(PP:) ŽEl Todo contra el UnoŽ, Enric Juliana

Hay en el debate del Partido Popular el síntoma de una discrepancia filosófica. sobre la relación con sus adversarios: los socialistas y los nacionalistas, estos últimos siempre provisorios: hoy en la otra orilla, ayer aliados simpáticos y preferentes.

Hay (o había) en el PP una duda existencial sobre la conveniencia de aproximarse al campamento de los otros,o, por el contrario, combatirles de frente, con cera en los oídos para no sucumbir al cántico de las sirenas izquierdosas y periféricas.

En Valencia ha quedado perfectamente claro que dos escuelas pugnan, casi como en la Grecia clásica, en el interior de ese gran contenedor que el 9 de marzo logró captar el voto de más de diez millones de españoles. Dos ramas metafísicas conviven en el número 13 de la calle Génova de Madrid, junto con las ambiciones, marrullerías y navajazos que suelen habitar, sin excepción, todos los rellanos de la política (... y de las empresas, y de los clubs, y de todos los recintos humanos donde el poder adquiere forma).

Dos almas hay en Génova. La escuela taoísta, que desde el alba del Celeste Imperio concibe el mundo como la unidad dialéctica de los contrarios. Y la corriente místico-castellana, de más reciente aparición histórica, que vive la existencia como un deseo infinito de plenitud y unicidad. El Todo oriental frente al Uno occidental.

A Mariano Rajoy se le está poniendo cara de chino mandarín. Rajoy está abrazando el taoísmo, que no es una fe, sino una manera de estar en el mundo. "Un no cobra mucha más fuerza cuando se sabe decir sí", dijo ayer por la tarde el de Pontevedra desde el atril. Y parecía estar leyendo el Tao Te Ching,el libro del sabio Lao Tsé: "Las cualidades de flexibilidad y suavidad son habitualmente superiores a las de rigidez y fuerza".

Para un gallego no es muy difícil ser taoísta. Hay en el espíritu atlántico, quizá por influjo de los antiguos celtas, una notable predisposición a entender que el Todo siempre está en movimiento; que una cosa es una cosa y a la vez puede ser su contraria. Uno de los más recurrentes símbolos de la mitología celta es la espiral. Y es sabido que los gallegos suben y bajan las escaleras en un mismo movimiento. Dijo el druida Rajoy, levantando las manos en la Fira de Valencia: "No basta con tener razón, es necesario que nos la den".

Unas horas antes había hablado el Caballero de la Mano en el Pecho. Fiel a la mística castellana, tomó posición Aznar contra esa brumosa doctrina de Finisterre donde nada es lo que parece: "Nunca he comprendido y sigo sin comprender esa idea del centro como el final imposible de un viaje interminable". Así hablaba san Juan de la Cruz: "Él moraba en el principio y principio no tenía".

Lucha filosófica, sí. Pero en el PP, efectivamente, nada es lo que parece. Rajoy no es el Buda reencarnado, sino un señor de Pontevedra que, en un momento dado, cuando el Madrid oligárquico ha querido humillarlo, se ha trincado a todos sus adversarios, uno a uno, con la frialdad de Clint Eastwod en Sin perdón.(Esperanza Aguirre era ayer un aguafuerte de Goya). Rajoy ha demostrado ser un gran profesional de la política.

Y Aznar, melena al viento, camisa abierta y colección de pulseras, recién salido de la portada del ¡Hola! con el millonario italiano Briatore, no es un místico, sino un personaje de Quevedo: "La Liga, de furor y astucia armada, / vuestro imperio procura se trabuque; / el daño es pronto, y el remedio tardo".

¿Dos maneras de entender el mundo? Más bien, dos maneras de habitarlo. En Génova, 13.

22-VI-08, Enric Juliana, lavanguardia