´Arriba y abajo´, Màrius Carol

La revista Historia y Vida cumple cuarenta años y acaba de lanzar un número extraordinario en el que sus especialistas han seleccionado cuarenta hechos que han cambiado el mundo, desde la aparición del homo sapiens,hacia el año 160.000 a. C., hasta el fenómeno antiglobalización de nuestros días. Uno de los acontecimientos seleccionados es la invención del ascensor, que puede sorprender a algunos, aunque después de leer el texto que lo justifica resulta un acto de justicia. El hecho de elevarse sin esfuerzo es algo consustancial a nuestra civilización. De hecho, en tiempos del emperador Tito, los gladiadores y las fieras del Coliseo subían en elevadores, y en Versalles un discreto ascensor facilitaba los encuentros entre Luis XV y madame de Pompadour. Pero estos mecanismos recurrían a la tracción humana y, aunque a principios del XIX algunas fábricas incorporaron montacargas de vapor, estas plataformas fueron vedadas al transporte de personas porque eran peligrosas.

Historia y Vida rinde en sus páginas homenaje a Elisha Graves Otis, el primer mecánico que inventó un sistema de seguridad en 1854. No se le ocurrió nada más impactante que hacer subir un prototipo y, cuando llegó a cierta altura, cortó el cable que lo sustentaba ante una multitud que pensó que Otis se había vuelto loco y acabaría sus días en un frenopático. Pero el ascensor no cayó, al impedirlo unos engranajes que dejaron la cabina sujeta a unas muescas. Poco después, unos grandes almacenes de Nueva York estrenaron el primer ascensor público, que la prensa de la época consideró la octava maravilla.

El ascensor cambió el aspecto de las ciudades, pues los arquitectos se atrevieron a hacer crecer en vertical sus edificios. De hecho, tiene su lógica que Nueva York se acabara convirtiendo en la ciudad de los rascacielos por ser la primera urbe que confió en los elevadores. Hoy, sobre la Tierra, hay ascensores en Taipei, que recorren 84 pisos en 37 segundos, y otros exteriores que recorren 326 metros de acantilado en Zhangjajie. E incluso Arthur C. Clark imaginó en 3001 Odisea Final dos ascensores a modo de columnas que ascienden 36.000 kilómetros, que sirven de avanzada para facilitar los viajes espaciales, de adaptación a la gravedad cero, de atraque e impulso gravitacional de aeronaves, de entrada en la Tierra de materiales provenientes de otros planetas.

Pero, sobre todo, el ascensor resultó un invento revolucionario porque cambió la jerarquía de valores: la planta baja dejó de llamarse principal y la burguesía la abandonó para reubicarse en los pisos más altos; igualmente las buhardillas destinadas a los menos favorecidos pasaron a ser lujosos áticos codiciados. Y en este sentido se convirtió en la metáfora de la sociedad: hoy se está arriba y mañana, abajo. El triunfo o el fracaso es voluble, lo único estable es el ascensor.

4-VI-08, Màrius Carol, lavanguardia