´Periferia china´, Francesc- Marc Álvaro

Cuando Spielberg renunció a colaborar con los Juegos Olímpicos de Pekín a causa del papel de China en el genocidio de Darfur, pensé que el cineasta norteamericano hacía un gesto aparentemente noble pero, a la vez, ridículo e incoherente. Cuesta de comprender que la decencia del gremio intelectual y artístico sea más sensible a los efectos de la complicidad china con el Gobierno genocida de Sudán que a la propia naturaleza opresiva y criminal de la mayor dictadura mundial, que es también el mayor mercado en expansión, dato este que rige la razón amoral de las cancillerías occidentales; en cambio, ello no debería regir la actitud de aquellos que se ganan la vida con sus ideas. Desde entonces, una película como La lista de Schindler,que se ofrece como un gran fresco sobre la shoah,puede ser interpretada como una impostura de Spielberg, un tipo listo pero incapaz de comprender que el mal que el régimen chino genera en África no es más que un corolario del mal que aplica a los propios chinos. O a los tibetanos, que, desde 1950, viven bajo ocupación militar y son víctimas de un planificado genocidio cultural.

Las últimas protestas en Tíbet sirven para que muchas personas de buena fe se den cuenta de cómo es, en realidad, el poder chino, esa nomenclatura que adopta un singular ultracapitalismo salvaje sin cambiar para nada su matriz política totalitaria. Mucha gente lo entenderá ahora, aunque siempre hay aquellos para los cuales el dolor del mundo sólo está en una parte, caso de los organizadores de las manifestaciones "contra la guerra" de anteayer sábado en varias ciudades españolas. Esas almas puras protestaron contra la invasión de Iraq, reclamaron la retirada de las tropas españolas de Afganistán y Líbano, se pusieron (sin vergüenza) del lado de la peligrosa dictadura iraní, pero, en su geometría moral variable, se olvidaron de los tibetanos, como acostumbran a olvidarse de los chechenos, de los cubanos o, como ocurrió hace pocos años, de los bosnios, acaso porque el genocida serbio de turno les seducía tanto como hoy les encantan Castro y Ahmadineyad. El compromiso moral de algunos movimientos sociales es tan o más cínico que el de los estados.

¿Por qué nos quedamos en la periferia del drama chino? China merece condena por Darfur y por Tíbet, pero no perdamos de vista lo sustancial, que es la naturaleza totalitaria del país más poblado de la Tierra. Que Estados Unidos y la UE relativicen hoy el perfil dictatorial de China, como relativizan el régimen teocrático de Arabia Saudí o relativizaron ayer las dictaduras militares en Sudamérica, no borra lo evidente. Para los que no somos diplomáticos ni nos debemos a una estrategia de penetración comercial, la única verdad es que los Juegos Olímpicos de Pekín de este verano serán, en esencia, como los que Hitler inauguró en Berlín en el año 1936.

17-III-08, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia