´La cruz y la enseņa´, Anton M. Espadaler

Las primeras veces que Salvador Dalí, ya plenamente surrealista, expuso en Barcelona, recibió pocas críticas favorables, pero una de ellas se debió al ojo certero de alguien que entonces cortaba el bacalao, Francesc Pujols, metido también a crítico de arte. Dalí se lo agradeció por persona interpuesta y, devolviéndole el cumplido, Pujols le mandó el siguiente recado: "Dígale al señor Dalí que a mí me conviene estar a buenas con la realidad". No sé si para el arte, pero para las cosas de este mundo no creo que sea un mal consejo. Y para las cosas del fútbol, que en principio no deberían escapar a ciertas reglas, menos.

Lo digo porque todavía no salgo de mi asombro después de ver la camiseta que lució el Sevilla para enfrentarse al Fenerbahçe de Turquía. Como todo el mundo recordará, se armó un lío de mucho cuidado cuando el Inter, para celebrar su centenario, se presentó en el campo de este mismo equipo con una cruz - la de san Jorge, que es la de su ciudad, Milán- en la camiseta. El caso no pasó a mayores, pero a los dirigentes de la UEFA se les pusieron los pelos de punta. Y con razón: ya sólo faltaría que a base de genialidades de este tipo se convirtiera el deporte en campo de batalla para el islamismo militante, con el agravante muy elevado de conseguir un rendimiento propagandístico altísimo.

Así las cosas, aunque aparentemente calmadas, hete aquí que el Sevilla, efectuando un gesto que no sé cómo calificar, se puso una camiseta nunca vista, con una cruz que triplicaba en grosor la de los italianos, y recibió a los turcos como si nada. No sé cómo se lo tomaron en Turquía, pero imagino que el abogado de Constantinopla que montó el sacramental cuando les visitó el Inter de Milán debe de estar de los nervios. Claro que a lo mejor pensó que esta vez no valía la pena insistir en el argumento, porque ya les había puesto sobre aviso el mismo Sevilla cuando fue capaz de presentarse en Turquía con un uniforme que ni el mismísimo equipo de Roberto Alcázar y Pedrín.

El ejemplo confirma una opinión bastante extendida en el sentido de que el fútbol tiende a ir a su bola y le gusta empadronarse en galaxias extravagantes y lejanas. Ahora bien, como el ejemplo de Pujols sugiere todo lo contrario, no está de más preguntarse qué opina la afición sevillista. Quiero decir si está de acuerdo con que su presidente, como está haciendo esta temporada, vaya sacando camisetas una tras otra, a cuál más explosiva, y lance a su equipo a competir por ahí conjugando el verbo españolear en el cristiano de la reconquista, en todos sus tiempos y en cada pelota.

Naturalmente el señor Del Nido es de los que se ponen muy serios cuando dicen que el fútbol ha de estar apartado de la política, pero de un tiempo a esta parte no hay más remedio que reconocer que él no está haciendo otra cosa con el club que preside. Y como no creo que todo eso sea gratuito ni fruto de la casualidad, me pregunto qué pretende con ello.

Sobre todo si se confrontan las ideas que se desprenden de tales alardes, que son de un reaccionario que tumba de espaldas, con el juego que hace el Sevilla, que es en cambio estéticamente atractivo y a todas luces moderno. Tal vez sea que chocan sin disimulo dos realidades: la estrictamente futbolística, sin discusión de corte europeo, y la de la camiseta, que responde a una mentalidad nacionalista, ajena a todo, y hasta enfrentada a los debates del mundo, como enseña la sorprendente anécdota de los turcos.

O tal vez, el señor presidente del Sevilla aspire a convertir al club en enseña de una españolidad que por ahora parece propiedad exclusiva del Real Madrid, y, en su defecto, de la selección. Y todo ello, quizá, para preparar el salto a la escena pública. Hay sonados precedentes.

12-III-08, Anton M. Espadaler, lavanguardia