ŽLa actualidad de ChinaŽ, Rafael Poch

China es el tercer país del mundo en extensión y el más poblado: la quinta parte de la población mundial vive en ella. Como India y la antigua Unión Soviética, es un "país-mundo" que contiene muchas realidades y no puede describirse con una sola pincelada. Al mismo tiempo, China es mucho más homogénea y menos plural que los dos citados. Los chinos Han representan más del 90% de su población. Salvo en las regiones periféricas de Xinjiang, Tibet y Mongolia, y el rosario de unas 50 pequeñas minorías, el mundo chino presenta una unidad, cultural, idiomática y demográfica, mucho más firme. Su cultura es antigua y compleja. Es un bosque en el que resulta fácil perderse. Hasta hace poco, se consideraba que la matriz de China fue el curso medio-bajo del Río Amarillo. Hoy se habla del Río Amarillo como "principal centro" de un proceso que tuvo otras fuentes en el Yangtzé, e incluso en Sichuan.

Norte/Sur – Este/Oeste
Hay un gran contraste entre la China del Norte y la del Sur. El Norte de China es tierra de agricultura de secano cerealística, mientras que el sur es zona de regadío y arroz. El norte ha solido dominar políticamente el país, aportando el sentido político de estado y la cohesión (el dialecto de Pekín, es la lengua franca de China). El sur es económicamente más rico y comercial, y también más clánico y sensual. Desde el punto de vista de la historia remota, el contraste Norte/Sur es principal, sin embargo para la realidad contemporánea la división fundamental del país no es Norte/Sur, sino Este/Oeste, porque es sobre ese eje donde se aprecian los grandes desequilibrios internos y territoriales del país.

En el Este se encuentra la China relativamente llana, densamente poblada, agrícola y Han. Desde el punto de vista de las creencias, esa "China castiza" del Este ha sido confucionista, y taoísta, con elementos del budismo mahayana y de cultos locales. Hasta la Dinastía Ming (1368 1644), ese oriente chino se correspondía con la China imperial. La China del Oeste es étnicamente más mestiza y diversa. Los Han conviven allá con mongoles, túrquicos, tibetanos, y otros, de tradiciones religiosas de budismo lamaísta e islam. Es una China mucho más montañosa, desértica y pastoril, que no se fusionó políticamente al imperio chino fundamentalmente hasta la dinastía Qing (manchú), sobre todo en el XVIII, cuando muchos de sus territorios comenzaron a sufrir una intensa sinificación.

La República Popular es un estado Han y se comporta como tal. No es una seudo federación, como India, y carece de Repúblicas Nacionales como la URSS y la Federación Rusa (solo "regiones autónomas"). La actitud china hacia los pueblos vecinos ha sido aceptarlos benevolentemente en su superior civilización, siempre que hubiera disposición a convertirse en chinos. En ausencia de esa disposición, la diferencia tendía a verse como algo negativo. En la China actual, hay dos grandes y claros problemas nacionales, los de tibetanos y uigures, que crean fuertes tensiones.

China desde la "provincia mental"
A lo largo de la historia, China ha sido importante por diversas razones y circunstancias, pero hoy China es importante por su actualidad, una actualidad histórica. Me refiero al hecho de que China es hoy el país que más claramente expresa y contiene dilemas y problemas planetarios. China es la vanguardia del mundo en desarrollo, la sociedad que mejor expresa los anhelos e intentos de la mayoría pobre del planeta por dejar de serlo, y un referente crucial para la mayoría (en desarrollo) de la población mundial porque, aparentemente, lo está consiguiendo.

La actualidad de China es difícil de comprender para quien observe el mundo desde la imagen dominante que Occidente tiene de si mismo. Desde esa provincia mental, China puede reducirse a un gran y espectacular "crecimiento" mantenido desde que el país optó por fórmulas de mercado, hace más de un cuarto de siglo. La principal consecuencia de ese fenómeno es la leyenda de la "próxima superpotencia" y el comentario, tan grabado en la conciencia europea y particularmente popular en la España actual, de que, "los chinos se nos van a comer".

La mentalidad de fondo que subyace a esa visión, es que no es pensable un mundo sin "jefe", y que, en buena lógica occidental, tal jefatura solo puede ser imperial y agresiva. El cálculo acerca de quien sube y baja en el mundo, es una liga por ver quien ocupará ese trono en el futuro. Si, por primera vez en cinco siglos, el nuevo jefe va a ser, como se nos dice, alguien de fuera, externo a la cultura europea, hay que prepararse a lo peor, porque ellos harán lo mismo, o algo parecido, a lo que nosotros les hicimos en el pasado, de acuerdo al natural ejercicio imperial de la jefatura. Como dice el proverbio, "piensa el ladrón que todos son de su misma condición".

Para los europeos es tentador proyectar su propia historia en China, pero el actual resurgir de este país no es una revancha juvenil, sino un regreso al estatuto secular que tuvo hasta finales del siglo XVIII. Y hasta donde alcanza la vista, esa "futura superpotencia amenazante" va a seguir siendo un país en desarrollo en crisis plagado de problemas.

La China real es un país en desarrollo
Hasta el 2043, la población china seguirá creciendo hasta alcanzar la catástrofe de 1550 millones, al límite de lo que los especialistas dicen que los recursos básicos disponibles podrían soportar. Aumentarán los problemas vinculados a recursos y medio ambiente, pero también disminuirá su "energía vital": para el 2050 el 27% de su población tendrá más de sesenta años. Entre tanto, deberá lidiar con una desigualdad, social y territorial, muy preocupante. Para el 2020 la población laboral de China superará los 900 millones, 300 millones más que el total de la población laboral de todos los países desarrollados. Generar empleo para esa masa, en pleno trance urbanizador, será uno de los grandes desafíos.

En educación, los chinos reciben como media menos de ocho años, el nivel de los americanos de hace un siglo, y menos de un 5% tiene educación superior, cuatro veces menos que en Europa. Con el 20% de la población mundial, China responde solo del 1% del gasto mundial en educación. En sanidad y seguridad social: el 80% de los recursos se concentran en las ciudades. Se estima que la mitad de la población china no puede permitirse asistencia médica en caso de enfermedad. Solo el 25% de la población urbana y el 10% de la rural dispone de algún tipo de seguro médico. 300 millones no tienen acceso a agua potable, y hay 120 millones de casos de hepatitis B.

El sistema político chino, un despotismo benevolente, deberá resolver una complicada reforma que disuelva el actual monopolio de poder, base de la actual estabilidad, e institucionalice alguna formula más pluralista. Pero sólo el 20% de la población china goza hoy de ese nivel de vida a partir del cual en Occidente (y en Japón, en Corea del Sur y en Taiwán, mucho más recientemente) se pudieron afirmar las llamadas democracias. Unido a la extrema debilidad de la sociedad civil, y al carácter chino, frecuentemente inmaduro en lo individual, todo eso da poderosos argumentos a la prudencia y el gradualismo. Ni su experiencia histórica ni su realidad interna sugieren agresivas aventuras exteriores imperiales.

El contenido de la actualidad
Solo quien sepa en qué mundo vive, quien sea consciente del momento de este mundo, y de la necesidad imperiosa de una nueva mentalidad basada en otros valores, sabrá apreciar, y respetar, la actualidad de China.

Los datos son conocidos: somos más de 6.000 millones y seremos más de 9.000 millones a mediados de siglo, acercándonos a lo que se espera sea el "pico demográfico" y límite máximo de capacidad de carga del planeta. Sufrimos una crisis de civilización que se deriva de la relación entre esos dos aspectos de creciente población y desaforado consumo de recursos agotables. Un tercer aspecto, la nueva socialización y disponibilidad de las tecnologías de destrucción masiva, complica el recurso a la guerra, mediante el cual los humanos resolvíamos ese tipo de problemas a lo largo de la historia. Cuando la capacidad técnica de autodestrucción ya puede acabar con toda vida en el planeta, la desigualdad global y el imperialismo se hacen peligrosos. Como sugirió Einstein en los cincuenta, sin cambio de valores -y sin una nueva economía capaz de hacer unas cuentas realistas- no hay salida de esta crisis.

La actualidad de China tiene que ver directamente con esto. Todos los problemas de la crisis mundial están contenidos en ella. Su relación entre población y recursos es la más crítica. Los éxitos chinos de los últimos 27 años se han realizado sobre modelos en crisis, lo que contiene sospechas de que hay muchos desastres contenidos en ellos. La extraordinaria transformación que experimenta la China contemporánea tiene algo de esquizofrénico: aúna industrialización y desindustrialización, conjuga el desarrollismo con su crítica, el "enriquecerse es glorioso" con la preocupación por la armonía y la disolución de valores, y le obliga a experimentar con sus principales estrategias de modernización. La conciencia de que todo se puede torcer súbitamente es muy viva entre los dirigentes chinos, que perciben y definen su sistema como algo profundamente imperfecto y abierto al cambio (nada que ver con la URSS anterior a Gorbachov). Lo más esencial de la estrategia china de modernización, la urbanización (el mayor proceso de urbanización de la historia) y la apertura a la economía global, es objeto de debate.

En ningún lugar del mundo el modelo de desarrollo está más determinado por el dilema energético. La expansión desarrollista china evidencia la inviabilidad de la economía mundial inventada por Occidente. China tiene la proporción de tierra cultivable per cápita más crítica del mundo: menos de la mitad de la media mundial, ocho veces menos que en Estados Unidos y la mitad que en India. Con solo el 6% de la tierra cultivable del mundo, da de comer al 22% de la población mundial. Sus equilibrios son críticos e ilustran un dilema planetario. Ahí es donde aparece el otro gran dato de la actualidad de China: su demostrada capacidad de sobrevivir.

Preguntas
Sobre esa unidad y homogeneidad de China que antes hemos citado, se inscribió la tradición civilizatoria, cultural y política, más longeva del planeta. Comparada con la de Occidente, la tradición china resalta por la ausencia de grandes rupturas y su continuidad. La continuidad civilizatoria y política de China, con sus altos y bajos, dispersiones y unificaciones, es única. La actual República Popular, es heredera de una tradición política continua de dos mil años y de una civilización de cuatro mil. Es como si en nuestros días existiera el imperio romano como entidad política, o como si el Egipto faraónico hubiera mantenido su identidad cultural. Y el ideólogo mas "formativo" de esa tradición, Confucio (551-479 A. de C.), es un coetáneo de Sócrates y Herodoto que en aquellos tiempos ya llamaba a respetar el orden superior de las antiguas tradiciones...

Así que las preguntas se imponen; una nación tan antigua y única en su demostrada capacidad de sobrevivir, que hoy resume y contiene, como ninguna, los dilemas existenciales de toda la humanidad, ¿puede ser observada con vehemencia y sin respeto?; ¿debe ser objeto de arrogante aleccionamiento, o sujeto de intercambio y observación?; ¿no tendrá esa anciana alguna receta que aportar, con miras a resolver la crisis global?.

Tradiciones chinas como la de meritocracia, la concepción del gobierno como el arte de evitar conflictos, la prudencia y la experimentación, y la racionalidad que se desprende de la ausencia de prejuicios religiosos, ¿podrían aportar algo a la transición energética mundial que nuestros hijos vivirán de pleno?; ¿a la quimera del conflicto de civilizaciones?, ¿a la proliferación de los recursos de destrucción masiva animada por las principales potencias de Occidente?... Los desafíos del siglo imponen cambios del modo de vida. La civilización de la crematística y la codicia no podrá ser superada sin cambios de valores, sin recuperar el magnífico ideal de la nivelación social -desprovisto de toda la barbarie antihumanista que China y Rusia aportaron en nombre de aquella en el Siglo XX-, sin "el espíritu de Buda y Francisco de Asís", como decía Arnold Toynbee. ¿Qué aporta la tradición china a todo eso?.

13-III-08, Rafael Poch/diariodePekin, lavanguardia