ŽBendita aguaŽ, Ana Macpherson

El mundo está lleno de agua. Sobre todo, en forma de océanos. También en los polos y los glaciares. El agua discurre en corrientes marinas, se evapora, cae como lluvia sobre la tierra y corre por los ríos, se infiltra bajo el suelo, vuelve a aflorar, se vierte de nuevo en los mares... Unos 1.355 millones de kilómetros cúbicos en total. Y esa es la que hay.

No es una constatación inútil. El planeta tiene la misma cantidad de agua desde hace muchos miles de años, y la humanidad ha convivido desde siempre con esa certeza. Hasta que nos creímos que todo era controlable.

El mundo pegó un vuelco en el siglo XIX y pisó el acelerador en el XX como si los recursos fueran inacabables. ¿Necesito energía? Pues la saco del suelo. ¿Necesito agua? La cojo. ¿Y si se acaba? Ahora estamos ahí.

 En la foto, un pozo en la reserva de Ol Pejeta, Kenia. En las regiones con prolongadas sequías los pozos congregan a ganado, personas y fauna salvaje. La foto muestra los surcos dejados por los seres humanos y por la fauna.

La población mundial crece, y la posibilidad de abrir el grifo en casa disminuye. La cantidad de agua dulce disponible –unos 2.300 metros cúbicos por persona, prácticamente el volumen de una piscina olímpica– ha descendido el 37% desde 1970, según la ONU, y sigue disminuyendo con el crecimiento de las poblaciones y la contaminación de los recursos existentes.
Resulta que el agua no se puede producir como las patatas. Lo mismo le pasa al petróleo, pero el acelerón del siglo pasado modificó incluso el lenguaje, y hoy hablamos de producir cuando simplemente extraemos. El agua sólo se puede mover. Y cuando se extrae y no se repone, se acaba para mucho tiempo.

Al lado de las discusiones que tanto nos ocupan sobre provisión de agua a grandes ciudades, nuevas urbanizaciones o proyectos turísticos en periodos de sequía, el problema tiene otras dimensiones. Según la ONU hay ya 1.200 millones de personas que hoy no tienen acceso al agua potable. “Eso es lo criminal de la situación”, afirma Carlos Fernández Jaúregui, responsable de la oficina de la  ONU de la Década del Agua, que tiene su sede en Zaragoza. “Además, el doble, 2.600 millones de seres humanos, viven hoy sin ningún tipo de saneamiento, lo que provoca que cada tres minutos un niño muera por eso. La falta de saneamiento también alcanza a Europa, a 80 millones de europeos. Tenemos un problema global. También los países desarrollados.” Esta insuficiencia hídrica se ha disparado, según la ONU, porque no sólo ha crecido mucho la población mundial, sino también el nivel de bienestar en algunas zonas, lo que ha hecho aumentar las necesidades de agua. Hay menos para cada uno. Y también se empieza a notar la distorsión que el cambio climático provoca en la distribución de las lluvias.

 Glaciar Perito Moreno, en la Patagonia, Argentina.

Cómo hemos llegado hasta aquí
“La chulería tecnológica en la que hemos vivido nos ha llevado a este punto”, denuncia Pedro Arrojo, profesor de Análisis Económico de la Universidad de Zaragoza y líder del movimiento Nueva Cultura del Agua. La idea de dominar la naturaleza a toda costa ya había surgido con fuerza en el Renacimiento, pero en el siglo XX la humanidad actuó como si fuera cierto ese control, sin ver más allá, “y por eso se aprueban polígonos industriales en Vitoria en dominios fluviales y, por lo tanto, inundables, o se prevén 170.000 nuevas viviendas de aquí al 2025 en una zona de Tarragona donde no hay agua; se pretenden más de 300.000 hectáreas de nuevos regadíos en Aragón y Cataluña que necesitarían tanta agua como dos grandes trasvases; hay un millón de pozos ilegales en el alto Júcar, en Cariñena, en el Guadiana…”, recita Arrojo.

“La revolución verde de los años cincuenta maleducó la agricultura
–apunta Carlos Fernández Jáuregui– y cambió los hábitos en todo el mundo. Se perdieron tecnologías ancestrales muy eficientes.”

Esa revolución verde empujó la intensificación del riego en lugares donde hay poca agua porque se podía traer el agua de otro lugar. Y entre las muchas consecuencias de ese vuelco cultural, los expertos citan las explotaciones disparatadas de acuíferos. En Bangladesh, por ejemplo, se han construido en los últimos veinte años cuatro millones de pozos para extraer agua potable y abastecer al 95% de la población. Según la ONU, esa extracción masiva ha causado el mayor número de envenenamientos por arsénico de la historia.

 Reserva Pacaya Samiria en el río Amazonas, en Perú

Qué hacemos ahora
Pedro Arrojo cree que esta “arrogancia depredadora” ha llevado al conjunto de la humanidad a una ignorancia de la que urge salir. Por ejemplo, esa agricultura que parecía imparable, y que consume el 70% del agua disponible, tiene una importante cuota de responsabilidad en la contaminación de acuíferos, de las aguas de reserva subterráneas, “que pueden tardar más de cien años en regenerarse”, advierte Fernández Jáuregui. La agricultura –“también la minería; si no, recuerden en España la catástrofe de Doñana”, apunta el representante de la ONU– se lleva el mayor número de críticas de los estudiosos del futuro del agua: anticuada, ignorante de su saber pasado, subvencionada...  “Israel y Marruecos riegan con cantidades irrisorias. Sólo con el agua que necesitan”, explica Ramón Folch, asesor medioambiental y defensor de proyectos de reutilización de las aguas. “¿Son tontos, acaso, por no actuar como si el agua fuera un recurso sin límites? Hemos superado el estiércol al abonar, pero a la hora de regar seguimos en la era del estiércol.”

También hay que avanzar en el erreno doméstico con medidas como la reutilización de las aguas que salen de las depuradoras, que pueden volver al cauce para ser de nuevo depuradas y distribuidas; o el doble circuito en las casas, uno para el agua potable y otro para los sanitarios, las duchas o las lavadoras (las llamadas aguas grises). “El agua para beber es apenas el 2% de la que se consume, es absurdo que se potabilice el 20%”, indica Ramón Folch. California, Chile y Australia emplean algunos de estos métodos desde hace años. 

La receta que propone la ONU para cambiar la situación incluye mucho más conocimiento. “Tenemos que volver a aprender el ciclo del agua, saber que es un recurso finito y muy frágil, y crear una masa crítica de conocimiento, especialistas de todas las áreas que encuentren nuevas soluciones”, enumera Fernández Jáuregui.

 Una cascada del río Toxa, en Galicia

También insisten en la gestión. La ONU promueve gobernar por cuencas, porque la vida se entrelaza en torno a ellas como un único ecosistema, al margen de dónde quede la frontera. Los expertos medioambientales hablan de gestionar la demanda, en lugar de la oferta, un cambio de posición radical, “porque al mercado hay que decirle de lo que realmente se dispone”, recuerda Ramón Folch.

Para analistas como Pedro Arrojo, estamos ante un cambio de ciclo, “un cambio de modelo de vida. Es una auténtica crisis cultural”. A su juicio, la idea de la sostenibilidad es la que empieza a marcar el futuro de forma irremediable. “No se trata de una vuelta atrás, sino de practicar la prudencia, que en ciencia es sabiduría. El empirismo extremo es un ejercicio de arrogancia y brutalidad que nos ha hecho ignorantes.”
“El mensaje es claro –resume Fernández Jáuregui–: tenemos que cambiar la mentalidad, así no podemos seguir.”

8-VI-08, Ana McPherson, lavanguardia

 Una tormenta en el estrecho de Gibraltar, en Cádiz 

LA GRAN RESERVA ESTÁ BAJO TIERRA
Una parte importante del agua potable del planeta –entre el 25 y el 40%– está bajo tierra. Es la gran reserva, pero la renovación de las aguas subterráneas es tan lenta –se calcula que un centenar de años– que abusar de ella tiene consecuencias para varias generaciones. Es un recurso muy frágil, recibe enormes agresiones, principalmente contaminantes agrícolas, y extracciones abusivas. En España, por ejemplo, los ojos del Guadiana dejaron de fluir de tanto bombear para los regadíos manchegos.

HIELOS AMENAZADOS POR EL CAMBIO CLIMÁTICO
Casi el 70% del agua dulce del mundo está helada. Las principales aglomeraciones se encuentran sobre todo en la Antártida y en Groenlandia. Aunque tiene una vida que se mide en miles de años, la congelación del mar y la fusión de los hielos generan corrientes como la del Golfo, que calienta
el norte de Europa y refresca el ecuador. El calentamiento del planeta reduce año a año los hielos
y amenaza con interrumpir este proceso que puede cambiar el clima en amplias zonas.

LOS RÍOS, UN CAUDAL TAN ESCASO COMO VITAL
Los ríos son una pequeña porción del agua del planeta, apenas el 1,6% del total de agua dulce, pero a su lado crece casi toda la vida humana –ciudades, campos, industria– y a ellos va a parar también casi toda la basura que genera la humanidad. Pequeños o grandes, van depurando el agua gracias a la vida microscópica que florece en su seno. Son los riñones del planeta.

LA LLUVIA SE HACE MENOS PREVISIBLE
La atmósfera almacena una pequeñísima parte del agua del planeta: el 0,001%. El mar –y algo los ríos y lagos– se calienta con el sol y evapora agua, ya dulce, porque la sal sólo puede convivir con el agua en estado líquido. Las nubes tienen una vida corta: en apenas tres días, el agua puede condensarse y regresar a la tierra (o al mar) en forma de lluvia o nieve. Esa lluvia alimentará ríos, lagos, acuíferos de manera irregular y menos previsiblemente de lo que a menudo creemos.

FUENTE DE ENERGÍA Y NUTRIENTES
España tiene el doble de presas que cualquier país, 1.100, que al menos en teoría domestican el flujo del agua y utilizan su caída para fabricar energía. Es un modelo polémico porque los cursos
de los ríos son ecosistemas complejos en los que el agua arrastra, disuelve y reparte nutrientes y vida durante todo su recorrido, incluso cuando llega al mar. Sin ellos no habría pesca en la costa.

OCÉANOS, LA INMENSIDAD AZUL
El 97,5% del agua es océano. En ellos el agua circula entre el norte y el sur repartiendo calor y fabricando nubes. El océano es, lógicamente, el que más agua evapora. Una gota fundida en el Ártico se hunde y puede tardar mil años en regresar a la superficie tras recorrer el Atlántico. En su largo viaje quizá se cuele en el Mediterráneo, y podría encontrar la salida cien años después.

8-VI-08, lavanguardia