma, todo cuanto hacen los dictadores para propagar el miedo y no compartir el poder. La prensa extranjera es poco recomendable y en cuanto a la local no le queda otra alternativa que la de respaldar al régimen. La que se atreve a criticar al régimen experimenta toda suerte de dificultades y problemas. El KGB aún existe y su fundador, Felix Dzerzhinsky, sigue teniendo derecho a su estatua en una plaza que da a la avenida principal, la avenida de la Independencia.

Luka, como se le llama aquí, ha vuelto sus ojos a los países que le entienden y se le parecen, como Libia, Siria o China. En cuanto a Rusia, mantiene lazos bastante estrechos con Putin, aunque ambiguos en la medida en que el país se debe a Moscú. Bielorrusia, no se olvide, recibe su petróleo de Rusia, ¡y el litro de gasolina súper se vende a 40 céntimos de euro! Suele decirse aquí que Putin dicta su ley... y Luka no le contradice, sobre todo en su combate contra Chechenia.

Es menester señalar que Bielorrusia no posee recursos mineros. Su activo es su situación estratégica, en el centro de ese conjunto de territorios que Rusia tiene interés en cubrir bajo sus alas. Naturalmente no siempre lo consigue (como ha podido comprobarse en Ucrania), pero todo el mundo tiene aquí depositadas sus esperanzas en las elecciones presidenciales del año próximo para recibir en el rostro un soplo de cambio y apertura. No obstante, Luka no sólo ha echado el cerrojo, sino que ha aprovechado un referéndum para aprobar una ley que le permite repetir sucesivos mandatos. Como todos los dictadores, aspira a la presidencia de por vida. Populista, carismático, joven aún, no esconde - al contrario- su origen campesino; empezó su carrera dirigiendo un koljoz (explotación agrícola o granja estatal). Sabe cómo dirigirse al pueblo, pero en el extranjero no se ahorran las burlas sobre su persona... ni él tampoco se esfuerza por mejorar su nivel y habilidades comunicativas. En cualquier caso, la población ha reconocido que ha limpiado las carreteras del país de salteadores de caminos y mafiosos. La policía, por otra parte, no ha sido objeto de críticas por los métodos empleados: ejecuciones sumarias sin juicio ni gran publicidad. Se ha dado el caso de camioneros franceses desaparecidos mientras atravesaban Bielorrusia hacia Moscú. Todo desapareció: la mercancía, el camión e incluso el conductor.

La supervivencia del sistema soviético es una realidad patente de inmediato en sectores como, por ejemplo, la hostelería. El hotel donde me he alojado - un edificio de 21 plantas- se dirige al estilo soviético. Ausencia de lujo, moquetas de otros tiempos, pasillos largos y oscuros... Cada planta se halla bajo la supervisión de una señora ya de edad, corpulenta, que guarda las llaves de las habitaciones de los huéspedes. La mía es una estancia minúscula. El cuarto de baño exhibe las huellas de varias reparaciones. No apetece precisamente hacer uso de la jabonera y las toallitas. Todo por 60 dólares la noche, lo que equivale al sueldo mensual de la conserje.

¿Adónde han ido a parar los intelectuales de este país? Svetlana Aleksievitch, autora de La súplica,sobre la tragedia de Chernobil, y Los ataúdes de zinc,sobre los muertos de la guerra en Afganistán, es vista con malos ojos por el poder y vive exiliada en Francia. En cuanto al escritor bielorruso Vassili Bykov, autor de El ojeo y En la niebla,la difusión de su obra ha topado con toda clase de cortapisas y restricciones. La censura, en este caso, se metamorfosea en la falta de distribución de los ejemplares y la omisión de su solicitud por parte de las bibliotecas públicas, numerosas y frecuentadas en el país.

Entre los escándalos figura el relativo a un físico, el académico Yuri Bandaguevsky, autor de una investigación sobre los efectos del accidente de Chernobil. Por haberse atrevido a decir la verdad, este profesor fue encarcelado y acaba de ser puesto en libertad al aproximarse el vigésimo aniversario de la catástrofe, el 26 de abril del 2006. El Estado quiere ocultar la magnitud de las consecuencias de esta catástrofe. Un fotógrafo italiano logró introducirse en un hospital clandestino donde se recluye a las víctimas de los efectos de la nube. Imágenes terribles que no han podido ser expuestas en Minsk. En un desayuno en la embajada de Francia, veo que los champiñones que figuran en el menú han superado los correspondientes controles. Su contenido en cesio es de 26,53 Bq/ kg, en relación con niveles máximos permitidos de 370 Bq/ kg. Al propio tiempo, se me informa de que debe medirse el contenido en cesio de la dieta. No todos los hogares disponen del aparato de medición correspondiente. Nadie sabe la cifra de muertos ni de daños que ha provocado en este país la nube letal. Silencio y olvido.

El país funciona, pese a todo: el transporte público es eficiente, las carreteras se hallan en buen estado, los salarios se pagan puntualmente. Aquí y allá cajeros dispensadores de divisas, casas de la cultura al estilo soviético, cuatro orquestas sinfónicas...

Los estudiantes son perspicaces, frecuentan bibliotecas y gimnasios. La universidad luce una limpieza y pulcritud notables. Las clases se imparten en medio de un silencio y atención inexistentes en las universidades europeas. Sin embargo, se palpa una suerte de resignación ante esta dictadura. Salir del país resulta si cabe más difícil debido al escaso poder adquisitivo de la ciudadanía. Un profesor universitario cobra aproximadamente 200 dólares al mes. Los acontecimientos de Ucrania han dado ciertas esperanzas a la oposición, pero el sistema Lukashenko declaró en seguida que ¡esto aquí no pasará jamás!, lo que no desagradó demasiado a Putin... De todos modos, y mientras Europa frunce el ceño ante esta dictadura, Putin posee al menos la certeza de que Bielorrusia no será recuperada por la Unión Europea.

El ojo de Moscú queda lejos. Setecientos kilómetros separan a las dos capitales. Sin embargo, quien ha recogido el guante de reanimar el cadáver del comunismo más allá de toda esperanza es Bielorrusia.

Tahar ben Jelloun, lavanguardia, 10-XII-05