´Otro Tíbet es posible, pero no sin China´, Rafael Poch

La política de nacionalidades es un talón de Aquiles de la China actual. Esta crisis tibetana, la más grave en veinte años, lo recuerda con toda claridad. Más allá de los rascacielos de Shanghai y de las luces de la modernidad de Pekín, Nanjin o Cantón, esa política en la castigada periferia nacional, sigue siendo primitiva y muy represora. Al mismo tiempo, China es un país que aprende de sus errores, que ha demostrado una capacidad de rectificación y reforma sin parangón en el mundo, una sociedad que cambia hasta lo irreconocible.

¿Se puede esperar otra política de nacionalidades, y otro Tíbet? Probablemente sí, y para ello es importante que los movimientos sociales empujen. Pero difícilmente ese otro Tíbet será posible sin China. La razón es que la pertenencia de Tíbet a China no tiene alternativa, y que, en definitiva, ese "otro Tíbet" sólo podrá ser el resultado de "otra China". El reto de los tiempos es contribuir a las condiciones de ese cambio, en Tíbet y en China. Para ese objetivo la llamada al boicot de los juegos de Pekín es contraproducente.

1 - La miseria de la política de nacionalidades china tiene que ver con la secular actitud china ante la diferencia, y con la dramática historia de la República Popular China. También con el propio proceso de modernización de mercado.

Sin haber sido un pueblo de conquistadores, los chinos llevaron a cabo una lucha despiadada para acabar con la resistencia de las etnias que vivían en su enorme país. El gran etnógrafo ruso Lev Gumiliov explicaba así la actitud histórica de los chinos hacia las minorías: "creían que su misión histórica era civilizatoria; aceptar en su superetnos a aquellos que estaban de acuerdo en convertirse en chinos, pero en caso de resistencia tenaz, la complementariedad se tornaba en algo negativo". Quienes resistían menos eran (son) asimilados, los otros tenían que emigrar lejos, o huir.

Para muchas minorías en contacto con China, explicaba Gumiliov, "la alternativa era perder la vida o perder el alma" al dejar de ser "bárbaros" e ingresar en la "superior civilización".

En el trato con imperios, esa no ha sido, históricamente, la peor situación. En muchos casos, otros imperios europeos –nosotros en Ámerica del Sur, los anglosajones en América del Norte, los alemanes hace muy poco, en Auschwitz- apenas dejaron la posibilidad de perder el alma, solo la vida…

Desde los inicios de la República Popular, China nunca fue una federación, sino un estado unitario chino-han, muy homogéneo (más del 90% de la población china es han). Hoy el nacionalismo chino "gran han" es ideología dominante en China, y supone una extraordinaria apisonadora de asimilación y sinización de las minorías.

Ya no hay rastro de aquella época, en la primera etapa del maoísmo influida por la "política leninista de nacionalidades" que llegaba de la URSS, en la que el discurso oficial hablaba del "chovinismo han" como algo negativo. Aunque el discurso oficial afirme lo contrario, hable del esfuerzo de preservar las culturas minoritarias, y establezca instituciones y autonomías, esa enorme convicción e inercia de superioridad cultural china lo arrolla todo. En el contexto actual desarrollista de mercado, esto es algo particularmente crudo.

2 - No hay nada que la modernización china haga en Tíbet, que no haga en cualquier otra provincia china-han. Aun más; el esfuerzo modernizador chino (en inversiones, infraestructuras, etc. financiadas por el gobierno central) es mayor allá que en otras provincias chinas. Pero los dolores de esa modernización son mucho más duros en Tíbet, en Xinjiang y en otras zonas de minorías de China, porque no son vistos como algo "nuestro". Todo eso que el bulldozer modernizador se lleva por delante, en el contexto del consumismo y del imperio del dinero, es visto como un impulso forastero.

En Tíbet esa empresa forastera, conducida por forasteros, destruye la cultura local, íntimamente vinculada a la religión budista, precisamente porque los tibetanos tienen un papel muy reducido y subalterno en su conducción. Ya no es solo un problema de "comunismo", ni de "libertad religiosa", aunque la estampa del Dalai Lama esté prohibida en el ámbito público (no en el privado), y los monasterios estén sometidos a un control indigno, que incluye cámaras de video de vigilancia en su interior… Es un problema de equidad, de justicia, de malestar ante un modelo social ajeno y materialista.

El "progreso" de Lhasa, beneficia sobre todo a los colonos chinos, que, gracias a las nuevas infraestructuras, llegan en mayor número a la ciudad, donde ya son mayoría, impulsados por su propia pobreza y espíritu emprendedor. En pocos lugares de China la diferencia de ingresos, la desigualdad, es tan acusada como en Tíbet.

No es un política deliberada de Pekín, pero su resultado crea una divisoria étnica en cuanto a los beneficios del desarrollo. Para contrarrestarla, se lleva a cabo una política de desarrollo rural. La población rural de Tíbet es casi totalmente tibetana. Esa política incluye una masiva campaña de urbanización que envía a las ciudades, o a casas al borde de las carreteras, a pastores nómadas.

Algunos observadores apuntan que está convirtiendo en seres desarraigados o marginados sociales a muchos de ellos. Otros, incluídos algunos tibetólogos occidentales de gran prestigio, sostienen puntos de vista favorables hacia esa política.

La sensación de los tibetanos es que una modernización que ellos no gobiernan les está convirtiendo en ciudadanos de segunda clase en su propia tierra. Y cuanto más avanza ese progreso y esa modernización, cuanto más pintados y reconstruidos están sus monasterios para atraer el dinero de los turistas, más degradados y marginados se ven.

"Los Tibetanos son, políticamente, mucho más impotentes que los cientos de millones de desventurados chinos desarraigados por el pacto faustiano de China con el capitalismo consumista", dice el joven escritor indio Pankaj Mishra, que en los últimos años ha viajado bastante por China y Tíbet.

3 - La convicción de las autoridades chinas es que la modernización acabará con esa "enfermedad tibetana", con esa mentalidad y esa cultura "atávica y retrasada".

Entre tanto, se morirá el Dalai Lama, Pekín cocinará el nombramiento de un sucesor a su medida -como ya hizo con el Panchen Lama, la segunda autoridad budista- y el asunto se resolverá por si solo. Una "racionalidad superior" se impondrá por si sola. La realidad sugiere todo lo contrario. En su actual estadio, la enfermedad tibetana progresa junto con la modernización.

4 - Tíbet es un tema tabú en China y una cuestión muy politizada en Occidente, donde el gran público tiene una "visión Disney" del territorio, modelada por Hollywood y por la errónea idea del consumidor occidental, ecléctico en materia de religión, de que el budismo, en su práctica humana, es una religión "diferente y mejor" a las demás, en aspectos como el recurso a la violencia las imposiciones o el amparo de injusticias.

Respecto a China, aquí aun no hay condiciones adecuadas para hablar con franqueza de Tíbet (o de Xinjiang) con responsables políticos o expertos académicos porque la democratización de la política nacional es una cuestión pendiente.

5 - En China, la historia oficial de la región aún está llena de simplistas falsificaciones y flagrantes omisiones. En Lhasa hay un museo dedicado a afianzar la tesis de que Tíbet "siempre" perteneció a China, desde la dinastía Yuan.

La realidad es que China y Tíbet tienen una historia de relaciones de 1500 años, pero que el actual embrollo tiene sus raíces en la turbulenta época de disputas religiosas y caos político de finales del siglo XVII y principios del XVIII.

La guerra tibetano nepalí de finales del XVIII inauguró un periodo en el que Tíbet se convirtió en una especie de protectorado manchú (Qing). Tíbet pidió entonces ayuda militar al emperador chino, que aprovechó la situación para establecer un "ambán", término manchú cercano a lo que se entiende por gobernador. El "ambán" manchú tenía un estatuto igual al del Dalai Lama y al del Panchen Lama, así como el derecho a supervisar nombramientos, pero Tíbet mantenía su propia lengua, sus funcionarios, sus leyes, un ejército y no pagaba impuestos a Pekín.

Ese sistema de protectorado, incluía el estacionamiento de tropas chinas. Respecto a la aquiescencia de los tibetanos con ese estatuto, queda ilustrada por el hecho de que tres "ambán" fueran asesinados por tibetanos entre 1750 y 1905 (el número de dalais lamas presuntamente envenenados por los tibetanos en aquella época no fue menor), y que, en cuanto el imperio chino se hundió, en 1911, el "amban" y sus guardias chinos fueron expulsados, poniendo fin a casi 200 años de autoridad china.

6 - "En vísperas de la invasión comunista china de octubre de 1950, Tíbet era, a todos los efectos, un estado independiente", dice Tsering Shakya, el principal historiador tibetano del Tíbet moderno. Esa descripción, así como la frase, tan popular entre el público occidental de que,"Tíbet era un país independiente que China invadió en 1950", merece ser matizada. Tras la quiebra imperial china, el estatuto internacional de Tíbet quedó sin resolver: China continuó considerándolo su territorio, e Inglaterra y Estados Unidos nunca reconocieron ninguna independencia.

7 - En los cincuenta, los tibetanos se dividían entre los que vivían en el "Tíbet político", el reino gobernado por el Dalai Lama ("U Tsang", o Tíbet Central, con centro en Lhasa), y los que lo hacían en el "Tíbet etnográfico", las amplias zonas del este y noreste, que quedaban entre el Tíbet Central y las zonas de población china.

Ese "Tíbet etnográfico" era tan grande como el Tíbet Central y estaba dividido en dos zonas culturales y lingüísticas. Una era "Kham", en el este, que comprendía zonas de las actuales provincias chinas de Sichuan y Yunnan, y la otra era "Amdo", hoy repartido administrativamente entre las provincias chinas de Qinhai y Gansú.

Más que un "estado independiente", ese "Gran Tíbet" era, en la primera mitad del siglo XX, un magma arcaico, aislado y sumamente inconsistente. Amdo y Kham estaban divididos en pequeños principados, nominalmente bajo autoridad de China (una China sumida en quiebras dinásticas, revoluciones, ocupación extranjera y guerra civil), pero en realidad administrados en el día a día por jefes tradicionales, completamente autónomos y ajenos hacia el gobierno de Lhasa, que no tenía ni control ni jurisdicción sobre ellos.

El "Tíbet político", de Lhasa y el Dalai Lama, se había quedado encerrado en su concha, al margen de los nuevos tiempos. El propio Tsering Shakya, explica que aquella sociedad atávica carecía de conciencia nacional (los desastres chinos se encargaron luego de forjarla) y de respuestas para el terremoto que se le avecinaba.

8 - El resurgimiento de la China maoísta y su pretensión de un control efectivo del conjunto de Tíbet, introdujo en Lhasa dilemas para los que la primitiva y corrupta élite tibetana no estaba preparada. El plan de la nueva China era relativamente cuidadoso; ocupar las zonas de Amdo y Kham "sin gobierno", donde la autoridad estaba disuelta entre líderes tribales y clánicos locales y esporádicos funcionarios chinos, y preparar gradualmente una "Región Autónoma de Tíbet" en la zona controlada por el gobierno de Lhasa.

Con el tiempo, todos esos buenos propósitos se hundieron en el marco de la altanera e ignorante arrogancia china de la época hacia otras culturas ("bárbaras") y en los propios dramas de la Revolución China. En octubre de 1950, las tropas chinas entraron en Amdo y Kham, sin apenas resistencia y a continuación se iniciaron negociaciones para la "reincorporación de Tíbet a la Madre Patria".

9 - Para la aristocracia y para la red monacal tibetana lo importante era preservar su patrimonio, y el orden religioso tradicional, que los chinos prometían respetar. Para la gente común, mientras no se tocara su vida, su religión y sus costumbres, pertenecer a China o ser "independiente" era una cuestión completamente abstracta.

La división e incomunicación internas no era solo algo físico (no había carreteras y llegar a Lhasa desde Kham era un viaje de tres meses a caballo), sino también político. Desde 1928 el Panchen Lama, la segunda autoridad budista de Tíbet, se encontraba exiliado en Amdo a causa de una disputa con el decimotercero Dalai Lama. Esa disputa hizo muy proclives a cooperar con los comunistas a los seguidores del Panchen Lama, que eran muy fuertes en Shigatse, la segunda ciudad de Tíbet. A partir de 1950, los seguidores del Panchen Lama negociaron directamente con Pekín a espaldas del gobierno de Lhasa. La división servía perfectamente a los intereses chinos que hicieron un buen uso de ella. Y para complicar más las cosas, el Dalai Lama, el actual Premio Nóbel de la Paz, cuya autoridad podría haber compensado muchas carencias, era, en 1951, un adolescente de 15 años.

10- En la comunidad internacional, la llegada, organizada, militar y plena de propósitos transformadores, de la nueva China a Tíbet, ocasionó el mismo tipo de perplejidades y dilemas. En Naciones Unidas se preguntaban si podía hablarse de "invasión" y si Tíbet era una nación independiente. Si la soberanía es algo que se define en relación al exterior, Tíbet no tenía relaciones exteriores y vivía en un completo estado de aislamiento.

Entre los notables tibetanos, no llegaban a la docena los que habían visitado alguna vez el "extranjero". Se desconocía lo más elemental; qué era la ONU, el derecho internacional o los motores de explosión. El Foreign Office británico consideraba "muy poco claro" el estatuto legal de Tíbet, y Nheru no discutía su pertenencia a China. El propio gobierno de Lhasa se refería a la relación histórica de Tíbet con China como la del "monje y el patrón", lo que reconocía cierto protectorado.

La mejor descripción de la época corresponde al Ministro de Exteriores de la nueva India, Bajpai: " nuestro gobierno", dijo, " reconoce que la influencia y el control chino sobre Tíbet han fluctuado de acuerdo a la fortaleza del régimen que estuviera en el poder. Gobiernos chinos débiles perdieron casi toda su influencia sobre Tíbet, los fuertes la recuperaron". De acuerdo a esa ley, el control de Tíbet por parte de la pujante China maoísta era ineludible, y de lo que se trataba era de negociar un vínculo lo menos malo posible para la identidad tibetana.

11 - En octubre de 1951, el gobierno tibetano aceptó la incorporación a China mediante la aprobación del famoso acuerdo de los 17 puntos con Pekín. El acuerdo consagraba, por primera vez en la historia, el reconocimiento tibetano de la soberanía china sobre Tíbet.

Los tibetanos lo firmaron y ratificaron a contrapelo. El acuerdo no mencionaba "socialismo" ni "comunismo", garantizaba la continuidad del sistema tibetano y del gobierno del Dalai Lama, la libertad religiosa y los privilegios de la elite local.

Muchos veían en él una vía de convivencia, aunque esa convivencia se hubiera forjado sobre la aprensión y sobre un marco general de imposición, tras la entrada de tropas chinas en el territorio y después de constatar la ausencia de otros apoyos. Pero la ausencia de otras alternativas dejaba muy poco margen a los tibetanos que lidiaban con una situación que les sobrepasaba.

12 - Los problemas empezaron cuando los chinos comenzaron a introducir "reformas" en Kham, a partir de mediados de los cincuenta. Su primera medida fue la confiscación de armas y los intentos de convertir a los nómadas en sedentarios. La "colectivización" que siguió, disparó las revueltas en Gansú, Sichuan y Yunnan. No se luchaba "por el Tíbet", sino por defender la localidad de uno, su monasterio, su familia y su ganado, y contra una imposición extranjera, desastrosa e inadmisible desde todos los puntos de vista de la tradición local y el orden tradicional.

Desde 1954 un flujo constante de refugiados khampas comenzó a llegar a Lhasa, huyendo de las "reformas" en Kham. Traían consigo sus armas y el odio hacia los chinos. Sus testimonios extendieron la alarma en Lhasa, donde los chinos aun no habían establecido una ocupación en toda regla ni iniciado las "reformas". Pero mucha gente de Lhasa consideraba a los khampas algo parecido a bandidos; gente indómita y violenta que robaba, y no creía mas que a medias en sus advertencias.

13 - En ese contexto, en los medios khampas refugiados en Lhasa se creó, en 1958, la organización militar de los "Cuatro Ríos y Seis Sierras" ("Chushi-Gangdruk"), enfocada a la lucha contra China. Su principal inspirador era un acomodado comerciante de Kham llamado Gompo Tashi que acabó destacando como un formidable General.

Gompo Tashi estaba en contacto con los hermanos mayores del Dalai Lama, Takster Rimpoche y Gyalo Thondup, que, a su vez, eran hombres de la CIA. En junio de 1950 había comenzado la guerra de Corea y la Agencia estaba interesada en crearle problemas a China en Tíbet.

14 - Desde 1951, Estados Unidos había expresado en una carta al gobierno del Dalai Lama su disposición a prestar "ayuda material" a Tíbet, siempre que hubiera, "signos de resistencia Tíbetana a la agresión". El secretario del Dalai Lama, Phala, estaba al corriente de todas las operaciones de la CIA. Informaba de todo al Dalai Lama, y al mismo tiempo, le protegía para mantener la apariencia de que éste no sabía nada, impidiendo siempre, con muy buen sentido, cualquier contacto directo con la Agencia o con Estados Unidos, que pudiera comprometerle. Hasta que la revuelta popular de Lhasa de marzo de 1959 le decidió a romper con Pekín para refugiarse en la India, el Dalai Lama, en busca de las mejores opciones para su pueblo y para la clase dirigente Tíbetana, mantuvo en Sikkim, entonces un protectorado de India, el grueso del tesoro del estado y contemporanizó con el gobierno chino, pero dejando abiertas otras opciones, lo que determinaba la mayor discreción.

John Regan, en aquella época primer responsable del departamento Tíbetano de la CIA, dice que el Dalai Lama "bendecía tácitamente" toda aquella resistencia y actividad paralela que gestionaban sus hermanos. Frank Holober, uno de los organizadores del departamento Tíbetano de la CIA explica cual era, en los años cincuenta, el cálculo de la Agencia sobre el Dalai Lama:

"Había muchos países budistas en el mundo, la Agencia confiaba en que el Dalai Lama fuera algo así como su principal voz, que se le reconociese como una especie de Papa del budismo extendiendo el aspecto anticomunista del budismo por todas partes. Estábamos preparados para usar nuestros medios de comunicación para ayudar al Dalai Lama si mostraba un poco de iniciativa en esta línea, pero resultó que nunca lo hizo".

Aun así, cuando el Dalai Lama huye de Lhasa, en marzo de 1959, a la edad de 23 años, la CIA le facilitó 200.000 rupias indias. Documentos oficiales de Estados Unidos que fueron desclasificados en 1998, muestran que hasta los años setenta, el dinero de la Agencia continuó fluyendo hasta el Dalai Lama: 1,7 millones de dólares anuales para el movimiento tibetano del exilio, incluidos 15.000 dólares mensuales para él hasta 1974.

15 - Los "Cuatro Ríos y Seis Sierras" fue el primer intento de dar una dimensión relativamente organizada y coordinada a la resistencia. No fue una creación de la CIA, sino más bien un resultado de la "reforma" china en Kham, pero la CIA tuvo un claro papel y contribuyó a su desarrollo.

A partir de otoño de 1958, la Agencia realizó unos 40 lanzamientos aéreos de armas, pero esa ayuda no impidió el aplastamiento de la resistencia. Para abril / mayo de 1959 su principal foco había sido aniquilado por completo.

Gompo Tashi, el mencionado comerciante metido a General, atravesó lleno de heridas la frontera india en abril, dejando en Tíbet solo pequeñas bolsas de resistencia descordinadas entre si. Los chinos perdieron 5000 soldados y los tibetanos muchos más en aquella resistencia guerrillera. A partir de 1959, el ejército chino se hizo con el control militar de la inmensa mayoría del territorio tibetano, control que, según fuentes chinas, no se consolidó hasta 1962. La CIA aun mantuvo doce años más, hasta 1974, un ejército guerrillero tibetano contra China con base en Nepal, con el acuerdo tácito del Dalai Lama.

16 - Toda esa historia, aun pesa sobre China. Permite comprender lo que China pueda pensar, por ejemplo, de los programas de radio en lengua tibetana que emiten antiguos aparatos vinculados a la CIA y a la guerra fría como "Radio Free Asia" (con redacción central en Hong Kong, territorio chino), o de la nueva programación de televisión, vía satélite, iniciada el año pasado por la "Voz de América".

Tras la última crisis, Estados Unidos ha anunciado la ampliación de esos servicios. Bajo esa historia hay que observar también declaraciones de actores de la industria del entretenimiento de Hollywood, un formidable aparato de propaganda, que históricamente le puso música y apuestos rostros humanos al imperialismo.

Por otro lado, al chino tampoco le impresiona el discurso sobre derechos humanos y sobre los muertos en los disturbios de Tíbet de Nancy Pelosi, la Presidenta de la Cámara de Representantes, cuando Estados Unidos tiene, quizá un millón de cadáveres en su armario iraquí…

Sólo una opinión pública intoxicada puede tomarse en serio tales declaraciones, y la opinión china sufre otras intoxicaciones, pero no esa concreta. También es comprensible que China vea algo de conspiración en asuntos de Tíbet. Aunque no sea el caso, hay un contexto histórico que respalda ese tipo de neuras y mentalidades.

17 - "En Occidente la literatura sobre el Tíbet moderno ha sido monopolizada por las voces de monjes, lamas y aristócratas, la gente que dominaba la sociedad tradicional semifeudal y que en general se oponía a la modernización y al cambio", explica el eminente tibetólogo estadounidense Melvyn C. Goldstein.

"Esos sectores presentan el conflicto en imágenes en blanco y negro, de buenos tibetanos contra malévolos comunistas chinos, sin embargo la historia es mucho más compleja", dice.

Se ignora, por ejemplo, que hubo tibetanos que lucharon no sólo por su pueblo, sino también por otro Tíbet diferente. Gente que vio en la Revolución China una oportunidad histórica y que, para entendernos, pretendía una síntesis entre Mao y el Dalai Lama, es decir entre la modernización y reforma social, y la cultura e identidad nacional. El representante vivo más importante de ese grupo se llama Bapa Phüntso Wangye, un partidario del regreso del Dalai Lama que fue el principal cuadro tibetano del Partido Comunista Chino entre 1951 y 1958 y el traductor de "la Internacional" al tibetano.

18 - Bapa Phüntso, que hoy tiene 82 años, vive en un modesto inmueble de la barriada pekinesa de Muxidi en el que residen muchos ex ministros y altos funcionarios del gobierno chino. Es un hombre alto y recio, aun bien parecido, que aparenta menos de setenta años y conserva e irradia una extraordinaria energía. Lo único que delata su castigada biografía es un andar lento e inseguro. Su encantadora nieta le hace de secretaria. Hace unos meses tuve el placer de conocerle. Me costó, porque no recibe a periodistas.

Le presenté una lista de muchas preguntas sobre el Tíbet de los cincuenta, sobre la actualidad y el futuro. Las escuchó todas con gran amabilidad, en una habitación en la que había fotos de Mao, de Jiang Zemin y del Dalai Lama. Pero no las contestó y me remitió a sus escritos, que ya conocía. Su silencio habla por sí solo. Dice mucho sobre como están las cosas de Tíbet en Pekín.

19 - Desde 1985 hasta 1993, Bapa Phüntso fue vicedirector del Comité de Nacionalidades de la Asamblea Nacional Popular. En 1983 explicó al entonces Secretario General del Partido Comunista Chino, Hu Yaobang, sus ideas sobre Tíbet. Había que parar el flujo de colonos chinos al territorio. "Si el gobierno no presta atención a eso, existe el peligro de que en veinte o treinta años lo único "tibetano" que quede en Lhasa sea el Potala", le dijo. "La ciudad estará llena de gente hablando chino y Lhasa como ciudad sagrada y venerada por los tibetanos se habrá extinguido". Es lo que está ocurriendo. El Dalai Lama habla de ello como "algún tipo de genocidio cultural", y dice que China lo lleva a cabo de forma, "consciente o inconsciente".

"Las minorías nacionales están siendo asimiladas en la sociedad china-han una tras otra", opina Bapa Phüntso. "Algunas de ellas ya sólo tienen el nombre, y han perdido su identidad cultural", dice. La política de desarrollo debe hacerse con el beneplácito de los tibetanos. Respecto al Dalai Lama, Bapa Phüntso lo define como "la clave de la cuestión de Tíbet". "Es el principal factor del que depende la cuestión tibetana", dice.

20 - Que exista un interlocutor respetado dentro de Tíbet y en Occidente, es más una ventaja que un inconveniente para China, por más que en el pasado, a partir de la guerra de Corea, ese personaje fuera utilizado como peón en la estrategia de Estados Unidos para crearle el máximo de problemas a la nueva China. Si el Dalai Lama muere fuera de Tíbet, es probable que las cosas se pongan peor para China, no mejor.

21 - El Tíbet que no pudo ser duró poco. Se hundió en los dramas, internos y externos, de la Revolución China, desde sus mismos inicios. "En el mundo las tensiones aumentaban con rapidez", explica Bapa Phüntso. Esa es, seguramente la única disculpa que se le puede hacer a los desastres del maoísmo en Tíbet: su contexto exterior.

"Aunque Mao había dicho claramente que no habría reformas en Tíbet, no extendió esa política contenida a los tibetanos del este que vivían en Qinhai, Gansú, Sichuan y Yunnan (Amdo y Kham). Las reformas socialistas se aplicaron allá, lo que dio lugar a muchas rebeliones. El ejército las aplastó y, a partir de 1956, muchos refugiados armados con sus familias llegaron a Lhasa como refugiados, explicando los excesos y desastres que habían presenciado. Fue un desastre de relaciones públicas para nosotros", dice.

Bapa Phüntso recuerda la entrevista que Mao y el Dalai Lama mantuvieron en 1954, en la que él actuó de traductor. "He oído que tienen ustedes una bandera nacional", dijo Mao. El Dalai asintió, "una bandera militar", puntualizó. "Eso no es problema", dijo Mao, pueden mantener su bandera nacional. "En el futuro podemos dejar que Xinjiang y Mongolia interior lleven su bandera nacional junto a la de la República Popular China". El Dalai Lama asintió. "Fue lo más importante que Mao dijo al Dalai Lama en aquella entrevista", dice Bapa Phüntso. "Me emocionó, porque significaba que Mao contemplaba aceptar el modelo soviético de repúblicas nacionales, por lo menos para su tres principales nacionalidades". Bapa fue llamado a Pekín donde luchó por lograr una autonomía tibetana de verdad, pero perdió la batalla:

"Dijeron que había una diferencia fundamental entre soberanía nacional ("guojia zhuquan") y soberanía de la nacionalidad ("minzu zhuquan"). El concepto "soberanía" sólo era relevante, decían, entre naciones. No debe existir soberanía entre las diferentes nacionalidades que componen una nación, así que rechazaron el modelo de las repúblicas soviéticas".

22 - A diferencia de este veterano revolucionario, Tashi Tsering era un simple joven inquieto de familia humilde y analfabeta, que fue destinado por el Tíbet tradicional a ser bailarín de la orquesta del Dalai Lama, donde los profesores azotaban a los jóvenes. Siendo heterosexual, Tashi Tsering fue "drombo" en Lhasa, es decir objeto homosexual pasivo de monjes maduros, una institución de aquella sociedad clasista, arcaica y cruel.

"Las nuevas ideas traídas por los chinos atraían a unos y atemorizaban a otros. Quienes habían sido maltratados por la sociedad tibetana tradicional creían que cualquier cambio les beneficiaría, mientras que los que estaban en el poder se sentían amenazados. Pero la diferencia de clases no lo era todo, porque prácticamente todos los tibetanos religiosos eran hostiles al cambio. Todo un sector de jóvenes pudientes que yo conocía bien, estaba genuinamente interesado en la perspectiva de cambios.

Algunos eran comerciantes, otros aristócratas de mente abierta, y otros monjes que no veían en el cambio social una amenaza a la religión. Ellos fueron los primeros apoyos de los chinos y de su ideología de reforma e igualitarismo", explica Thasi Tsering en sus memorias. Los primeros cinco o seis años tras la entrada de los chinos en 1951, fueron una especie de luna de miel, dice.

El impulso de Tashi por salir de la miseria y de la ignorancia, su deseo de modernizar aquella sociedad atávica e injusta, le llevó a India y a Estados Unidos para estudiar. Estando en América, en 1964, el joven plebeyo tibetano reflexionaba sobre el destino de su pueblo y veía esperanzas para su país en el maoísmo y su modernización. "Comencé a pensar que, a lo mejor, lo que Tíbet había vivido en aquellos diez años, la invasión china, podía ser la dramática respuesta al hecho de que ellos habían realizado algo que nosotros habíamos sido incapaces de realizar por nosotros mismos; acabar con la vieja guardia y sus instituciones opresoras y por primera vez en la historia del Tíbet permitir la participación de la gente común en el gobierno".

Y Tashi decidió regresar a China… en el mismo inicio de la Revolución Cultural. Cuando Thashi llegó a Lhasa un amigo le contó que la política china había sido como un gorro de piel que te pones húmedo; "al principio era confortable, luego, cuando se secó apretaba la cabeza y hacía daño". Bien pronto, él mismo experimentó aquel dolor.

23 - La Revolución Cultural fue un producto que China exportó a Tíbet y que muchos jóvenes tibetanos abrazaron con pasión, participando en todo tipo de excesos contra el tradicionalismo local. Para entonces, casi todos los templos ya habían sido destruidos antes de la Revolución Cultural; un memorando del Panchen Lama de principios de los sesenta informaba que solo habían quedado intactos 70 de los 2500 templos budistas de Tíbet.

En los ochenta, el Partido Comunista Chino admitió sus errores, purgó a muchos dirigentes de la izquierda maoísta en todo el país, pero no en Tíbet porque no tenía "cuadros nacionales tibetanos" con los que reemplazar a los purgados. Mucha de esa gente sigue hoy en sus puestos, lo que explica la viva hostilidad hacia el Dalai Lama que expresa la organización del Partido Comunista en Tíbet.

24 - Que Bapa Phüntso pasara dieciocho años en la cárcel (de ellos nueve en huelga de silencio, "lo único que hacía era cantar algunas canciones tibetanas…, necesité dos años después de mi puesta en libertad para recuperar mi voz", dice) por abogar una política de nacionalidades digna de tal nombre, y que Tashi Tsering se pasara otros seis, en plena Revolución Cultural por creer ingenuamente en las oportunidades de los tiempos, dice ciertamente mucho sobre el fracaso chino, pero también sobre posibilidades de entendimiento, de puentes y terceras vías que entonces no fueron posibles.

25 - "Siempre me consideré un patriota nacionalista Tíbetano, pero ahora entiendo que esos términos significan diferentes cosas para diferente gente. Mis ideas han madurado bajo la implacable presión de la historia. Decididamente, no deseo un regreso a nada remotamente parecido a la vieja sociedad feudal teocrática, pero tampoco creo que el precio del cambio y la modernización deba ser la pérdida de nuestra lengua y cultura. Así que, si me alegro de la modernización de Tíbet, también creo que los tibetanos debemos luchar para no perder nuestro patrimonio lingüístico y cultural", explica Tashi Tsering, que se ha dedicado a promocionar la escuela rural en tibetano.

26 - El tema del Tíbet, dice Goldstein, "no es tanto una colisión entre ideas y valores incompatibles, sino entre el dominio de una nacionalidad dominante –los chinos han- y la subordinación política de la minoría tibetana". En esencia, dice, es un conflicto sobre la idea de qué tipo de país es, o debería ser, la República Popular China. Hoy China es, y se comporta, como un estado chino "han", lo que es legítimo en Pekín, Shanghai o Cantón, pero difícilmente satisfacerá a tibetanos, uigures y otros.

27 - Pero China está cambiando. Uno de los éxitos literarios mas notables de los últimos años en China se llama "Tótem Lobo". Es una novela, literariamente notable que describe, con toda crudeza, como los chinos destrozaron la estepa de Mongolia Interior, y con ella, la cultura de una nación mongola, nómada y pastoril, compuesta por hombres libres y dignos. Su protagonista, Chen Zhen, es un "joven instruido" de Pekín que la Revolución Cultural envió a trabajar de pastor en el confín mongol y que acaba admirando todo aquel entorno. La cultura china-han es descrita en la novela como algo servil y despreciable, en unos términos absolutamente demoledores. La cultura de los mongoles es ensalzada como ejemplo de armonía con el entorno. La roturación de la estepa con fines de explotación agraria a cargo de colonos chinos, así como la sedentarización forzosa de los nómadas, convirtió praderas en desiertos. El proceso se presenta como, "el tesoro, que nosotros, chinos, destruimos". La novela ha vendido 20 millones de ejemplares y sus ediciones en el extranjero están subvencionadas por… el Departamento de Información del Gobierno chino.

La política de nacionalidades es un talón de Aquiles de China, sí, pero no hay ningún motivo para pensar que eso deba ser siempre así. China está cambiando. Es uno de los países del mundo que más ha cambiado en la segunda mitad del siglo XX y todos los indicadores, políticos, sociales y económicos, señalan que va a seguir haciéndolo. Cambia su sociedad y cambian sus autoridades.

En el Partido Comunista, el discurso oficial sobre religión, se transforma. Las religiones, por lo menos las tradicionales chinas, entre ellas el budismo, se valoran como contrapeso a la erosión de la moral pública y a la falta de ideales que acompaña al consagrado imperio del dinero. Se cita su contribución a la "armonía social". Un importante documento interno del Partido Comunista en materia reforma política para los próximos 30 años, explica que, "en general los efectos negativos de la religión han disminuido y sus aspectos positivos se están haciendo cada vez más obvios". El documento dedica todo un capítulo a la religión, en términos completamente nuevos.

La sociedad china está experimentando un extraordinario "boom" budista. En ciudades como Shanghai, Cantón, Pekín o Nanking, uno ya encuentra jóvenes chinos fascinados por Tíbet y la cultura tibetana, que desean viajar allá con su mochila, un poco como en nuestras ciudades de Occidente. Gente que ya no mira a la diferencia como algo "inferior" y "bárbaro", sino que comprende los tesoros que las culturas de las minorías contienen.

El propio Dalai Lama ha tomado nota del fenómeno; "la cultura tibetana y el budismo son parte de la cultura china, a muchos jóvenes chinos les gusta la cultura tibetana en su calidad de tradición china", dijo en una entrevista a un diario de Hong Kong en marzo de 2005, cuando parecía que el dialogo entre Pekín y el exilio tibetano cobraba fuerza. "China es una gran nación que está buscando una nueva espiritualidad y el budismo tibetano es parte de nuestra cultura", afirmó, utilizando el "nuestra" para incluirse a sí mismo y a China.

28 - Hay una nueva sociedad china que está naciendo, y, en ese contexto, otro Tíbet es posible. Pese al dramatismo de la actual crisis, aquel "tercer Tíbet" al que gente como Bapa Phüntso y Tashi Tsering dedicaron su vidas, tiene hoy condiciones mucho más favorables para realizarse que las que tuvo en los años cincuenta, sesenta y setenta, cuando la ignorancia, el fanatismo y la guerra fría, lo hicieron imposible. Me parece que el verdadero reto del movimiento nacional tibetano es aprovechar esas oportunidades, un proceso que, de una u otra forma, ya está teniendo lugar. ¿Será posible una sincronización entre el anhelo tibetano y esa lenta pero seguramente ineludible evolución china?.

29 - Los partidarios de Tíbet en Occidente, sus publicistas y onegés, ¿comprenden la complejidad de la situación?. La mentalidad de una lucha maniquea entre "bien" y "mal", es particularmente inservible para enderezarla. "La lucha por un "Free Tibet" se ha convertido en una especie de cruzada. El activismo tiende a verse como un éxito en sí mismo, mientras que la adopción de actitudes menos polarizadas es fácilmente denunciada como "traición", observa el tibetólogo Thierry Dodin, director de TíbetInfoNet.

30 - El activismo es necesario. Sin presión de abajo nunca ha habido cambio social, pero hay que tener bien presente la absoluta imposibilidad de una independencia tibetana, menos aun en el marco del "Gran Tíbet" reclamado por el propio Dalai Lama. Pekín nunca dará a los tibetanos, que representan menos del 1% de la población de China, el control administrativo sobre una cuarta parte del territorio de la República Popular China. China no tiene la más mínima intención de negociar sobre tal presupuesto.

31 - El mundo de Dharamsala, sede del Dalai Lama en India y centro del exilio tibetano, reposa sobre una ambigüedad que también complica sobremanera un diálogo. Allá la "verdad" es que Tíbet era un estado independiente, de hecho y de derecho, cuando el ejército chino lo invadió en 1950, que aquella invasión militar fue un acto de agresión contra un estado soberano y una violación de la ley internacional. Sobre esa "verdad", que legitima una exigencia de independencia, se ha construido, desde mediados de los años ochenta, el "middle way", la "vía intermedia" pregonada por el Dalai Lama, que proclama la conformidad a un Tíbet dentro de China, siempre que haya "verdadera autonomía" para el Gran Tíbet, con un gobierno democráticamente elegido y con las riendas de la defensa y de los asuntos exteriores en manos de Pekín, etc., etc.

Para China, esa mezcla es contradictoria. China pide, una y otra vez, que el exilio se desdiga de la idea de que el Tíbet de 1950 era un "estado independiente", que se declare el reconocimiento de que Tíbet forma parte de China, que Taiwán y China son un mismo país, y que se renuncie al "Gran Tíbet". El exilio no puede acceder a eso, sin renegar de su "verdad" esencial, que legitima un independentismo, y el resultado es un cortocircuito. En la falta de progreso en el dialogo (desde 2002 ha habido cinco rondas de conversaciones), las responsabilidades son compartidas.

32 - La cobertura informativa de la actual crisis, ha contribuido a la incomprensión. Los medios globales tendieron a ignorar el hecho de que el 14 de marzo en Lhasa tuvo lugar un violento pogrom a cargo de tibetanos, que arremetió indiscriminadamente contra personas y patrimonios chinos absolutamente inocentes y sin la menos responsabilidad en los dramas de medio siglo de historia tibetana. Esa jornada de disturbios, en la que murieron más de una docena de peatones y comerciantes chinos, incluidos algunos niños y adolescentes, había sido profusa y detalladamente documentada por turistas occidentales en Lhasa, pero fue ninguneada en beneficio de la represión policial, de las previas manifestaciones pacificas de días anteriores, y de otros aspectos. Carentes de escenas de brutalidad policial –las únicas disponibles eran de vandalismo tibetano, y no interesaban- muchos medios globales, ofrecieron imágenes de represión policial de manifestaciones tibetanas en India y Nepal.

La propaganda oficial china se aferró a eso como a un clavo ardiendo para tapar, tanto el origen y motivo del descontento tibetano -una historia con miles de muertos e injusticias-, como la represión, anterior y posterior al 14 de marzo, en Lhasa, y en otros lugares. Según el exilio tibetano esa represión arroja un balance de hasta 140 muertos, 80 de ellos en Lhasa, de los que no hay, hasta el momento de escribir estas líneas, ninguna evidencia documental. En contraste, de los muertos en el distrito de Ngaba, provincia de Sichuan, registrados el 16 de marzo, se tuvo evidencia gráfica a las pocas horas.

33 - El resultado de ambas "políticas informativas", es la indignación de la población china ante la actitud occidental favorable al independentismo tibetano, y el de la opinión occidental ante la brutalidad y la censura china, expresada estos días en agresiones contra embajadas y consulados chinos en 16 naciones. Sobre ese estado de ánimo, aparece la campaña para boicotear los juegos de Pekín. El "Sunday Times" compara los juegos de china con los de Hitler de 1936 para darle brillo y esplendor al nazismo, y el actor Richard Gere augura que, "si las protestas tibetanas no son tratadas correctamente por China, todo el mundo debería boicotear los juegos".

34 - Pero la fobia antichina no ayuda al asunto central de esta crisis, que es lograr un lugar digno para los tibetanos en la modernidad. Salvo cataclismo, ese lugar estará dentro de China, un país que es mucho más que el "infierno de derechos humanos" al que a veces es reducido, y cuyo sistema admite una flexibilidad y capacidad de evolución muy notable. Si eso es así, significa que el "otro Tíbet", depende, y deberá contribuir, a "otra China. Otro Tíbet es posible, pero no sin China.

29-III-08, Rafael Poch, diariodePekin/lavanguardia