´Los líderes chinos tienen miedo al Dalai Lama´, Thierry Dodin

El tibetólogo Thierry Dodin, profesor de la Universidad de Bonn, describe así a los sujetos de los disturbios producidos en Lhasa el 14 de marzo, con incendios y violencia contra personas y negocios chinos: "Jóvenes de extracción campesina, desarraigados que emigraron a la ciudad y se encontraron en paro, mientras los no tibetanos ocupan los trabajos". Esa gente, explica Dodin, "mira en los escaparates los atractivos de la vida moderna, para ellos fuera de todo alcance. Cuando has visto esta imagen durante años, lo sorprendente es que no haya ocurrido antes", dice este experto que dirige la red independiente TibetInfoNet.

En el 2005 había expectativas de mejora de relaciones entre Pekín y el exilio tibetano. ¿Por qué se deterioraron tan bruscamente las relaciones?

Las autoridades chinas tienen un miedo mortal al Dalai Lama. Consideran que su propio poder, el del Partido Comunista, es absoluto, pero comprenden que los tibetanos valoran al Dalai Lama y su palabra mucho más que cualquier cosa que les venga del establishment chino. Casi sesenta años después del establecimiento de la República Popular China, esa es la situación. Estamos en el siglo XXI y hasta los tibetanos de los pueblos más remotos están bien informados sobre lo que el Dalai Lama dice y piensa. En los últimos años, el descontento tibetano ha crecido, sobre todo porque las autoridades chinas insisten en descalificar al Dalai Lama. Eso ha aumentado el desafío tibetano, y ha provocado a su vez más campaña oficial contra el Dalai Lama y más represión...

Es un círculo vicioso...

Sí. Un occidental que trabaja en Tíbet me explicó cómo las casas de gente en absoluto sospechosa de actividades políticas eran registradas en busca de retratos del Dalai Lama, cuya posesión en el ámbito privado no está prohibida por la ley. Si los encontraban, los hacían pisotear o quemar. Estos métodos inquisitoriales crean el tipo de resentimiento que hemos visto en los disturbios. En las escuelas, los niños pequeños tienen que escribir redacciones contra el Dalai Lama y las más negativas son premiadas. La consecuencia es que, a la hora de comer, si por ejemplo las patatas están malas, niños y niñas de cinco años dicen: "Deben de venir de China". El rencor de la prensa oficial china expresa simplemente el de los dirigentes chinos, su amarga constatación de que no han podido echar al Dalai Lama de la mente de los tibetanos. Mantener conversaciones de verdad con él supondría reconocer implícitamente errores, y nadie quiere perder la cara en un momento en el que China está renaciendo.

La presente crisis, que una vez más evidencia la profundidad del descontento tibetano, ¿complica o facilita un eventual restablecimiento del diálogo?

Antes del 2002, los líderes chinos ignoraron al Dalai Lama. Desde entonces han mantenido seis contactos con sus enviados, pero siempre han ido poniendo nuevas condiciones para hablar con él. Eso no es serio y causa desánimo. Esa es una de las razones de la actual crisis. Muchos se sintieron frustrados al ver que las grandes expectativas que el diálogo abría no dieron fruto. El error de cálculo de Pekín fue creer que la gente perdería la esperanza. Lo que pasó fue que el enfado aumentó. Los líderes chinos se han metido en un callejón sin salida: han creado una situación en la que demonizan a la única persona que podría ayudarles a salir del lío.

¿Por dónde habría que buscar la normalización? ¿Sería posible sin la democratización china?

China no está dispuesta a conceder ni autonomía ni independencia. Claro, la independencia sólo sería posible si se produjera el colapso de China, pero esta hipótesis no sería buena para nadie, incluidos los tibetanos. La autonomía supone una devolución del poder que las autoridades no están dispuestas a llevar a cabo, ni siquiera con su propio pueblo (han). Así que, ¿por qué deberían dársela a los tibetanos, la gente que menos los quiere y cuyos representantes nunca ejercieron el poder real? No veo que pueda haber cambios en el estatuto (de autonomía) de Tíbet sin una previa democratización en China. Pero, incluso sin llegar a eso, se podría hacer mucho.

La China actual es irreconocible comparándola con la de hace treinta años. ¿Qué perspectivas a largo plazo abre este cambio? La sociedad civil, en China y en Tíbet, tiene un papel clave en ello, pero este tipo de progreso significa un lento cambio de sistema y llevará mucho tiempo. Mientras, los tibetanos seguirán sufriendo. Tras esta ola de protestas y represión, esta evolución será más difícil. Soy más bien escéptico.

4-V-08, Thierry Dodin-Rafael Poch, lavanguardia