´¿Hablamos de castración química?´, Pilar Rahola

Por supuesto que hay que hablar. De castración química, de pulseras de control, de listado policial de abusadores sexuales, de todo lo que sea, hoy por hoy, conocido. Hay que hablar sin miedos, con la serenidad propia del sentido común, abiertos a cualquier solución que cumpla los dos requisitos básicos: el de la efectividad y el de la legalidad democrática. Personalmente, soy incapaz de saber qué método puede resultar más útil para luchar contra este tipo de delincuentes, que, según aseguran los expertos, tiene muy difícil curación. Pero si algo me parece necesario es romper los tabúes que, desde distintos territorios del espectro ideológico, impiden una reflexión desinhibida, y especialmente quebrar el más dogmático de todos, el que nace de la corrección política. De la misma manera que estos días hemos vivido el ridículo lingüístico de un conseller que aún está buscando un diccionario para poder decir lo que dice, sin que parezca que lo dice - o como trasvasar agua de un río a otro, inventándose un vocabulario ecológico, sostenible, verde, violeta-, muchos otros aspectos polémicos de la realidad se ven sometidos a esta especie de moral progre de la semántica. "Al pan, pan", asegura el dicho popular, y sería hora de recuperar esa vieja sabiduría y dejarnos de puñetas políticamente correctas. En el caso que nos ocupa, las palabras prohibidas son dos, castración química,concepto que la progresía mundial exilia, inmediatamente, al territorio inhóspito de la malvada derechona. Y, sin embargo, ni se trata de castración - sino de una simple inyección hormonal-, ni es definitivo, en muchos casos es efectivo para inhibir el deseo, y en todos los casos legislados, es voluntario. Entonces, ¿por qué está estigmatizado el solo interrogante sobre la oportunidad del método? Y, más allá, ¿por qué parece estigmatizado cualquier método que sirva para controlar este tipo de delincuentes, una vez cumplida la pena, pero con un altísimo y gravísimo riesgo de reincidencia? Lo peor de la situación española, a diferencia de otros países, es que aquí aún estamos como el conseller Baltasar, preocupados por las maldades del diccionario.Y, sin embargo, las maldades son otras. En el caso de la pequeña Mari Luz, la primera maldad señala, directamente, a unos responsables judiciales cuya ineptitud, caos, saturación, indolencia o irresponsabilidad permitieron que un delincuente sexual sentenciado estuviera tranquilamente en la calle. En cualquier otra profesión, un error de esta gravedad enviaría al paro al profesional de turno, pero hablamos de la justicia, y ya se sabe que con la iglesia hemos topado. Demasiadas veces los jueces no hacen su trabajo adecuadamente, pero cuando se trata de violencia infantil, la ineptitud puede convertirse en tragedia. Y cuando esto ocurre, ¿un juez mantiene su puesto tranquilamente? Y ya no pregunto si puede dormir en paz, porque esa pregunta no me corresponde como ciudadana… Lo cierto es que Mari Luz está muerta. Lo cierto es que su presunto asesino había abusado de otras dos niñas, incluyendo la propia hija. Lo cierto es que lo condenaron a prisión por los dos delitos. Lo cierto es que nunca entró en ella. Lo cierto es que la policía nunca tuvo una orden de búsqueda y captura. Ylo cierto es que la judicatura incumplió sus propias responsabilidades. Lo cierto, por tanto, es que algún togado es culpable de algo.

Más allá del grave aspecto judicial, algún día tendremos que abrir el antipático debate sobre este tipo de delincuente. La situación española, que encarcela un tiempo, no obliga a ningún seguimiento médico y excarcela alegremente es un desastre. Si sabemos que la reincidencia es tan alta, ¿podemos mantenernos impasibles con las leyes actuales? Los abusadores de niños son una lacra terrible que violenta al eslabón más frágil de una sociedad, la infancia. Tenemos la obligación de preservar los derechos legales de esos delincuentes, pero tenemos una obligación superior: defender a los niños del alto riesgo de estos personajes. Castración, pulseras, listados, ya lo dirán los expertos. La única opción que no es opción es quedarnos como estamos.

30-III-08, Pilar Rahola, lavanguardia