entrevista a Paul Preston

Paul Preston, historiador, hispanista en la London School of Economics; especialista en Franco.

Tengo 61 años: la tragedia de mi edad es ser consciente de que he olvidado más de lo que he aprendido. Soy inglés: nos parecemos a ustedes en lo mal que hablamos de nuestro país. Casado hace 28 años: el mérito es de ella, una gran psicóloga. La religión es debilidad del hombre.

¿Lo peor de España?

Lo que más me jode de este país es la envidia que se demuestra en medios universitarios cuando usan masivamente tu trabajo...

¿Acaso le copian, doctor Preston?

¡Sí! ¡Me copian sin citarme!

Deme la lista de copiones y la publico.

¡Y qué mediocridad académica! Un colega español destacó muchísimo en Inglaterra y me consta que se comentó al leer sus méritos allí en unas oposiciones españolas: "Este se lo ha estado pasando bien en el extranjero".

Miserias de la tribu.

Recuerdo a otro catedrático español a quien le expliqué con orgullo, denostando la endogamia, que en, mi departamento de la London School of Economics, de veinte profesionales sólo había dos británicos y sólo uno de los veinte se había doctorado allí mismo.

La patria no debería ser un mérito.

¡Para mi sorpresa el tipo se enfadó conmigo! Me dijo consternado: "Joder, Paul, eso es terrible: ¿y qué pasa con los compañeros?".

Ese tipo era un compañero cretino.

La universidad española no es desde luego la que más ha mejorado tras Franco.

¿Qué recuerda de su primera visita?

Vine en el 69: las callejuelas aún olían a ajo y aceite frito y a otros mil olores inolvidables... Aprendí español con un diccionario...

¡Y habla usted un catalán impecable!

Soy un raro oxímoron: británico políglota. Y un militante contra los clichés: me niego al cliché de España como país de creativos innovadores bajo un autoritario gris.

¿Qué nos propone a cambio?

¡Reconozcan lo mucho que nos parecemos! Sólo españoles y británicos hablan tan mal de sí mismos. Y eso nos convierte en lo más opuesto a los franceses.

Preston desmonta en El gran manipulador los mitos que el Caudillo -devoto de la publicidad- propagó y que aún cunden incluso entre sus enemigos. Franco supo gestionar su imagen como sus victorias: demoró el fin de la República hasta que hubo aplastado a la otra España para hacer así posible su larga dictadura y supo dividir también a los suyos -¡qué hábil frente a la Falange y los monárquicos!- para seguir siendo el Caudillo, con permiso de Washington, hasta su muerte. Pero se inventó que engañara a Hitler, con quien le hubiera gustado batallar si este se lo hubiera tomado en serio. En fin, este gallego a mí me sigue desconcertando: Franco era tan mediocre que a veces parecía un genio.   

16-V-08, Lluís Amiguet, lacontra/lavanguardia