´Legado del 68´, Xavier Bru de Sala

Cuando se levantaban los adoquines de París en busca de la simbólica pero inexistente playa, yo tenía quince años. No lo viví, pero mi generación, o mejor dicho el grupo generacional al que empezaba a pertenecer, fue el principal beneficiario de aquella efímera pero fructífera revuelta. Los que tenían tres o cuatro años más hicieron toda la carrera ahogados por la corbata, así como por la no menos obligatoria castidad. Gracias al espíritu de los nuevos tiempos, nosotros lucíamos tejanos y creábamos comunidades, no por fuerza comunas, dentro de las cuales explorar, con espíritu fundacional, nuevas formas de relaciones humanas, en las que la familia patriarcal estaba muy mal vista y el sexo pasaba de tabú a tótem. Aquello, para quienes lo vivimos, fue una fiesta, una fantástica explosión.

Todos los que tuvimos el privilegio de participar, coorganizándola en nuestro ámbito barcelonés, tenemos conciencia de haber vivido con una plenitud, una libertad transgresora y unos niveles de autoconciencia creadora que pocos son capaces de imaginar. Quizás algún día explique, si no lo hacen otros más capaces, cómo en nuestra ciudad y bajo el franquismo florecieron algunos de los frutos más apasionados y maduros de aquel cambio de registros vitales en tropel. Cada cual ve la película según le ha ido. Todos quienes lo experimentamos de lleno, que aquí no fuimos muchos, sólo algunos centenares, hemos mantenido unos lazos de complicidad, sintonizamos con una permanente jovialidad que llevaremos puesta hasta el fin de nuestros días. Sin aquel mayo, nuestra juventud habría transcurrido tan a oscuras como la de nuestros hermanos mayores. El agradecimiento por tanta luz, incluso por los excesos lumínicos, es pues obligado.

A los que no tuvieron la misma suerte, ya sea por haber nacido antes o después, ya porque no se enteraron de lo que había ocurrido hasta que la primera ola, la de las emociones fuertes, había pasado sin que cogieran la tabla de surf y salieran a disfrutarla, se han hecho una imagen más o menos distorsionada de lo que aquello significó, pero de todos modos, deben considerar que si el divorcio pasó a estar bien visto, y el compromiso de por vida con otro una lacra impuesta por el conservadurismo, eso es a consecuencia del vuelco sesentayochesco. Incluso los que son más de derechas disfrutan de los cambios que treinta años atrás recorrieron occidente incendiando las resecas convenciones sociales que hasta entonces habían dominado, y amargado, una infinidad de existencias. Si después no ha aumentado la felicidad todo lo deseado, no es por culpa de los nuevos planteamientos según los cuales cada cual es dueño de su vida, sino de las dificultades inherentes a la asunción de la propia libertad. El 68 significó la introducción en la sociedad de los modos de vida que la cultura y el arte habían preconizado, en cierto modo desde los estoicos y los epicúreos clásicos, más cerca con el renacimiento y Erasmo, luego con las filosofías de la libertad, el romanticismo, las vanguardias.

Otra cosa es que, después de abrir las posibilidades en abanico, la mayoría prefiera seguir por los caminos vitales más trillados, aun a base de renunciar a llevar las riendas de su existencia. Allá cada cual, pero ya son bien pocos, en las sociedades avanzadas, quienes pueden alegar alienación o intimidación de la sociedad, el sistema o los poderes públicos. Ampliando el terrible descubrimiento de Steiner, "ahora no leen porque no les da la gana, no porque se les haya condenado al analfabetismo como antes", bien puede decirse de la mayoría de adocenados que lo son voluntariamente, no por constreñimiento. En el mundo rico, las mayores cotas de infelicidad provienen de la mala gestión de las existencias individuales, así como de la nula digestión de la propia experiencia. No es de sabios rechazar para uno mismo el legado del 68, consistente en derribar los espesos muros de las convenciones que impedían la generalización de la libertad.

Como bien advirtieron los comunistas, y por eso se pusieron en contra desde el primer minuto, el primer muro que destruir por el 68 era el que hermana todas las formas de dictadura. Temían, incluso más que la burguesía, perder el poder de conducir la vida de los demás. Aunque tardaron años, por mucho que se resistieran y luego se apuntaran a defender las libertades personales, perdieron mucho más que este poder, la aspiración, hasta entonces y algo más tarde legítima para ellos, a disponer de él.

En toda revolución, y más si es espontánea como aquella, hay mucho extremismo, exceso y radicalidad. Pero a diferencia de todas las revoluciones anteriores, el 68 no trajo consigo un periodo de terror, ni el menor derramamiento de sangre. Porque todas las anteriores habían aspirado a dirigir, y aquella, bendita sea, sólo aspiraba a que cada cual se dirigiera a sí mismo, sin más cortapisas que el derecho al bienestar y libertad de los demás. Algunos todavía no han comprendido que esta receta no tiene contraindicaciones. O no tiene otra, como había dicho Erich Fromm, que el miedo a la libertad.

2-V-08, Xavier Bru de Sala, lavanguardia