´Educación: el futuro empieza hoy´, Xavier Antich

Cada vez está más claro: la auténtica Champions League sólo van a poder jugarla, en el siglo XXI, los países que hagan una apuesta decidida por la educación como algo prioritario. No sólo los que lo digan, de manera más o menos retórica o publicitaria, sino los que pongan la educación en la primera línea de sus preocupaciones políticas y sociales. Y desde el principio, que aquí dista mucho de ser asumido, que la educación es cosa de todos. Por eso, los debates actuales en torno a la educación no tienen nada de coyunturales. Es cierto que la urgencia informativa los reabre con puntualidad, a propósito de un proyecto de ley, de una modificación en la distribución horaria de las materias o de una huelga gremial. En los últimos años, sin embargo, los debates en torno a cuestiones de fondo han reaparecido con una intensidad que no se vivía desde los años setenta. Tal vez, en primer lugar, porque ahora ya es una certeza que la cuestión del conocimiento es fundamental, y cada vez lo será más, en el desarrollo económico, político y cultural del siglo XXI. También, porque el modelo español en general y catalán en particular obtienen, en todos los estudios comparativos con los países de nuestro entorno, unos pésimos resultados prácticamente en todos los niveles de análisis salvo en uno. La conciencia generalizada, por decirlo crudamente, es que nuestro sistema educativo no funciona en aquello que sería su responsabilidad pública: garantizar el acceso a una formación competitiva, en comparación con los baremos de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico); permitir la compatibilidad entre el acceso universal a la enseñanza secundaria y una educación de calidad sobre todo en los conocimientos y habilidades fundamentales; evitar el desmoronamiento de la red pública de enseñanza; y, finalmente, fomentar los planes respecto al profesorado que permitan una mayor cualificación pedagógica y una motivación que vive, hoy, sus horas más bajas. Y, a pesar de todo, la cuestión de la educación está lejos todavía de figurar como prioridad, en el orden de preocupación ciudadana y política, tal como sucede en los países que debieran servirnos de modelo. Pero cada vez es más obvio: el futuro se juega aquí.Sin ánimos de ser exhaustivos, intentaremos esbozar aquí algunas de las cuestiones que, de acuerdo con los estudios más recientes, parecen más urgentes. Tanto los informes de la OCDE como los de la Unesco y la UE, así como los de la Fundació Jaume Bofill, ponen de manifiesto, con gran regularidad, que la situación educativa en España y Catalunya padece deficiencias estructurales graves, propias más bien de un país en vías de desarrollo. Sobre todo en tres aspectos esenciales (nos ahorramos los datos porcentuales que ya están al alcance de cualquiera en los portales de internet de estos organismos):

En primer lugar, en inversión, la piedra de toque de todo sistema educativo. El porcentaje de gasto público en España respecto al PIB continúa siendo muy inferior a la media OCDE. Mientras no se alcance, al menos, este nivel, hay poco que hacer. Últimamente está de moda sostener que el aumento de la inversión no garantiza la mejora en los resultados: con ser cierto, no lo es menos que ningún país ha mejorado los resultados sin una apuesta decidida de inversión. Setas de verdad sólo salen en el bosque.

En segundo lugar, en fracaso escolar. Todos los datos son unánimes y alarmantes. En abandono escolar prematuro, sin duda un dato esencial, se dobla la media porcentual europea en estudiantes que no consiguen acabar la enseñanza obligatoria. La situación catalana, respecto al baremo español, es todavía peor: el penúltimo lugar en graduados de ESO. Los datos desmienten, en la realidad, la obligatoriedad de la enseñanza hasta los 16 años, convertida en papel mojado.

En tercer lugar, en calidad de la enseñanza. Los informes son elocuentes: España ocupa los últimos lugares en lectura, matemáticas y conocimientos científicos. Tal vez sea necesario recordar que una de las claves del éxito del modelo finlandés se debe al acierto en haber concentrado todos los esfuerzos en los contenidos básicos del currículum, fundamento de todo lo demás.

Estas tres deficiencias estructurales son las responsables de otros tantos problemas. Cada uno de ellos constituye un reto pendiente. No podemos siquiera apuntarlos todos, pero los apuntados, a partir de aquí, son extremadamente urgentes. Ninguna política educativa será mínimamente solvente si no los asume de forma consciente y si no los plantea como reto.

Formación docente. Aquí el retraso es secular: continúa siendo hegemónico el modelo decimonónico de una capacitación académica en las materias y contenidos que se transmiten, pero sin una formación pedagógica solvente que permita la adecuada y eficaz adecuación de estos contenidos a las diversas fases del aprendizaje. Existen modelos de referencia sobre los que habría que reflexionar: Finlandia, respecto a España, triplica las horas de formación del profesorado de primaria y multiplica por diez las del de secundaria. Sin una adecuada formación profesional del docente y sin la actualización continua de su capacitación pedagógica, todo lo demás está condenado al fracaso. La pérdida de autoridad, social y pedagógica, de los docentes tiene que ver, también, con ello.

Racionalidad de los horarios. Paradójicamente, la media de horas de clase obligatoria que reciben al año los alumnos en España es superior, en todas las edades, a la media OCDE. Y paradójicamente, sin embargo, el porcentaje de dedicación directa al aula del profesorado español es sustancialmente inferior a la media de la OCDE. Dos conclusiones: una, que las horas lectivas en España son las más caras de la OCDE; y, dos, que debería replantearse la excesiva carga burocrática de los docentes, abrumados por el papeleo y las reuniones no siempre útiles.

Métodos de enseñanza. En España apenas han variado en lo sustancial, durante las últimas décadas, a pesar del voluntarismo del profesorado. Los datos comparativos en torno a la sobrecarga del trabajo que deben hacer en casa los escolares españoles son altamente significativos; sobre todo, si se ponen en relación con los resultados obtenidos en el aprendizaje. Además, continúa primando la valoración de las aptitudes cognitivas, frente a otros factores igual de sustanciales en el aprendizaje. Se ha recordado, a menudo, un déficit que debiera corregirse con urgencia: el abandono del principio del esfuerzo, consustancial al proceso de enseñanza. Yun dato clave: la capacidad de reaccionar, a tiempo y con éxito, ante aquellos que no consiguen seguir el ritmo medio del aprendizaje: nuestro sistema no está preparado para evitar que un porcentaje importante de alumnado se descuelgue de los objetivos básicos de la escolarización obligatoria.

Implicación familiar. Los datos comparativos son, también aquí, dignos de atención, pues la implicación cuantificable de la familia española en los procesos de aprendizaje durante las edades escolares ofrece un balance lamentable. Ello está vinculado, como han sabido reconocer los sistemas educativos más avanzados, a la difícil conciliación de horarios entre el trabajo y la familia. Y, sin embargo, sin una muy fuerte implicación familiar, no hay sistema que pueda ofrecer garantías. Urge, aquí de forma especial, un debate social y medidas concretas de las administraciones que deben tomarse en los departamentos de Trabajo e Industria.

Formación de adultos. El tema es delicado, pues todos los informes sitúan una de las causas principales en las diferencias cualitativas del aprendizaje de los escolares en la formación de sus progenitores. La formación paterna y materna es esencial, pero no es un dato biológico inamovible, puesto que puede ser modificada, como saben ya los países educativamente más punteros, al estilo de Suecia, Dinamarca o Finlandia, que poseen unos datos de formación de adultos que oscila entre el 25 y el 35%, a años luz de los porcentajes locales.

Educación infantil. Frente a los países más avanzados educativamente, que saben que la gran inversión económica debe hacerse en la formación entre 0 y 3 años, en España, donde la escolaridad obligatoria no empieza hasta los 6 años, la situación es casi un desierto.

Doble red. Sobre este tema, tenemos la piel muy fina: a pesar de que todos los estudios recientes constatan un abandono masivo de la escuela pública, sobre todo en las ciudades, por parte de las clases medias, nadie parece atreverse a acometer los problemas que plantea la doble red de escolarización. Debe garantizarse la diversidad de la oferta educativa, pero sin que ello vaya en detrimento de la escuela pública. Por citar el caso más flagrante: la distribución del alumnado extranjero, sólo en Catalunya, cuatriplica su presencia en la red pública respecto de la privada.

Pero estos problemas no son los únicos, hay más, todos todavía pendientes: la enseñanza eficaz de las lenguas extranjeras; la integración de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones en los procesos educativos; la discusión a fondo de la democracia interna y participativa en los centros, así como su autonomía en la definición de proyectos pedagógicos propios. En todo caso, el futuro no empieza mañana. Como sugería el título de una película francesa extremadamente sensible a los problemas esenciales de la educación: esto empieza hoy. No se trata de una cuestión gremial, que afecte sólo a los docentes. Es un problema social y político. Nos afecta a todos. Y todos debemos arremangarnos. Hoy, mejor que mañana. Empezando por las instituciones políticas, que continúan mirando hacia otro sitio. No es posible tanta ceguera.

27-II-08, X. Antich, culturas/lavanguardia