´Obama y los de aquí´, Xavier Bru de Sala

Qué duda cabe, España es el país de Europa más sensible y receptivo a los vientos que soplan de Estados Unidos. No importa la falta de reciprocidad. No estamos en la lista de los cuatro o cinco europeos que más cuentan para la Administración de Washington, en parte porque somos casi unos recién llegados al club de los países democráticos y avanzados, pero sobre todo por los exagerados vaivenes de posicionamiento en el tablero internacional, y dentro mismo de Europa. ¿Cómo te vas a fiar de un país que te envía o te quita tropas y apoyo según gane el PSOE o el PP? ¿Cómo tenerlo en consideración prioritaria si primero está muy cerca del núcleo duro de Europa, después se sale para meterse en la estela de Gran Bretaña y luego vuelve donde estuvo, pero sin la convicción anterior? A medio plazo y visto desde fuera, España no es un país previsible en no pocas cuestiones para otros fundamentales.

Cuanto menos previsible, menos fiable. Es algo que perjudica pero que deberemos soportar hasta que, en un día que no se vislumbra, a los líderes políticos les dé por trabajar en un pacto sobre política exterior.

Eso se explica, en buena medida, por la falta de tradición democrática, que se traduce en menor asentamiento y enraizamiento, no de la propia democracia, que está encauzada en una vía sin marcha atrás, la europea, sino por una mayor volatilidad de las formas y costumbres de la propia vida democrática. En este sentido, el resto de países de la que fue Europa de los Quince nos lleva decenios de ventaja. Esa misma falta de acrisolamiento, la que vuelve singulares e intransferibles las que podemos llamar democracias nacionales - todas las del entorno menos la nuestra- nos convierte en un país menos seguro de sí mismo. Esta inseguridad puede compararse a una moneda de dos caras, o más bien dos cruces: España es muy poco reformista. Se lanza a navegar por corrientes y vientos ajenos en vez de intentar generar los propios. Lo dicho hasta aquí es conveniente, además de útil, en cuanto no ande equivocado, para que no les choque la siguiente tesis: del mismo modo que España fue el único país europeo donde el movimiento neoconservador fue trasplantado con éxito - hasta el punto de que estando la central americana en bancarrota, la franquicia hispana sigue tan campante- en el próximo futuro, y de no quedar cercenado

Barack Obama antes de llegar al poder, la tendencia ideológica dominante será la obamitis, el obamismo, o como quieran llamarle (mientras no sea obamamanía). Desde luego, que según mi más firme punto de vista, la obamitis u obamismo va a sentar mucho mejor, tanto a nosotros como al mundo.

Por poner un ejemplo muy reciente, si la onda ya le hubiera llegado, el comportamiento de Zapatero en el debate hubiera sido radicalmente distinto. Aun teniendo la credibilidad por los suelos y no representando nada nuevo, al contrario del candidato estadounidense, el líder del PSOE podría casi renacer de sus engaños si se reencontrara consigo mismo unos años atrás, porque entonces, en su núcleo personal, algo había de lo que ahora se está imponiendo - y de qué modo- con el avance del fenómeno Obama. Por si acaso, le recomendaría, y a ustedes, emplear este fin de semana - no lo demoren al siguiente, porque habrá pasado el próximo martes, crucial en las primarias- en empaparse del libro La audacia de la esperanza, cómo restaurar el sueño americano,escrito por el candidato antes de lanzarse al ruedo de la campaña.

Es un libro imprescindible, llamado a cambiar muchas cosas en el mundo, empezando por la propia lucha política, la ética del poder, la coherencia, la puesta al descubierto por uno mismo de sus dudas o sombras a la luz de sus luces. No es lugar para resumir la multitud de tesis que reúne Obama en un auténtico corpus regeneracionista. Baste con empezar aportando esta arriesgadísima idea suya: se puede triunfar en política sin volverse un canalla o un sinvergüenza. Aunque uno no lo sea o no se vea como tal, la jauría de los asaltantes y merodeadores del poder, o sea, el grueso de los políticos, clava tantas dentelladas que a todo profesional de la política le van creciendo los colmillos, y con ellos la nariz. Entre los de aquí - y los de allí- parece imposible no sucumbir sin armarse de unas buenas fauces, tanto para tragar como para morder. Pues no, Obama se rebela, y empieza mostrando sus debilidades, dudas y errores antes de que otros las descubran. Así sigue siendo humano, pero además consigue otra cosa, hasta ahora inédita, que los golpes bajos e insultos se vuelvan boomerangs que dan en quien los ha lanzado.

El fenómeno Obama es incipiente y puede truncarse. Pero de todos modos ayuda, ni que sea por contraste, a desenmascarar a buena parte de los líderes españoles del barro con el que se embadurnan, no sólo unos a otros, sino cada cual a sí mismo sin el concurso de los rivales. Qué pena tener que esperar una ola regeneracionista, con la tradición que teníamos en este sentido, pero que de otro modo permanecería olvidada por completo y para siempre.

29-II-08, Xavier Bru de Sala, lavanguardia