(partitocracia:) īLos mocasines de las tres lunasī, Mārius Carol

Poco antes de las elecciones que disputaban Jimmy Carter y Ronald Reagan, entrevisté a Jesús Hermida, que acababa de volver de la corresponsalía de TVE en Nueva York. En aquellos días de 1980, Hermida resultaba una referencia, pues TVE era la única televisión del país y Manhattan era poco menos que un sueño televisado. Así que el cronista del poderoso flequillo se percibía como un gurú accsible, y Estados Unidos constituía un país que, a las gentes de mi generación, nos fascinaba culturalmente pero menospreciábamos políticamente. Recuerdo que le pregunté cómo el imperio americano podía tener como alternativas electorales un cacahuetero de Georgia y un actor de la serie B. Hermida me miró escépticamente y me soltó un proverbio indio: "Antes de juzgar a una persona (o a un país) camina tres lunas en sus mocasines".

El pasado fin de semana, viendo la tremenda vitalidad de las primarias norteamericanas, que contrasta con la encorsetada campaña electoral española, he acabado por pensar que debo de haber andado con mocasines durante tres lunas, porque empiezo a pensar que el sistema electoral en Estados Unidos, con todas sus imperfecciones, permite el contraste de ideas como pocos y consigue una idónea selección de candidatos más allá de la estructura de los partidos. Un dato parece claro: un personaje como Obama sería impensable que irrumpiera de forma imprevista en el sistema electoral español, donde el estado mayor de los partidos decide el candidato en función de su propia dinámica interna, independientemente de lo que demande la propia sociedad. En realidad, aquí no podía emerger ni siquiera un individuo como Sarkozy, pues hay que recordar que el favorito de Jacques Chirac, jefe de la UMP y ex presidente de la República, era Dominique de Villepin, pero el debate interno acabó por inclinarse por un hábil outsider con tirón en la calle .

Por otro lado, Hillary Clinton y Barack Obama han mantenido diecinueve debates durante más de cuarenta horas en las pantallas de televisión, debiendo responder a las preguntas más aceradas y a las más estúpidas, repasando todo tipo de cuestiones que afectan a su visión del mundo y a su propia vida. En su último encuentro televisado, en Texas, el trío de entrevistadores no dejó que Clinton se fuera por las ramas cuando le preguntaron si se sentaría a hablar con el presidente cubano. En España hemos vuelto a los debates después de quince años y con un manual de instrucciones que los desvirtúa.

El corsé de las listas cerradas, la esclerosis de los partidos y la robotizaciones de los debates son tres estigmas de nuestra democracia. Y eso es difícil de solucionar, porque aquí el problema no es de mocasines, sino de sillones; los primeros sirven para caminar, los segundos para apoltronarse. Las lunas que hagan falta.

26-II-08, Màrius Carol, lavanguardia