(1808:) ´Guerra peninsular´, Xavier Batalla

El conflicto que en España se conoce E como la guerra de la Independencia y en Catalunya como la guerra del Francés, en Gran Bretaña se denomina la guerra Peninsular, en la que el duque de Wellington, el más grande de los generales británicos, arrimó decisivamente el hombro en la primera gran derrota de Napoleón.

Desde finales del siglo XI, cuando los normandos invadieron tierras inglesas, Francia e Inglaterra han protagonizado una rivalidad de las que hacen historia. Las batallas de Hastings, Agincourt, Trafalgar y Waterloo son pruebas contundentes, en especial las libradas contra la Francia revolucionaria, protagonista de una revolución ideológica que cambió radicalmente la historia de Europa.

Para los franceses, Napoleón pudo ser un dictador brutal pero también fue el principio de los tiempos modernos, ya que racionalizó el Estado e introdujo principios legales y educativos que han perdurado hasta nuestros días, al tiempo que con la meritocracia - y no con la aristocracia- aceleró el final del feudalismo y sentó las bases de la política moderna. Pero los británicos no ven la historia del mismo color rosa: antes que modernizar, Napoleón, con sus guerras, habría retrasado el cambio varios decenios. Para los británicos, la modernidad no empezó en Austerlitz, sino en las fábricas de Lancashire. Es más, los británicos, siempre realistas en política exterior, recuerdan que Talleyrand, ministro de Asuntos Exteriores de Napoleón, aconsejó, después de la victoria francesa en Austerlitz, que Austria fuera tratada generosamente, pero el emperador impuso unas condiciones humillantes a los austriacos, lo que, para sus críticos, ayudó a crear, después de su derrota definitiva, el sistema europeo que más tarde provocó dos guerras mundiales.

Con esta dura confrontación de ideas sobre cómo debería funcionar el mundo, los ingleses se pusieron en marcha cuando Napoleón tomó la decisión en 1807 de entrar en España, entonces su aliada, para ocupar Portugal, aliada de Inglaterra, e impedir el comercio con Londres. Sir Arthur Wellesley, como entonces era conocido Wellington, acudió en defensa de Portugal y los franceses tuvieron que retroceder. La disparidad de fuerzas subrayó el éxito de Wellington, y el desenlace final, que en España sentó al reaccionario Fernando VII en el trono, dejó a Inglaterra como la superpotencia emergente.

Los franceses han contraatacado históricamente con la imagen de Napoleón como "el primer europeo", un genio dispuesto a organizar un sistema continental en el que Gran Bretaña, por considerarla antieuropea, no tendría sitio. Pero Nicolas Sarkozy contempla ahora a Londres con ojos distintos, igual que hizo José María Aznar, que cuando se reunía con su amigo Tony Blair parecía decirnos que España combatió en el bando equivocado en la batalla de Trafalgar (1805), donde nació el imperio británico.

4-V-08, Xavier Batalla, lavanguardia