entrevista a Ricardo Moreno Castillo, autor del Panfleto Antipedagógico

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Ricardo Moreno Castillo publicó inicialmente el Panfleto Antipedagógico en internet, donde obtuvo rápida difusión y múltiples apoyos. En él denunciaba la grave situación de las enseñanza derivada de la LOGSE, una Ley que en su opinión socaba el más elemental principio de la educación. Catedrático de instituto desde 1975, ha publicado numerosos libros, y es profesor asociado en la Facultad de Matemáticas de la Universidad Complutense. Su empeño por alejar a los pedagogos de la enseñanza es compartido por miles de docentes que a diario tienen que aplicar sus teorías inverosímiles a una práctica cada vez más cruda. Ahora el Panfleto es editado en papel, ampliado y mejorado y su autor mantiene una bitácora de apoyo al libro.

Marcos Taracido: La repercusión en internet de la primera versión del Panfleto tuvo un éxito arrollador, y parece que las ventas del libro se suceden… además, la convivencia entre el profesorado corrobora que apoyan todas y cada una de las reivindicaciones que expones en el libro. Sin embargo, ese aparente abrumador consenso en torno a los problemas de la educación y sus soluciones no se plasma en la práctica y la política aprueba reformas que no afrontan prácticamente ni una sola de las reivindicaciones, y la poca resistencia a su aprobación reclama otros asuntos.

Ricardo Moreno Castillo: Efectivamente, es increíble una tan grande sordera a un clamor casi unánime. Es difícil saber las razones de porqué esto es así. Incluso, pienso, sería rentable electoralmente para el Partido Socialista reconocer de una vez el monumental error y rectificar.

MT: Pues no parece que vaya a ser así. Las tímidas reformas no van en ese sentido, y cualquier declaración de los miembros del Gobierno inciden una y otra vez en los mismos tópicos y exculpaciones. Y del ámbito pedagógico se siguen leyendo las mismas declaraciones de hace 15 años sobre el fracaso escolar, que achacan siempre a la falta de pericia motivadora de los docentes.

RMC: Efectivamente, a la falta de pericia, a que «no hemos sabido cambiar nuestra mentalidad» y a que estamos añorando viejos tiempos. Es más fácil achacar el fracaso de una ley a factores circunstanciales que a la propia ley. También se achaca a la presencia masiva de emigrantes, lo cual es una villanía, además de un error. Una villanía porque cargar la culpa del deterioro de la educación a los emigrantes es una manera como otra cualquiera de fomentar el racismo. Y un error, porque un emigrante posee un cerebro de la misma calidad que el de un aborigen. Si un emigrante quiere estudiar en serio necesita exactamente lo mismo que un español que quiera estudiar en serio: un ambiente de silencio, rigor y disciplina. Y si a un emigrante que no quiera estudiar lo metes a la fuerza en un aula, su comportamiento será exactamente el mismo que el de un aborigen que no quiera estudiar y está a la fuerza metido en un aula: molestará, estorbará la labor del profesor, y no dejará estudiar a los alumnos que sí quieren. No, no son factores extrínsecos los que han hecho fracasar la reforma educativa, es que ésta ha sido un disparate monumental, y además no era tan difícil de prever que así iba a ser. ¿Lo reconocerán algún día los políticos que votaron la reforma? No lo sé. De momento, Jordi Pujol ya lo ha hecho. Hace poco, en una conferencia impartida en el Colegio de Licenciados, reconoció que la LOGSE había sido un error y que apoyarla había sido una equivocación por su parte. De hecho, en la web del Centre D´Estudis Jordi Pujol se recomienda el Panfleto Antipedagógico. Y quien quiera descalificar este apoyo diciendo que Pujol es reaccionario y de derechas, que piense que también era reaccionario y de derechas cuando apoyó la LOGSE.

MT: La LOGSE fue una reforma socialista, y desde entonces cualquier crítica a la Ley se asocia directamente con la derecha. La dialéctica política parece haberse extendido a toda la sociedad, y estamos inmersos en ese maniqueísmo simplista: ¿has tenido que perder mucho tiempo en explicar que tu crítica viene desde la izquierda?

RMC: Es cierto, hay quienes me llaman conservador o nostálgico. Curiosamente, es un ataque muy parecido al que hacían las autoridades franquistas a los que luchaban contra la dictadura: «Ustedes añoran la República, son unos nostálgicos de la democracia». Pero la verdad es que en general, la izquierda ya ha comprendido que esta reforma privilegia a quien puede permitirse un colegio de élite, y en cambio penaliza a los muchachos de las clases menos pudientes, que lo que no aprenden en el instituto no lo aprenderán en ningún sitio. Hoy día ya es difícil, salvo por parte de un progre muy despistado, que le llamen a uno fascista por exigir la disciplina en las aulas o por defender que se debe inculcar el hábito de trabajo a los alumnos.

MT: No estoy del todo seguro de esto; parece que la sociedad avanza hacia la entronización del niño en el peor de los sentidos: el de adscribirle la irresponsabilidad absoluta, algo totalmente en contra de la sociedad competitiva con la que se van a encontrar cuando se hagan adultos. Nos encontramos muchísimas veces que son los padres los que amparan y se amparan en este tipo de educación para posicionarse en contra del profesorado y justificar todas y cada una de las decisiones de sus hijos. Por ejemplo, en el libro propones que el profesor denuncie en una comisaría los boicoteos e insultos de sus alumnos… Me da la sensación de que es medida imposible, no sólo porque la Justicia no le haría ni caso, sino porque seguramente el propio ambiente educativo se haría irrespirable.

RMC: Puede que tengas razón, pero esa actitud de los padres es más de desidia y cansancio que de un progresismo de opereta. Dices de que lo de denunciar a los boicoteadores es impensable. Todo sería crear un movimiento importante y que las denuncias se fueran acumulando. Si la educación es un derecho, su conculcación es un delito. Y si no se trata como tal, no es cierto que la educación sea un derecho protegido y amparado por el estado.

MT: El Panfleto declara su intención de convencer, pero quizás ahí empiecen y acaben sus limitaciones: será leído por lo convencidos, y los pocos que lo lean de los no convencidos rebatirán sus argumentos. Quizás se eche de menos una propuesta directa de revolución, una propuesta de acción directa que busque frenar y dar marcha atrás.

RMC: Para organizar una acción directa hace falta alguien que tenga capacidad de liderazgo, cualidad de la cual yo carezco. He recibido muchísimos correos de compañeros que lo han leído, y lo que me cuentan me hace pensar que el Panfleto puede ser útil por dos motivos. Unos dicen que en él han encontrado claramente expresado lo que siempre habían pensado. Ésta es su primera utilidad: proporcionar argumentos a los ya convencidos. Otros me decían que en adelante se sentirían más libres para criticar el sistema educativo sin renunciar por ello a su condición de persona de izquierdas. Aunque parezca mentira, había quien tenía mala conciencia por discrepar de una ley que se había presentado como tan progresista. Y ésta puede ser su segunda utilidad: tranquilizar a quien, sintiéndose de izquierdas, disiente de la reforma educativa.
Ahora bien, los fanáticos de la reforma, los que «creen» en ella (como si una ley, en lugar de un producto humano, fuera una religión), los que tienen un protagonismo gracias a que controlan la jerga pedagógica, esos no se convencerán jamás.

MT: De todos modos hay algo muy difícil de entender en todo esto, y es algo que incide en esa falta real de oposición a la Ley y sus reformas. Puede entenderse que el holding pedagógico accediese en un primer momento a la cúpula del Gobierno, pero con la inmensa mayoría del mundo académico en contra y buena parte de la población, y tras el evidente fracaso de sus propuestas, ¿cómo es posible que todavía tengan el poder para promover esta reforma absurda?

RMC: Esa pregunta entronca con la primera que me haces, y en realidad es algo que planteamos todos. ¿Es una cuestión de estupidez o de mala fe? De hecho, muchos que de boca para afuera defienden la reforma, luego mandan a sus hijos a colegios religiosos ¿Realmente se quiso, con la famosa reforma, favorecer a la enseñanza privada?.

MT: Tu has ha sido docente antes y después de la LOGSE, ¿podrías hacer un retrato comparativo de unos y otros alumnos?

RMC: La enseñanza anterior distaba mucho de ser perfecta, y durante sus últimos años ya estaba siendo invadida por la secta pedagógica. Pero vaya, diferencias palpables sí las hay. Para empezar, un chico que acababa la E.G.B. a los catorce años sabía más que uno que acaba hoy la E.S.O. a los dieciséis. En primero del bachillerato actual (que por edad correspondería con tercero en el bachillerato antiguo) hay que enseñar cosas que antes sabía un estudiante mediano de catorce años. En las facultades de física y matemáticas de muchas universidades españolas se ha implantado un llamado «curso cero» durante el cual se explican cosas muy elementales pero son indispensables para que puedan incorporarse a primero de carrera con un mínimo de bagaje. Antes de la reforma este curso no era necesario. Después de la reforma se hizo imprescindible. Y las zafiedades que un alumno puede soltar hoy impunemente en clase ni remotamente se oían a los alumnos del sistema antiguo.

MT: Parece que tu achacas a la obligatoriedad hasta los 16 años la mayor parte de culpa del fracaso y del bajo nivel de los «alumnos logse».

RMC: Si, en gran parte así es. Tener a un muchacho de más de doce años (cuando ya es completamente ingobernable) metido en un lugar donde no quiere estar es completamente inútil, porque no hay poder humano que le haga estudiar si se empeña en no hacerlo. Y es imposible disciplinarlo porque la expulsión para él es un premio, no un castigo. Y lo que es más grave, se aburrirá, se comportará mal, y conseguirá que los demás no puedan aprender en condiciones. El profesor tiene que interrumpir su explicación cuatro o cinco veces por minuto para mandar callar, y además hablar a voces para poder hacerse oír por encima del ruido de los alborotadores. Es muy difícil seguir una explicación entrecortada, impartida a gritos y con un ruido permanente de fondo. De manera que es cosa muy corriente que el alumno que sí tiene interés termine tirando la toalla. El interés por estudiar, a los doce, trece o catorce años, es todavía una virtud muy frágil, y es muy fácil que esta virtud se desvanezca cuando el ambiente del aula es tan poco propicio para mantenerla. El tener encerrado en las aulas a quien no quiere estar en ellas enrarece de tal manera el clima escolar que pone muy en peligro el futuro de los que si quiere estudiar. Cuando defiendo que a partir de los doce años se ha de dar libertad para seguir estudiando o aprender un oficio, siempre me dice alguien que es una edad demasiado temprana para que un alumno decida sobre su futuro. Es cierto, es una decisión difícil, y que un muchacho de doce años no debe tomar por sí solo, debe ser aconsejado por padres y profesores. Pero si se empeña en no estudiar y se le obliga a hacerlo para que no pueda decidir sobre su futuro, lo único que se consigue es que ponga en peligro el futuro de sus compañeros. Por no dejarle decidir sobre su futuro, se le deja decidir sobre el futuro de los demás. La decisión sobre si a un chico se le debe o no obligar a estudiar es falsa: es imposible, a partir de los doce años, obligar a estudiar a nadie. Entonces la alternativa real es muy otra. Si un alumno quiere dejar los estudios para aprender un oficio ¿se va a respetar su deseo, o se le va a mantener encerrado durante cuatro años aburrido, sin estudiar, e incordiando a los demás? Y cuando al final pueda dejar el instituto y quiera trabajar, será mano de obra sin cualificar, carne de mano de obra barata para empresarios sin escrúpulos. Si le hubieran dejado aprender un oficio, como era su deseo, llegaría más capacitado al mundo laboral, durante su formación habría estado más contento, en consecuencia sus padres también, y los alumnos que por su culpa (y la de otros como él) fracasaron habrían terminado felizmente los estudios.

MT: ¿Y los planes de estudio? Muchas voces abogan por reducir las asignaturas, centrarse básicamente en la lengua, las matemáticas, la ciencia y dejar de un lado tantas asignaturas laterales. Por poner un ejemplo, en el campo de la Lengua y la Literatura se ha pasado de impartir 8 horas semanales en Bachillerato (divididas en dos asignaturas distintas) a 3, sin reducir contenidos.

RMC: Creo que hay demasiadas asignaturas. Tiene que haber menos y dadas con más rigor y exigencia. Lo que se hizo con la lengua y la literatura en el bachillerato es algo que clama al cielo. Pero lo más grave es lo siguiente: tenemos que enseñar en dos años lo que antes se enseñaba en cuatro y a alumnos peor preparados. No es ninguna exageración. Hoy sale un alumno de la ESO con dieciséis años sabiendo menos que lo que sabía antes un alumno que dejaba la EGB a los catorce. Y esto, lógicamente, no ha sido tenido en cuenta por los que han elaborado los planes del bachillerato, porque eso sería reconocer el error. En consecuencia, en primero de bachillerato (correspondiente en edad al 3º del bachillerato antiguo) tiene que enseñar el profesor de matemáticas cosas de cuentas con decimales y de geometría elementalísima para que puedan los alumnos seguir la asignatura. Y el profesor de física ha de repasar el sistema métrico decimal. Cosas que, por cierto, no tenemos obligación de hacer. Si un alumno que ha obtenido el título de la ESO se encuentra que carece del nivel mínimo, pues que reclame a los creadores de la reforma, pero el profesor que lo recibe en bachillerato no tendría porqué responsabilizarse. Sin embargo, nos responsabilizamos, pero por razones éticas, porque el alumno es una víctima del sistema y no un culpable, pero no porque profesionalmente estemos obligados a ello. Y esto es muy importante de aclarar, porque he visto escrito en algunos blogs que si la reforma no dio los frutos esperados, es por culpa de profesores como el autor del Panfleto Antipedagógico. No, si los resultados de la reforma no son tan desastrosos como podrían serlo, es gracias a que la mayoría de los profesores estamos trabajando más allá de nuestras obligaciones.

MT: ¿Y se atisba alguna solución a todo esto? No parece que ninguno de los agentes implicados esté por la labor.

RMC: No a corto plazo, pero empiezan a verse algunos síntomas esperanzadores. Muchos de los que apoyaron la reforma reconocen en privado el monumental dislate, y unos pocos (ya cité antes un par de nombres) lo reconocen ya en público. El criticar la reforma educativa era casi un tema tabú, hoy ha dejado de serlo. También se reconoce, cada vez más abiertamente, que el discurso de los pedagogos es un discurso vacío, es jerga, es pura charlatanería, y que los que manejan esa jerga son quienes se han cargado la enseñanza pública. El que se pierda el miedo a hablar claramente y sin complejos de los problemas, y a señalar a los culpables, no los soluciona, pero es un primer paso en la buena dirección.

MT: ¿Y el profesorado? Indudablemente hay muchos problemas en torno a la preparación de los docentes: su preparación, el modo de acceso al funcionariado o el problema de la formación continua, con ese absurdo método de valorar cursillos en que uno no aprende nada.

RMC: En mi opinión la formación del profesorado de matemáticas incumbe exclusivamente a la facultad de matemáticas, así como la del de literatura incumbe exclusivamente a la de filología. La facultad de educación no debe pinchar ni cortar en ese asunto. Los cursillos del CAP yo los suprimiría de un plumazo, nadie es mejor profesor por hacerlos ni peor por no hacerlos. El acceso a la función docente ha de hacerse mediante oposición libre, y en contra de lo que se diga, preparar oposiciones a profesor de instituto es una experiencia fabulosa. Tienes que volver sobre libros y apuntes que usaste durante la carrera, verlos con mirada más crítica, y espabilarte por tu cuenta para aprender cosas que nadie te ha enseñado. Por si vale mi experiencia, yo acabé la carrera en el 73 y gané la cátedra en el 75, y te puedo asegurar que en esos dos años aprendí más que los cinco anteriores. No te voy a decir que aprendí mucho, porque yo sé poco, pero mucho de lo poco que sé se lo debo a esos dos años de estudio. Y si después de ganar la oposición necesita un profesor orientación para seguir aprendiendo, debe dirigirse a la universidad, puede hacer una tesis, puede matricularse en asignaturas que no pudo hacer en su momento, puede hacer otra licenciatura, puede hacer un montón de cosas, pero los cursillos no sirven absolutamente para nada. La verdad es que también suprimiría los CEPS, y haría que la formación del profesorado no universitario dependiera también de las universidades. Y quien no quiera seguir aprendiendo, pues que no siga, otras aficiones tendrá, pero por obligarle a hacer cursillos no va a aprender mucho más.

En cuanto a ser buen profesor, no es algo que se pueda enseñar. Es más, depende en gran medida de la memoria. Sí, parece mentira, pero así es. Siempre que he tenido un profesor inepto (y he tenido bastantes) me he admirado de su mala memoria: ¿Cómo se puede alguien olvidar tan rápidamente de las cosas que le molestaban de sus malos profesores? ¿O es que este señor nunca fue estudiante? Los malos profesores caen en errores que muy probablemente criticaron en sus malos profesores. ¿Por qué se reproducen los errores tan fácilmente? Por culpa de la mala memoria. En una ocasión, y a mitad de curso, tuve que hacerme cargo en la Facultad de Matemáticas de la asignatura de Metodología, por el repentino fallecimiento del profesor Miguel de Guzmán (a quien todos los que amamos la matemática y su enseñaza recordamos con respeto). La críticas que yo escuché a estos estudiantes a la manera de explicar de muchos profesores eran idénticas a las que había hecho yo treinta años atrás. Entonces les propuse el siguiente ejercicio: coger un folio y dividirlo en tres columnas. Después hacéis un esfuerzo de memoria y empezáis a recordar a todos los profesores que habéis tenido. A los muy buenos los vais anotando en la columna de la izquierda, a los muy malos, en la de la derecha, y a los que ni fu ni fa, en la central. Cuando la memoria ya no de más de sí, empezar a reflexionar y preguntaros ¿Cuáles eran las cualidades que hacía que los buenos fueran buenos y los defectos que hacían que los malos fueran malos? ¿En qué cosas deberían mejorar, o que limitaciones deberían superar los de la columna de en medio? Es más, si dos estudiantes han sido compañeros desde la escuela y, con pocas diferencias, han tenido los mismos profesores, pueden hacer esto en común, y es mucho más instructivo. Este ejercicio, el de explicitar lo que hace que un profesor sea bueno, es mucho más instructivo que los cursillos, en los cuales, las más de las veces, se pasa vergüenza ajena ante las disertaciones de quien lo imparte. Un buen profesor es el que procura ser mejor que los buenos profesores que tuvo, y si no es posible, por lo menos imitarlos. Son los buenos profesores los que hacen que en la generación siguiente siga habiendo buenos profesores, no los pedagogos, ni los expertos ni los orientadores.

20 de septiembre de 2006

ciutadans