´Huelga sin salida´, Xavier Bru de Sala

Habría que civilizar ciertas huelgas. No sólo con medidas policiales, como la aplaudida protección de las cisternas por los Mossos y el levantamiento forzoso de bloqueos, sino mediante un estado de opinión que condenara la acción de los piquetes cuando obligan a detenerse a los camiones y salen a la caza de los que pretendan huir de su cerco. El derecho de huelga termina donde empieza la libertad de trabajar. Todo huelguista sufre la psicosis de que el resto del mundo debería seguir su ejemplo. Pero no existe el derecho de coacción. Ante todo, respetar la libertad. Si el ochenta por ciento de la flota de transporte desea salir a la carretera con normalidad, deben poder hacerlo sin el temor a las represalias de los piquetes que ahora les atenaza y les aconseja no arriesgarse.

Eso es lo primero. Eso debería ser sagrado y no lo es.

Por eso van en segundo lugar las razones de los huelguistas, que son sin duda de calado. No pocos de los autónomos están en una situación de extrema dificultad, agravada - sólo agravada- por el aumento del gasóleo.

Aunque no se diga, la crisis de la construcción y la desaceleración general de la actividad afectan al transporte en forma de menor demanda. Los más perjudicados son los pequeños, los que están a la intemperie.

Es natural que pidan ayuda y alguna respuesta hay que dar a un sinnúmero de situaciones humanas de considerable o extrema dificultad. La disminución de la demanda obliga a bajar precios. Suben los gastos y bajan los ingresos ¿Cómo lo afrontarán los que no tienen el camión pagado? El incremento del gasóleo es un detonante, pero si la construcción siguiera al ritmo anterior, la huelga se limitaría a los pescadores (que ya vuelven a faenar). En estas adversas circunstancias para el transporte, las grandes empresas aguantan. Si el enjambre de pequeños que las rodea disminuye de espesor, mejor para ellas. Por eso firman acuerdos con la Administración. El capital es despiadado. Pero la gente que sufre merece solidaridad.

¿Qué se puede ofrecer desde la Administración? Amortiguar la caída. No mucho más. Con el dinero de todos se deben paliar pero no se pueden sufragar las pérdidas de ningún sector. Tampoco imponer tarifas, no sólo porque eso iría contra las leyes del mercado, sino por el efecto espiral y el aumento de la inflación. El margen para las ayudas es ciertamente estrecho. Aunque a muchos no se lo parezca, el peor enemigo no es ahora el aumento del paro sino la inflación. Luchar contra la inflación es muy costoso y exige un sinnúmero de sacrificios, empezando por aguantar el aumento de tipos y la restricción del crédito. El dinero de todos debe invertirse en reconversión del modelo económico. No en subvención a las actividades menos productivas. Sabe mal decirlo, pero apenas hay margen. Es de esperar lo peor: que las ofertas del Gobierno sean rechazas por la minoría huelguista y la acción de los piquetes se recrudezca. Si las fuerzas del orden no se emplean a fondo y a rajatabla, todos vamos a sufrir las consecuencias.

No en último lugar, aunque vaya ya hacia el final de artículo, debe situarse el efecto de la huelga sobre la sociedad y la economía. ¿Quién asumirá las enormes pérdidas de otros trabajadores, muchos de ellos autónomos como ellos, en sectores como el agrícola? Cuando el daño causado es superior al beneficio esperado, estamos ante una huelga salvaje, contra la que habrá que combatir por todos los medios. Como administrador de nuestro dinero, el Gobierno no puede ir más allá de los paliativos. Como garante de las libertades, empezando por la de movimiento y trabajo, debe garantizarlas al máximo. O firmeza o descalabro. O las dos cosas. De momento, la seguridad del transporte sólo parece viable si hay nocturnidad y caravana escoltada por los Mossos. Los mercados municipales y el pequeño comercio de alimentación están aún bien abastecidos, salvo en lo tocante al pescado. Si los piquetes, actuando contra la ley y los derechos elementales de los demás, no consiguen paralizar a todo el sector, habrán perdido esta batalla. Si lo consiguen, habremos perdido todos, también ellos, porque lo que piden seguirá siendo inaceptable.

¿Cuál debería ser la reacción ciudadana ante el previsible aumento de la escasez? Refrenar la ansiedad. No acaparar. En conciencia este es el objetivo. Quienes hacen acopio contribuyen a la inflación, se perjudican a sí mismos y a sus bolsillos, aunque menos de lo que perjudican a sus conciudadanos. Sólo actuando con normalidad se conseguirá salvar la normalidad. Conviene recriminar a los acaparadores en vez de imitarles. Si hay menos productos frescos, lo lógico, lo civilizado, es repartir, no acumular en casa para que los vecinos tengan aún menos y acabar tirándolo.

A pesar del título "Huelga sin salida", existe una salida, claro. Casi descartada la que está en manos de los huelguistas, consistente en aceptar lo que se les ofrece y volver al trabajo, sólo queda la actuación policial contra los piquetes y el comportamiento ciudadano responsable.

15-VI-08, Xavier Bru de Sala, lavanguardia