"Marea populista", J.M. Hernández P.

Se extiende desde la Costa del Sol española hasta el altiplano boliviano, desde la Pampa argentina hasta la desarrrollada Lombardía, desde la atávica Sicilia hasta el Caribe venezolano. Puede adoptar un lenguaje cercano al de la izquierda más revolucionaria o hacer bandera de valores tradicionales como la religión, la patria o la familia. Y, desde luego, se encarna en imágenes muy diversas, que van desde la guayabera tropical hasta las rayas diplomáticas, desde la chaqueta de béisbol hasta el uniforme militar. Bienvenidos a la desbordante marea populista, de la que América Latina no ha logrado curarse desde que sus distintas repúblicas accedieron a la independencia y de la que también padecemos esporádicos brotes a este lado del Atlántico, sobre todo en los países mediterráneos.

Efectivamente, Jesús Gil no arraigó en Marbella por azar o por generación espontánea, sino que entronca sin apenas solución de continuidad con una serie de personajes públicos del franquismo especialmente activos en esas latitudes, como Girón de Velasco, el marqués de Villaverde o Luis Miguel Dominguín. Fervientes devotos del axioma según el cual la tranquilidad viene de la tranca, consideraban al sano pueblo español incapaz de autogobernarse y, en el fondo, más apegado al orden que a la libertad. Sus sucesores sociológicos afirman sin rubor, incluso ahora, que "Franco también hizo sus cosas buenas", toda una declaración de principios y uno de los motivos más poderosos por los que el dictador murió en la cama. Están firmemente convencidos de que la gente se mete en política para medrar y se escandalizan ante el hecho de que un diputado cobre lo mismo que el director comercial de una empresa mediana.

Pero es en América Latina, desde el argentino Juan Domingo Perón o el brasileño Getulio Vargas durante siglo pasado hasta los actuales Hugo Chávez en Venezuela o Evo Morales en Bolivia, donde el populismo ha alcanzado sus registros más inconfundibles. Mezcla de carisma y demagogia, de nacionalismo económico y de aversión por la política parlamentaria tradicional, el líder populista busca la comunicación sin intermediarios con las masas, a las que pretenden convencer que sólo es uno más de ellos.

Pero sobre todo, estos caudillos creen o quieren hacer creer a sus conciudadanos que todos los problemas, por intrincados que sean, tienen una solución rápida, sencilla e indolora. Que no se alcance es siempre culpa de un tercero y nunca, por supuesto, del líder carismático ni del pueblo. La identidad de ese tercero es variopinta y depende de las circunstancias, pero algunos de los sospechosos habituales suelen ser la oposición política, la judicatura, los medios de comunicación, las compañías multinacionales, innominados especuladores e intermediarios o la población inmigrante, especialmente si pertenece a otra etnia.

¿Es en el fondo el primer ministro en funciones de Italia, Silvio Berlusconi, también un populista? Ciertamente, no es fácil para el hombre más rico del país hacer creer a sus paisanos que es uno más de ellos, pero no es tan difícil en cambio tratar de convencerles de que le gustan las mismas cosas que a ellos, especialmente si se controla abrumadoramente el sector audiovisual. En realidad, el mensaje de il Cavaliere es sumamente simplista: me he hecho rico porque soy simpático, tengo labia y he tenido suerte. ¿Que he cogido algún atajo o he puesto alguna zancadilla? ¿Es que tú no lo harías?

Juan M. Hernández Puértolas, lavanguardia, 24-IV-06