´Aún hay clases (de dictaduras, al menos)´, Quim Monzó

Durante décadas fue costumbre en el mundo occidental condenar las dictaduras de derechas. En mi juventud se condenaba la de Pinochet, y la de Videla, y se hacía con pose heroica. En cambio, se guardaba un silencio absoluto sobre la de Cuba. Nadie que estuviese à la page se atrevía a censurarla, y muchos incluso la disculpaban. Disculpaban la persecución de los homosexuales, disculpaban que en las cárceles se pudriesen todas aquellas personas que no estaban de acuerdo con la sacrosanta norma del socialismo o muerte,disculpaban todos y cada uno de los atropellos de Castro a los derechos humanos.

¿Era porque el acento caribeño nos parece más sabrosón que el acento lánguido del Cono Sur? (Por cierto, ¡qué ganas tenía de escribir un día eso de Cono Sur!)Pues puede que sí, que el acento ayudase, pero lo que sobre todo sucedía era que el imperio de los progres no permitía disidencia alguna. El camarada Fidel era un compañero y todos los jóvenes (y no tan jóvenes) que buscaban playas bajo los adoquines no podían dejar de mostrarse solidarios con aquella Causa Noble. Acertadamente, los librepensadores les recriminaban esa doble moral.

El caso de China es aún más peculiar. Pisotea las libertades sin ningún problema. Hace y deshace como le parece, se pasa los derechos humanos por el forro, ocupa Tíbet, para romperle la estructura nacional lo llena de colonos chinos, y mata a quien se digne protestar. Pero a China no la condena casi nadie. Y quien la condena lo hace con la boca pequeña. Que con esa boca pequeña la condenen (un poquito) los viejos comunistas - hoy reconvertidos en ecosocialistas, o lo que dé para ir tirando- es comprensible. Pero es que incluso los conservadores disimulan y miran para otro lado. ¿Qué prerrogativas tiene China para hacer lo que le venga en gana sin que ni la vieja izquierda ni la vieja derecha digan mucho? Pues la de que ha sabido combinar lo peor de ambos mundos.

Ahora han salido todos a proclamar que ni hablar de boicotear los Juegos Olímpicos de Pekín. Angela Merkel dice que no se le ocurra a nadie. Lo dice también la Unión Europea. Y Australia. En un claro ejemplo de lo que es poner la mejilla izquierda cuando te han rebanado la derecha con una sierra eléctrica, el mismísimo Dalai Lama pide que no haya boicot. Ante ese panorama, sólo aparecen, aquí y allá, algunas voces aisladas: Jack Lang, Bernard-Henri Lévy, Mia Farrow, el inevitable Richard Gere... Vaya plan, francamente.

Pues, a mí, tanta mansedumbre me cansa. A lo tonto a lo tonto llevamos ya más de dos décadas sin ningún boicot a ningunos Juegos. Si no me equivoco, el último fue el de 1984, y empiezo a añorarme. Tanta armonía (tanta hipocresía, tantos muertos bajo la alfombra) apesta.

20-III-08, Quim Monzó, lavanguardia