(Corpo y partitocracia:) ´Esto no es la BBC´, Pilar Rahola

Finalmente, no acaba como el rosario de la Aurora. Sin embargo, como todo proceso mal hecho tiende inexorablemente a empeorar, nada nos garantiza que se haya aprendido de los errores. El presidente del consell de Govern de la Corporació, Albert Sáez, lanzó un órdago pidiendo el amparo del Parlament, harto de que los grupos parlamentarios no permitieran trabajar con independencia al consell. Ciertamente lo necesitaba, si se tiene en cuenta que el dicho Parlament hizo una ley que vendió como garante de la independencia periodística en los medios de comunicación públicos, y los partidos políticos se la merendaron con patatas.

Después de meses, pues, de incapacidad para decidir un nombre para dirigir la corporación, al presidente Sáez no le quedaba otra salida digna que la que tomó. Sin embargo, ¿era necesario llegar hasta aquí, después de una agotadora carrera hacia la nada? ¿Era necesario quemar nombres de profesionales que buenamente optaron al cargo? ¿Tenía sentido montar esta estructura orgánica partidista, que sólo podía acabar en el festín público que hemos disfrutado? Y ahora que tenemos fumata blanca, ¿el consenso in extremis de Rosa Cullell para directora general, resolverá los males endémicos de esta estructura, viciada en origen? Es decir, ¿mantendremos a los partidos políticos como garantes de la independencia de los periodistas, tal como ocurría con el proyecto actual? O expresado con más acidez, ¿dejaremos que los ratones protejan el queso?, dicho ello con todo respeto por los partidos y por los ratones.

Recordemos, para situarnos, los despropósitos más notables de todo este desaguisado. Para "garantizar la independencia" de los medios de comunicación públicos, los partidos pactan una ley que lo único que garantiza es la impunidad de la ingerencia partidista. Lejos de ofrecer un largo listado de nombres al CAC para crear un gobierno de la Corporació creíble, los partidos pactan entre ellos, se reparten cromos y ofrecen una lista cerrada sin ninguna opción de cambio, reduciendo alCACa simple tramitador de documentos oficiales. El primer descrédito, pues, recae en el pobre CAC, que se ha visto transformado en un mero florero.

A partir de ahí, todo suma en la caída libre hacia el fracaso: se forma el consell de govern con una mayoría de nombres - pocos de ellos periodistas- que responden al perfil disciplinado del partido que los envía; se presentan 26 aspirantes a director general del ente; nadie los llama nunca para escuchar sus propuestas; se filtran los nombres a la prensa, y se juega con ellos; los partidos se enzarzan en una guerra política, absolutamente ajena a la profesión periodística, para intentar colocar a sus diferentes candidatos. Y en el dime y direte de "te acepto tu candidato de la Corpo si tu colocas mi candidato en TV3", todos los malos augurios se hacen realidad. Lo que tenemos hoy es un Consell con poca credibilidad, con una directora general sacada con fórceps, y una ley, cuya garantía de despolitización se fundamenta en los partidos políticos. Un oxímoron y un mal augurio. Saber, además, que el acuerdo para nominar a Cullell no se ha fundamentado en méritos profesionales (que los tiene), sino en el pánico que ha causado el órdago de Albert Sáez aumenta el pesimismo.

¿Qué habrá conseguido CiU, el partido que se oponía al nombramiento, a cambio del acuerdo? Porque ese es el drama: en este largo proceso no ha habido una evaluación profesional de los candidatos, algunos de mucha categoría. Lo que ha habido ha sido trapicheo partidista, opacidad de despachos y la plasmación de una cultura política que tiene alergia a la independencia periodística. Independencia que, a pesar de todo, se mantiene alta en la Corporació Catalana.

Un apunte final. La culpa de esta crisis no ha sido de Sáez, ni de ningún miembro del Consell. Ha sido de los partidos políticos que lo han usado para su conveniencia. Cullell tendrá que hacer maravillas para demostrar que una mala ley, nacida para controlar a los periodistas, se convierte en un buen instrumento que garantiza independencia. Es una buena gestora. Pero ¿sabrá hacer milagros?

27-IV-08, Pilar Rahola, lavanguardia