´Sobre la inutilidad del voto en blanco´, Sergi Pāmies

Si yo votara en blanco, recordaría los tiempos en los que nadie nos hacía caso o nos trataba con un desprecio y una superioridad insultantes. Hoy, en cambio, el voto en blanco puede presumir de haberse convertido en una amenaza. Tres ejemplos: a) Esquerra Republicana llama a los electores más críticos a no votar en blanco, b) el ex presidente Jordi Pujol afirma que, en la situación actual, es una opción inadmisible, y c) otro ex presidente, Pasqual Maragall, anuncia su deseo de votar en blanco.

De los tres síntomas, el más alarmante es el último, ya que se da la circunstancia de que algunos de los que militan en el voto en blanco empezaron a hacerlo precisamente por culpa de las peculiares actuaciones políticas de Maragall.

Si yo votara en blanco, no cometería el error de despreciar a los abstencionistas. Por más que se les acuse de pasar de todo, su postura es inequívocamente democrática y, en ocasiones, los que votan en blanco deciden abstenerse en función de la intensidad de su decepción y su cabreo. Para el tópico, el abstencionista es un tipo sin principios ni escrúpulos, que renuncia a su derecho a votar y prefiere tumbarse a la bartola o quedarse en la cama en lugar de participar activa y apasionadamente en la GFDLD (Gran Fiesta De La Democracia). En realidad, los motivos para no ir a votar son casi infinitos, y algunos tienen que ver con la fragilidad de la participación política y, sobre todo, con lo estéril que resulta votar a según quien.

Los que votan en blanco prefieren el gesto testimonial a la abstención porque creen que así se visualiza mejor su discrepancia. Es una visualización relativa, ya que todavía no se ha logrado que la suma de votos en blanco se traduzca en un escaño vacío, que avergonzaría a sus señorías y les recordaría la necesidad de mejorar la credibilidad del sistema.

Tal como está considerado en la legislación actual, el voto en blanco es una opción discriminada, probablemente porque así los políticos convencionales pueden seguir diciendo que se trata de un voto inútil y una extravagante frivolidad. No hagan caso: es el último intento - desesperado, demagógico y torpe- de desactivar un movimiento individualista que, convertido en colectivo, obtendrá unos resultados nada despreciables. Tacharlo de inútil es un acto de cinismo, ya que, si yo votara en blanco, recordaría las veces en las que voté unas siglas determinadas que ni respetaron sus compromisos electorales, ni actuaron en función de los intereses colectivos sino de los de su partido (por no hablar de la patológica opacidad de sus cuentas).

Para voto inútil, el que tantas veces le dimos a un diputado que luego se limitó a seguir la militarizada disciplina de partido y que, antes de votar, miraba al portavoz para saber si tenía que pronunciarse a favor o en contra (probablemente la escena más triste de la vida parlamentaria). Para voto inútil, el que tantas veces le dimos a diputados que, en momentos trascendentes, patearon ruidosamente los escaños, armaron broncas y exhibieron una falta de respeto y de educación que nunca demostraron durante sus angelicales e hipócritas campañas.

Para voto inútil, el que luego sirve para mantener posturas contradictorias, como ser oposición y gobierno al mismo tiempo, o escudarse en los pactos para justificar metamorfosis más aparatosas que las que sufría el kafkiano Gregorio Samsa (progresistas que, una mañana, se despertaban convertidos en conservadores - y viceversa-).

Puede que, en efecto, el voto en blanco no sirva para nada. Y ya asumiremos las culpas que nos echarán cuando descubran que les faltan votos para llevar a cabo sus delirios de grandeza excluyente. Y puede que, en esta ocasión - y sin que sirva de precedente-, tengamos que asumir, con deportividad y resignación, que Maragall sea uno de los nuestros.

Pero, en un contexto de renuncias y males menores, en un paisaje en el que se vota más en contra de otros que a favor de los tuyos, rodeados de mensajes que nos tratan como si fuéramos imbéciles, no deja de ser un saludable privilegio votar siguiendo, exclusivamente, los designios de tu consciencia.

6-III-08, Sergi Pàmies, lavanguardia