(Oriente Medio:) ´El dilema del rey´, Xavier Batalla

La invasión de Iraq, iniciada el 20 de marzo del 2003, ha cambiado Oriente Medio. Iraq pertenece al Creciente Fértil, un arco geográfico que se extiende desde los confines de Egipto hasta los límites occidentales de Irán, incluida Turquía, y los dirigentes baasistas de Bagdad siempre soñaron con la unidad política de esta región, de la que la capital iraquí debería ser el centro. La invasión encabezada por Estados Unidos ha acabado con este sueño geopolítico. Y las consecuencias de la guerra a escala regional han sido profundas: Irán se ha crecido y otros actores no estatales (Al Qaeda, Hizbulah, Hamas, Ejército del Mahdi) desempeñan ahora un papel decisivo. En síntesis, en una región habitada por más de 300 millones de árabes, las dos grandes potencias, Israel e Irán, no son árabes.

Con un gobierno débil (los seis ministros suníes se retiraron del gabinete en agosto del 2007), un país dividido en tres zonas y un escenario atormentado por el terrorismo, Iraq está más cerca, cinco años después del inicio de la guerra, de un Estado fallido que de una naciente democracia. El poder de la mayoría chií, la consolidación de la práctica independencia de la región kurda en el norte y la pérdida de influencia de la comunidad suní han modificado profundamente la balanza de poder.

La violencia disminuyó en Iraq en el 2007, aunque el avance no obedeció a ninguna gran victoria militar. El escenario se transformó por distintas razones, desde el cambio operado en la estrategia estadounidense, que se tradujo en un incremento de su presencia militar (en total, 160.000 soldados), hasta la brutalidad de Al Qaeda, que acabó provocando la hostilidad de los insurgentes suníes, que cambiaron de bando atraídos también por la diplomacia estadounidense del dólar. En lugar de apuntar a los marines, los jeques suníes - o buena parte de ellos- se aliaron con la fuerza ocupante, hasta el punto de que Estados Unidos ha llegado a contabilizar unas 125 milicias suníes, con 60.000 efectivos, que combaten a Al Qaeda bajo el nombre de Concerned Local Citizens. Y otro factor decisivo fue el hecho de que la milicia chií de Al Sadr decretó en agosto pasado, por razones nunca explicadas, un alto el fuego unilateral. Fuentes estadounidenses atribuyen a la tregua de Al Sadr buena parte de la disminución (entre un 15% y un 20%) de los ataques contra sus fuerzas. Pese a todo, en el 2007 murieron en Iraq 901 soldados estadounidenses, la cifra más elevada desde el 2004. Y el resultado es una tregua frágil, con suníes y chiíes expectantes ante un futuro incierto.

Iraq ya no es un baluarte contra el posible expansionismo iraní, y las monarquías del Golfo y de Jordania se encuentran ahora frente a una alianza, encabezada por Teherán, que se extiende por Iraq, Gaza (controlado por Hamas desde junio del 2007), Siria y Líbano (Hizbulah). En cinco años de ocupación, el gran ayatolá Ali Sistani, líder espiritual de los chiíes iraquíes, ha sido un colaboracionista especial. Nacido en Irán, habla poco y, cuando lo hace, dicen los expertos, suena a iraní, lo que le hace parecer un quintacolumnista de Teherán. Los asesores de Bush, sin embargo, han confiado en este gran ayatolá, que representa la corriente principal del chiismo iraquí. Sistani rechazó en su día el plan estadounidense que preveía el traspaso del poder a un gobierno no elegido en las urnas. "Queremos elecciones libres, no nombramientos", dijo el gran ayatolá. Es decir, fue Sistani quien reclamó las elecciones, consciente de que los suyos son la mayoría. El ayatolá aprendió de la historia: los chiíes fueron aplastados a principios del siglo XX por levantarse contra los británicos, que dieron el poder a la minoría suní.

Las elecciones iraquíes no han sido las únicas con resultados controvertidos. Bush pretendía democratizar Oriente Medio, pero los comicios de los últimos cinco años sólo han propiciado el avance del islamismo, como en Egipto, o han reforzado a los radicales que apoya Irán. Los dirigentes árabes se enfrentan así a la aporía descrita por Henry Laurens: cuando abren la mano, las urnas favorecen al islamismo; y cuando la cierran, la autocracia alimenta el terrorismo. Samuel Huntington ha resumido esta situación con lo que denomina el dilema del rey,que se da cuando las reformas limitadas e inspiradas desde arriba tienen consecuencias opuestas a las previstas: no reducen las demandas de cambio, sino que las aumentan. A Occidente no le gustan las elecciones que dan la victoria al enemigo, pero, después de la invasión de Iraq, si los comicios en el mundo árabe son libres, no habrá unos resultados muy distintos.

15-III-08, Xavier Batalla, lavanguardia