´Primarias´, Florencio Domínguez

Las voces que en el Partido Popular abogan en los últimos días por introducir el sistema de elecciones primarias para la designación de candidatos vuelven a repetir el debate habido hace diez años sobre la misma cuestión en el seno del PSOE. Se apela al modelo norteamericano de las primarias por considerar que es más democrático que la designación del candidato por los aparatos de los partidos o por el líder saliente.

Cualquier medida que fomente la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones políticas merece ser mirada con simpatía, pero cuando lo que se hace es copiar, sin más, instrumentos de un sistema político para ser aplicado en otro sistema de características bien distintas las posibilidades de que el invento fracase son muy altas. No hay más que ver lo ocurrido en las filas de los socialistas de España y Francia cuando se decidieron a introducir las primarias.

Josep Borrell, ganador de las primarias en el seno del PSOE, fue destruido políticamente por sus propios compañeros antes de que llegaran las elecciones que tenía que liderar. Ségolène Royal, la ganadora del PSF, ha tenido que gastar más tiempo en batallar con los barones del socialismo francés que con los adversarios políticos.

Los casos del PSOE y del PP muestran que las demandas de primarias aparecen en los partidos cuando hay crisis de liderazgo, normalmente fruto de derrotas electorales. Cuando el líder del partido está en pleno apogeo de su poder - Felipe González en su momento, Aznar en el suyo, Rodríguez Zapatero en la actualidad- a nadie se le ocurre reclamar primarias, pese a que si en algún momento se necesita una mayor participación de las bases es precisamente en esos tiempos de hiperliderazgo, en los que el jefe lo decide todo y los órganos del partido sólo saben decir amén.

Las primarias funcionan perfectamente en un modelo como el norteamericano, en el que el candidato se enfrenta de manera personal ante los electores.

Hace la campaña con su programa, su equipo, su nombre y con su dinero o el que consigue recaudar. El partido al que pertenece está desaparecido. El modelo no tiene nada que ver con los sistemas políticos europeos en los que los partidos son poderosas maquinarias de poder que lo controlan todo: las listas, las finanzas, el programa, la movilización electoral... La estructura de los partidos no tolera francotiradores, ni advenedizos que se coloquen en la cúpula a través de atajos, aunque esos atajos sean unas votaciones respaldadas por los afiliados.

Antes de que las primarias sean un instrumento válido que no suscite conflictos adicionales, hay muchas cosas que se pueden hacer para ampliar la participación de los afiliados y de los ciudadanos en general en las decisiones políticas de los partidos. Un periodo congresual, como el que vive el PP, ofrece la oportunidad de proponer cambios para ampliar la participación de las bases o de los órganos más amplios del partido en las decisiones.

30-IV-08, Florencio Domínguez, lavanguardia