´La peor defensa´, Màrius Serra

Estoy hasta las narices de esas voces musicales de verbo relamido que llaman a todas horas para ofrecerme la ganga del siglo. Harto de descolgar el teléfono y que una simpática teleoperadora pronuncie mi nombre precedido de un don. Ni tengo ni quiero tener don, pero justamente ese donaire les delata, de modo que nunca sucumbo a su acoso. Normalmente me limito a decir que no me interesa y que muchas gracias, siempre en catalán, que es una lengua muy apreciada por los profesionales del telemarketing. En días especiales incluso les suelto algún verso de J. V. Foix antes de colgar. No sé, suele bastar con: "És quan ric que em veig gepic / Al bassal de sota l´era, / Em vesteixo d´home antic/ I empaito la masovera". Llegados a este punto, un extraño silencio se apodera del otro extremo de la línea. Pura admiración por la fuerza poética de Foix, imagino. La cuestión es que mi relación con el telemarketing es más bien plácida. No puede decirse lo mismo de mi amigo Federico, cuyo nombre falseo por razones que ya comprenderán. Federico trabaja en casa, como yo, pero admite que al teléfono nunca ha sido un hombre expeditivo. Le cuesta, dice, dejar a la gente con la palabra en la boca. Tiene que estar muy pero que muy enfadado para colgarle el teléfono a alguien que le esté hablando. Y claro, eso los profesionales del telemarketing lo detectan de inmediato y el bueno de Federico pierde mucho tiempo rechazando las ofertas de todo tipo con que le bombardean.

Hace un mes, un amigo común le regaló un libro llamado Telemarketing counterscript,de Martijn Engelbregt. Este holandés, muy citado en la blogosfera, creó un guión de contraataque para desarbolar el que siguen los profesionales de la venta por teléfono. Básicamente se trata de interesarse por el vendedor. Preguntarle el nombre, rogarle que lo repita, que lo deletree, preguntarle por la edad, por su horario laboral, su sueldo, más o menos lo mismo que suelen pedirnos en una encuesta. Ante las previsibles maniobras del teleoperador para volver a su guión, Engelbregt propone que aceptes darle información pero que te excedas en los detalles. Si te llama a casa, explícale de qué color son las paredes de tu comedor, cómo se llama el gato de tus vecinos, qué problemas tenéis con el administrador. Ante cualquier interrupción, el consejo es preguntarle si acaso no le gusta conversar contigo, siempre en un tono amable, sin atisbo de enfado. La idea es hacerle perder la paciencia y si la persona en cuestión se molesta, recordarle que fue ella quien llamó. Mi amigo Federico se zampó el libro de Engelbregt en una tarde, se tradujo el guión y empezó a usarlo con éxito notable ante las teleoperadoras que le ofrecían sus productos. La penúltima vez que hablé con él estaba eufórico. Me llamó para contarme un par de anécdotas sabrosas que, según él, daban para un runrún. Se conformaba con que lo sacara en un artículo, dijo, pero estaba tan entusiasmado que no descartaba ir anotándolas en un cuaderno para escribir un libro de anécdotas con teleoperadoras. En plan los gazapos de los exámenes o las historias del taxi, remachó. Si hoy le saco de incógnito en este runrún es porque desde hace diez días su matrimonio se tambalea. Una de las teleoperadoras a las que aplicó el método Engelbregt se está vengando. Le llama cada noche, pero sólo habla cuando descuelga la mujer de Federico. Hola, señora, soy la amante de su marido, le espeta, y acto seguido le comenta el color de las paredes delcomedor o algún otro de los detalles que el bueno de Federico le contó para contraatacar.

29-V-08, Màrius Serra, lavanguardia