´La lección magistral´, Norbert Bilbeny

Muchos universitarios hemos descubierto que damos "clases magistrales". Acudir al aula, dirigirse al alumnado y servirnos de la palabra nos convierte, según los nuevos usos y reglamentos, en seguidores de la tradicional "lección magistral". Lo cual suele ser motivo de crítica o ironía. En descargo quisiera hacer dos puntualizaciones. La primera es que en el empeño de la mayoría no está el ser "magistrales" - el profesorado sigue estudiando como los alumnos-, ni el dar una "lección" a la vieja usanza. Aunque, añado: ¡qué más nos gustaría a algunos que ser magistrales! Es decir, acercarnos al ideal de una enseñanza clara, instructiva y estimulante, de la que no puede prescindir la universidad. La "lección magistral", o como guste llamarla, sigue siendo una pieza clave de la educación superior.

La otra puntualización es sobre la paulatina pérdida de prioridad de la tarea docente en general. Representa un riesgo para todos los órdenes de actividad académica, incluida la capacitación profesional, la investigación y las tareas de gobierno de la propia universidad. No hay profesionales ni investigadores que no deban su saber al profesorado que les hizo comprender y apreciar los contenidos y las posibilidades de su especialidad. Lo mismo que no se necesitaría que los que gobiernan la universidad sean universitarios si el tener una experiencia de esta función, la docente, fuera tenida por poco importante.

Sin embargo, se quiere hoy la conversión del profesorado en operadores didácticos. Es mucho más económico y fácil de administrar, además de ser más atractivo para quienes prefieren ese esfuerzo que el mucho mayor de saber comunicar. Pero en unos diez años va a cambiar una gran parte de la plantilla docente, y la joven fuerza de reemplazo, con sus otros méritos, tendrá menos aptitudes que la actual para la docencia presencial en el aula. De ello se van a resentir el sector productivo, la investigación básica y la estructura de gobierno de la universidad. Para empezar, la calidad docente es lo que atrae y retiene a los alumnos en las facultades.

Es innegable que uno puede llegar a ser catedrático, con la acreditación y el subsiguiente concurso ad hoc, sin que se haya podido comprobar si este académico es capaz de impartir bien una clase. Es innegable, también, que en definitiva a la política universitaria se la está apartando de la educación, para encajarla, mejor, en el sistema productivo. ¿Pero no estábamos en el espacio europeo de "educación superior"?

30-V-08, Norbert Bilbeny, lavanguardia