"Fanatismos", Joan de Sagarra

Qué opinión tienes del desgraciado asunto de las caricaturas del profeta Mahoma publicadas en un periódico danés?", me pregunta un colega en la barra del Boadas. Todo el mundo habla, opina sobre esas caricaturas. En los periódicos, en las tertulias de la radio, en las televisiones, no se habla de otra cosa (amén del Estatut, el tabaco, la guerra de las tabaqueras, y de la actual situación del Barça y el Madrid).

Esas caricaturas ¿son una provocación, una falta de respeto, una estupidez? En primer lugar, son unas caricaturas y como tales no deben extrañarnos: siempre las ha habido y siempre las habrá. Aunque sean del profeta Mahoma. Aquí, en nuestra sociedad, siempre que ha sido permitido, es decir, cuando ha habido eso que se llama libertad de prensa, los símbolos religiosos han sido motivo de burla, más o menos graciosa, en tal o cual revista o publicación satírica. Ese Mahoma con una bomba en el turbante, un Mahoma terrorista, podría muy bien haberse publicado en El Papus,en Por Favor o en El Jueves.O incluso en las viñetas de tal o cual periódico. Y cuando no había libertad de expresión, es decir, durante el franquismo - cuando en las iglesias, el domingo de Ramos, íbamos a matar jueus con una carraca-, podían muy bien haber aparecido en tal o cual periódico del Movimiento, siempre y cuando unos moros nos hubiesen tocado los cojones para utilizar el lenguaje de los cuarteles, en, pongamos por caso, Sidi Ifni.

Yono hubiese publicado esas caricaturas, pero una vez publicadas, no tengo más remedio que solidarizarme con sus autores y con el medio en el que aparecieron, porque de otro modo no estaría defendiendo el derecho a la libertad de expresión, aunque el caricaturista y los responsables del periódico danés hayan hecho un mal uso, por decirlo así, de la libertad de expresión. Y con mayor motivo cuando esa gente recibe amenazas y se atacan las legaciones danesas, y no sólo danesas, en el extranjero y se ocasionan muertes. ¿Cómo no voy a solidarizarme con esos colegas daneses cuando yo estaba en la redacción de El Papus la mañana en que estalló una bomba? Y hubo un muerto, el conserje.

Dicho esto, lo que me sorprende es la reacción de ciertos jefes de Gobierno pidiendo disculpas. Comprendo que las pidan, y así lo han hecho, los responsables directos de las caricaturas. Podrían no haberlo hecho, pero lo han hecho. Bien sea porque se sienten culpables de haber ofendido a millones de miembros de una religión para los que la figura del profeta Mahoma es sagrada y no admite caricatura alguna, bien sea porque tienen miedo de sufrir cualquier tipo de represalias.

No es la primera vez que los jefes de Gobierno piden disculpas. En 1980, una cadena de televisión británica emitió un documental sobre la lapidación de una princesa saudí acusada de adulterio. El gobierno de Riad puso el grito en el cielo y el gobierno británico pidió excusas. Eso es ridículo. Eso es darles alas a los lapidadores y hacerles un flaco servicio a las "adúlteras" saudíes. Y como este caso podría contarles una docena más.

Me argumentarán que el caso de las caricaturas es distinto. Que no todos los islamistas son terroristas, y es cierto, tan cierto como que el integrismo y el terrorismo islamista utilizan al Profeta como y cuando les conviene. No hay que olvidar que las caricaturas se publicaron en un periódico danés el 30 de septiembre y el escándalo no se produjo hasta que el imán Ahmed Abu Laban, el máximo representante de la comunidad musulmana de Copenhague, las difundió entre las comunidades islámicas de El Cairo, de Arabia Saudí y del emirato de Qatar. ¿Y quién es ese Ahmed Abu Laban? Pues no es otro que el mismo que después del ataque a las Torres Gemelas se despachó con elogios a Bin Laden y los talibanes. El mismo que el 21 de agosto de 1994 después de la matanza de siete monjes y un grupo de turistas en Argelia declaraba a un periodista del Jyllands-Posten,el mismo diario danés en que aparecieron las famosas caricaturas: "Los turistas propagan el sida en Argelia, del mismo modo que hacen los judíos en Egipto". El imán Ahmed Abu Laban, digámoslo sin rodeos, es un acérrimo partidario de la guerra santa contra los incrédulos. "Hay que combatirlos, matarlos, lapidarlos", eso es lo que piensa de nosotros, los no creyentes (en su fe), y así lo manifestó en el mes de febrero de 1995 en Milán, en el noveno congreso de la mezquita del viale Jenner, el imán Ahmed Abu Laban, al que las autoridades danesas han dado acogida.

Una cosa es el respeto a las religiones, otra el derecho a la libertad de expresión - en un estado democrático-, y otra saber con quiénes te la juegas. El fanático Ahmed Abu Laban no persigue otra idea que la de eliminarnos, borrarnos de la faz de la tierra. Y eso no tendría que escandalizarnos, porque el fanatismo, el integrismo y el terrorismo no son una exclusiva de ciertos grupos islamistas.

¿Quién se acuerda de los hermanos Finaly? Yo viví de niño y de adolescente el drama de los hermanos Finaly, con pasión, con angustia. Los hermanos Finaly eran dos: Robert y Gérald, nacidos en Grenoble en 1941 y 1942, respectivamente. Eran hijos de un matrimonio de judíos austriacos que llegaron a Francia huyendo del nazismo. En 1944, los padres fueron detenidos por la Gestapo y mandados a un campo de exterminio. Nunca más se supo de ellos. Los dos niños, judíos, hijos de padres judíos, son confiados a la comunidad de las hermanas de Nuestra Señora de Sión, en Grenoble. Posteriormente son puestos bajo la protección de la directora de la guardería municipal de San Bruno, la señorita Antoniette Brun, que va a ocuparse de ellos con encarnizada devoción.

Lo primero que hace la señorita Brun, que después fue calificada de "sainte femme" por François Mauriac, es bautizar a los niños y colocarlos en un par de familias católicas. En 1948, una tía de los niños residente en Israel, la señora Rosner, inicia las gestiones para recuperar a sus sobrinos y llevárselos a vivir con ella. Y empieza el affaire Finaly. Desde 1948 hasta 1953, fecha de su marcha a Israel, el mundo vivió pendiente de la suerte de los hermanos Finaly. Un caso que empezó con un bautismo fraudulento (los niños eran menores de edad), pero para la Iglesia no menos válido. Un caso aupado por la ONU, la Liga de los Derechos Humanos, el sionismo internacional, el Vaticano, el Estado francés, la Iglesia de Francia... y el Gobierno del general Franco. Porque los huérfanos Finaly, para evitar su entrega a sus familiares, fueron secuestrados y entregados con falsas identidades a monjes vascos, de Bayona, que, al verse amenazados, hicieron que los niños cruzaran, a riesgo de sus vidas, la frontera franco-española y encontraran refugio en familias y conventos del País Vasco español. Y una vez en España, el ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín Artajo, se negó a entregar a los niños a sus familiares. "Y aunque quisiera - dijo el ministro- no podría, porque el mismo general Franco se niega a ello". Al final, prevaleció el criterio del nuncio, monseñor Cicognani, avalado por el Vaticano, que veía perdida la guerra: los niños fueron devueltos a Francia (el Tribunal de Casación francés había dictado sentencia y la Iglesia no podía permitirse el lujo de hacer el ridículo, al contrario del general Franco, "tan católico", como decía el abad Escarré), y de Francia pasaron a Israel.

Los hermanos Finaly fueron víctimas de la piedad de la fanática señorita Brun, del mismo modo que la piedad del fanático Ahmed Abu Laban no persigue otra cosa que exterminarnos. Por incrédulos, porque propagamos el sida o nos da por hacer caricaturas. Y el bueno de Bush, y no es el único, pidiendo disculpas.

lavanguardia, 12-II-06