īLos abajo firmantesī, Sergi Pāmies

Los cantantes Luz Casal y Ramoncín se han tenido que desmarcar del manifiesto en el que, hace unos días, aparecían como beligerantes abajo firmantes de una de esas causas que, cíclicamente, contribuyen a hundir todavía más el ya de por sí deprimente mundillo sociolingüístico. El episodio se ha convertido en un género en sí mismo. Cualquier manifiesto que se precie debe contar, inmediatamente después de su publicación, con una serie de disidencias que, escandalizadas, se quejan de manipulación y se rasgan las vestiduras. ¿Qué es lo que ocurre? Muy sencillo: buscando firmas, los miembros más activos de este tipo de movidas son más o menos rigurosos. Los hay que te envían el texto y, a veces, descubres que es simplemente ilegible, pero como tienes cosas más importantes que hacer te arriesgas a sumar tu firma sin calibrar las consecuencias. Otras veces todo se cuece de palabra, y entre lo que te cuentan y lo que al final sale publicado hay un abismo que responde a los pocos escrúpulos de quienes, en nombre de alguna idea tremebunda, no dudan en engañarte como a un chino (suponiendo que a los chinos se les pueda engañar más fácilmente que a otros). Y, finalmente, puede ocurrir que, habiendo leído el texto y suscrito su contenido, cuando ves quienes lo firman te sientes avergonzado de según qué compañías y decides, al grito de rectificar es de sabios, dar un prudente paso atrás.

Los que tenemos el privilegio de poder escribir o participar en los medios comunicación solemos ser un blanco apetecible para la industria del manifiesto. Por razones que se me escapan, se da por sentado que un escritor o un articulista tiene más predisposición a firmarlos que un, pongamos, electricista, anestesista o árbitro de fútbol. Con un sentido bastante limitado de la realidad, se considera que la firma de un articulista puede influir en la opinión pública, lo cual induce a pensar que los ideólogos de estas movidas viven en un mundo bastante irreal. Tanta falta de rigor suele acabar en fiasco, y eso explica que ningún manifiesto sirva para nada. En materia lingüística, el juego de manifiestos es patológicamente obsesivo. Cada dos por tres, un grupo de personas decide redactar un manifiesto que defiende el castellano o el catalán (los términos en los que se expresan son escandalosa y simétricamente parecidos) y que pretende sensibilizar a una opinión pública a la que se ha intentado sensibilizar tantas veces y con tantas patrañas que ha acabado refugiándose en un preventivo estado de insensibilidad permanente. De manera que, al final, viendo la poca credibilidad organizativa y la falta de vergüenza de quienes inician campañas que generan inmediatas deserciones, dan ganas de organizar un manifiesto contra los manifiestos. Lástima que el hecho de no firmar ningún manifiesto me impida, por principios, suscribirlo.

4-VII-08, Sergi Pàmies, lavanguardia