´Átomos´, Ramon Aymerich

El químico James Lovelock se dio a conocer a primeros de los 70 por haber lanzado la hipótesis Gaia, según la cual la Tierra se comporta como un sistema autorregulado, algo así como un organismo en el que todas las partes interactúan entre ellas. Despreciado inicialmente por la academia, Lovelock fue adoptado por el movimiento ecologista, que vio en sus teorías la verificación de todo su argumentario. Con el cambio de siglo, sin embargo, Lovelock dio un golpe de timón a su trayectoria al afirmar que sólo la energía nuclear - verdadero coco de los ambientalistas- puede salvar el planeta de la amenaza de los gases de efecto invernadero.

La pirueta de Lovelock, resultado de la honestidad del personaje - a diferencia de otros, nunca ha estado a sueldo de la Shell- le ganó la simpatía del establishment,pero también la etiqueta de traidor por parte del ala dura del ecologismo. Hoy su discurso sobre el futuro de la Tierra se ha tornado apocalíptico y claramente despectivo hacia otras formas de energía. "Luchar contra el cambio climático con molinos de viento y energía solar es una broma" decía no hace tanto en The Times.

El calentamiento de la Tierra forzó a Lovelock a considerar la energía nuclear como un mal menor. Del mismo modo que la actual penuria energética ha forzado a muchos a replantear sus convicciones y a abrir un diálogo sobre la oportunidad de ese tipo de energía. En España, sin embargo, ese diálogo ni tan sólo se ha iniciado. El Gobierno del PSOE es antinuclear porque lo es su presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, en una actitud coherente con su generación, crecida entre toda clase de espectros, ya vengan de Hiroshima o Chernobil. Pero no es una actitud unánime. Miembros de su Gobierno - entre ellos Miguel Sebastián, ministro de Industria- tienen posiciones más pragmáticas.

¿Tiene sentido replantearse la actual moratoria, o al menos abrir un debate? Muchos empresarios creen que sí y no entienden la posición del Gobierno. Sin embargo, para que ese debate se produzca se requiere una condición previa. La planteó el comisario de la Energía, Andris Pielbags en una reciente visita a Barcelona: falta más transparencia. Las empresas que gestionan lo nuclear en España lo son todo menos transparentes. En Ascó I se ocultó una fuga radiactiva durante meses. Sólo en 72 horas, la pasada semana, se acumularon cuatro accidentes (Vandellòs, Ascó y Cofrentes). Parece que tanto percance tiene mucho que ver con las condiciones del negocio nuclear en España, plagado de empresas subcontratadas, de sueldos mileuristas y de una progresiva pérdida de técnicos competentes. Pero quienes así actúan y prolongan ese estado de cosas deberían entender que esa sucesión de errores constituye el mejor antídoto antinuclear que nadie pueda imaginar. Hasta entonces, pues, todos quietos.

5-VII-08, Ramon Aymerich, lavanguardia