´Masas y bomberos´, Francesc-Marc Álvaro

La imagen de un individuo fuera de sí y golpeando con la cabeza una de las lunas de un camión de bomberos en la localidad sevillana de Écija produce algo más que estupor. Por televisión, a menudo, vemos escenas de países remotos, asolados por crisis perennes, donde las masas practican una violencia extrema por las calles, con armas de fuego, machetes o las manos, si se tercia. Entonces, olvidando Puerto Hurraco y olvidando El Ejido, olvidando también lo que ocurrió en Catalunya hace setenta años, nos decimos que este nivel de salvajismo nos es ajeno, que nosotros no somos así, que en nuestra sociedad es impensable llegar a este punto de locura colectiva. Pero, de improviso, aparece la bestia que llevamos dentro y los vecinos se convierten en una masa destructiva incapaz de atender a razones. En Écija, todo empezó porque alguien hizo correr el rumor de que los bomberos habían llegado tarde a un incendio en el que murieron seis personas. La mecha prendió de inmediato.

Medio centenar de vecinos de los fallecidos en el incendio lanzaron piedras, botellas y otros objetos contra los bomberos. En unas imágenes que ofrecieron varias cadenas de televisión, sorprendía la aparente pasividad de los agentes de la Guardia Civil mientras los energúmenos atacaban un camión de bomberos, acción que contaba con la participación del mencionado sujeto que usaba su propia cabeza como arma, un héroe local a día de hoy. La estampa es digna de ser retenida: España 2008 y un tipo dando cabezazos a un coche de bomberos, treinta años de democracia e inversiones en educación y sanidad y las masas se disparan con tanta facilidad como si miseria y analfabetismo camparan a sus anchas. ¿Fracaso del sistema o inevitable cuota de barbarie?

Cualquiera que se haya dedicado a contemplar partidos de fútbol infantiles durante los fines de semana sabrá que no faltan padres (ciudadanos pacíficos salvo en este contexto) cuya capacidad de animar abiertamente la violencia entre menores merecería varios meses de cárcel. Entre esta predisposición tan poco ejemplarizante y la transformación de la gente en jauría no hay muchas fases intermedias, se trata sólo de dar con el momento preciso en que las barreras de civilización se van al traste y aparece el instinto depredador. Las guerras, sobre todo las llamadas civiles, son un escenario perfecto para este derrumbe. Nuestros abuelos lo saben muy bien.

Algunos teóricos exquisitos ya no hablan de las masas, prefieren referirse a las multitudes, que es la versión supuestamente inteligente del mismo fenómeno. Masas o multitudes, me da lo mismo, son materia de fácil manipulación, hoy como ayer. Tal vez espero demasiado, pero una educación basada en valores democráticos debería reducir el riesgo de que el buen vecino se transforme en parte de una masa que avanza a cabezazos.

25-IV-08, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia