´Paralelismos entre Tíbet y Birmania´, Brahma Chellaney

Cuando la junta gobernante de Birmania mató en septiembre pasado al menos a 31 personas en el curso de protestas encabezadas por los monjes en Rangún, desencadenó un escándalo internacional y una nueva ola de sanciones lideradas por Estados Unidos. Ahora, el socio más próximo de la junta - la mayor autocracia del mundo, con sede en Pekín- procede a aplicar duras medidas en Tíbet. La callada respuesta mundial suscita la cuestión de si China ha acumulado tal poder con el propósito de eludir la censura internacional contra los actos represivos.

Cabe establecer símiles importantes entre Tíbet y Birmania, cuya mayoría demográfica - población de etnia birmana- es de ascendencia tibetana. La invasión de Tíbet por parte de la China comunista en 1950 condujo a las fuerzas han a las fronteras de India por primera vez en la historia y franqueó un paso chino a Birmania. Tras haber consolidado su control sobre Tíbet, China se propuso arrastrar a Birmania a su propia órbita estratégica.

Y sin embargo, en la actualidad los autócratas de Pekín se han visto sacudidos por el levantamiento tibetano, liderado por los monjes, sólo seis meses después de que los birmanos desafiaran el autoritarismo en su propio país con protestas que presentaban un subyacente cariz antichino.

La resistencia contra el gobierno represivo tanto en Tíbet como en Birmania cuenta con líderes laureados con el premio Nobel, uno que vive en el exilio en India y la otra bajo arresto domiciliario en Rangún. Resulta igualmente significativo que el Dalai Lama y Aung San Suu Kyi recibieran el premio Nobel de la Paz en rápida sucesión por liderar una lucha no violenta en la tradición de Mahatma Gandhi.

Pero cabe detectar otra circunstancia similar en el hecho de que la fuerte represión no ha conseguido quebrar la resistencia contra el gobierno autocrático tanto en Tíbet como en Birmania. Más de medio siglo después de la anexión de Tíbet, la lucha tibetana destaca como uno de los movimientos de resistencia más largos y potentes de la la historia mundial moderna. El último estallido de cólera tibetana coincidió con la legislatura china que reeligió presidente a Hu Jintao, quien como administrador de la ley marcial de Tíbet sofocó la última revuelta tibetana en 1989.

De modo similar, a pesar de detener a Suu Kyi durante casi 13 de los últimos 19 años, la Junta birmana no ha conseguido amordazar el movimiento democrático, como quedó demostrado por las protestas a gran escala del pasado mes de septiembre.

De hecho, la Junta se ha distanciado aún más de la sociedad trasladando la capital nacional a la remota Naypyidaw.

La importancia de Tíbet y Birmania procede de su situación estratégica y del hecho de que ambos son ricos en recursos naturales. Tíbet representa una cuarta parte del territorio continental de China. La anexión dio acceso a Pekín a los inmensos recursos minerales e hídricos de Tíbet.

Los vastos glaciares y altas cumbres de Tíbet le han dotado del mayor sistema fluvial del mundo. La mayoría de los principales ríos de Asia se originan en el altiplano tibetano y sus aguas proveen del sustento al 47% de la población global del sur y sudeste de Asia y de China en particular.

Birmania, rica en energía, es un territorio puente entre el sur y el sudeste de Asia. Tal es su situación ventajosa, que Birmania constituye el núcleo estratégico entre India, China y el sudeste de Asia.

China ha logrado colocar baza estratégica en Birmania, país que valora en calidad de puerta de entrada al golfo de Bengala y el océano Índico. Pekín se halla enfrascado en dar fin al corredor Irrawaddy (sistema de comunicaciones vial, fluvial, ferroviario y energético) entre su provincia de Yunan y puertos birmanos.

Los militares han gobernado Birmania durante 46 años y el Partido Comunista lo ha hecho en China durante 59 años. Ninguno de estos modelos es sostenible. El sistema autocrático más longevo de la historia moderna duró 74 años en la Unión Soviética. Pero mientras Birmania ha afrontado embargos económicos y acciones penales desde la revuelta estudiantil en 1988, las sanciones comerciales posteriores a Tiananmen contra China no duraron mucho.

Las sanciones comerciales pueden ser un arma desprovista de filo. Pero, dado que Pekín se hizo con la organización de los Juegos Olímpicos del 2008 con la promesa de mejorar su capítulo de los derechos humanos, el mundo libre debe exigirle que ponga fin a su represión en Tíbet o que afronte un boicot internacional de los Juegos. China, al hacer del éxito de los Juegos de este verano una cuestión de prestigio, ha brindado al mundo un instrumento influyente que hoy pide a gritos ser aprovechado.

 

31-III-08, Brahma Chellaney, profesor de estudios estratégicos del Centro de Investigación Política de Nueva Delhi, lavanguardia