“David Davis: el perro verde“, Llątzer Moix

El conservador David Davis sacudió la escena política británica a mediados de este mes. Parlamentario desde hace 21 años y ministro del Interior en la sombra por cuenta de los tories, Davis dimitió de sus cargos en protesta ante las nuevas medidas antiterroristas en curso. Medidas que permitirán detener a sospechosos sin cargos durante 42 días. Al decir de Davis, eso vulnera la tradición de derechos civiles que Gran Bretaña disfruta desde hace ocho siglos. Y, por tanto, justificaría su portazo, preludio de una cruzada personal en la que aspira a reconquistar al electorado empuñando la bandera más liberal. Davis habría sacrificado pues su carrera política para emprender una lucha quijotesca contra los excesos del Estado.

El gesto de Davis ha merecido algunos aplausos, por lo general matizados. Y bastantes críticas. Sin cuestionar las razones de fondo, varios compañeros conservadores han calificado de egoísta su gesto, puesto que abre una crisis en el campo conservador, lo que da oxígeno a los asfixiados laboristas de Brown. La probable victoria tory en las elecciones del 2010 y la presumible asunción, por parte de Davis, del ministerio que ya desempeñaba en el gabinete en la sombra,le hubieran puesto en una inmejorable situación para defender sus principios. Otros señalan que tras la honrosa espantada de Davis se oculta el resquemor por su previa derrota ante David Cameron en la lucha por el liderato de la formación conservadora.

Es probable que haya algo de todo eso en la intención de Davis. Pero, aun si así fuera, resulta difícil no fijarse en dos raras características de su acción: Davis ha dimitido cuando tenía una de las mayores responsabilidades del país casi en el bolsillo. Y lo ha hecho no después de incurrir en corruptelas - la causa habitual de dimisión-, sino saliendo en defensa de unos principios que nadie discute abiertamente, pero que el mercadeo político corroe a diario. Esto convierte a Davis en un auténtico perro verde. Y nos llevaría a dos posibles reflexiones, algo pedestres. La primera es que una dimisión es un punto y aparte, pero no un punto final. Cierto es que el diccionario define esta voz como "renuncia, abandono de un empleo o de una comisión". Pero no lo es menos que quien se siente comprometido y alentado por unas ideas firmes no puede contentarse con abandonar la nave cuando esta varía el rumbo previsto. Debe hacerlo, claro, pero no para irse a casa, sino para embarcar en otro navío debidamente arrumbado. Aunque eso le obligue a navegar en solitario.

La segunda reflexión se basa en la constatación de que por muy encallecida que esté la acción política, por muy cortoplacistas y pragmáticas que sean las ambiciones de tantos políticos, subsisten unos principios elementales que no pueden ser dinamitados impunemente. Es por todo ello que la acción de Davis, aunque tuviera algún resorte inconfesable, resulta digna de mención.

29-VI-08, Llàtzer Moix, lavanguardia