´Turistas del ideal´, Ignacio Vidal-Folch

entrevista a Ignacio Vidal-Folch, que publica ´Turistas del ideal´


Tras un silencio de seis años -su último libro, La cabeza de plástico, data de 1999-, Ignacio Vidal-Folch (Barcelona, 1956) vuelve con Turistas del ideal que se pondrá a la venta dentro de una semana. Se trata de un texto primorosamente escrito, traspasado por un humor feroz y protagonizado por una colección de intelectuales comprometidos en los que el lector reconocerá rasgos de escritores y cantantes de nuestro entorno. Turistas del ideal constituye la primera entrega de una aguerrida trilogía sobre la España contemporánea, que se completará con Contramundo, sobre los nacionalismos, y Rubia número tres,sobre la corrupción del dinero y el poder en Madrid.

-¿Cómo definiría Turistas del ideal?

-Es una novela de humor. El avaro, el enfermo o el tartufo son arquetipos clásicos de las obras humorísticas. Turistas del ideal se basa en un arquetipo moderno: el intelectual filisteo. Tiene tantos representantes, hoy y aquí, que merecía una glosa cómica.

-¿Qué entiende por filisteo?

-En este caso, un intelectual que exhibe buenos sentimientos, porque sabe que complacen al vulgo y reportan beneficios. Filisteo es el que saca de su corazón dinerito.

-Precisa usted en una nota final que "los personajes de esta novela son fruto exclusivo de la imaginación del autor y no se refieren a personas reales". Es lo que suele decirse cuando sucede lo contrario.

-Mis personajes están compuestos con retales de varias personas y situaciones, también a partir de noticias leídas. Con esa nota quiero decir que no he escrito un roman à clef.

-¿Duda usted de la honestidad de quienes denuncian, por ejemplo, los excesos del capital?

-Tienen su punto de honestidad. También lo tienen de sensibilidad cursi y de exhibicionismo. Este tipo de conducta puede ser dañina cuando deriva hacia la autoindulgencia respecto a los propios pecados o cuando hay terceros perjudicados. Por ejemplo, cuando se evoca con añoranza la revolución cubana, mientras los cubanos viven hoy aún bajo el castrismo. O cuando se recuerda con un deje de nostalgia un pasado maoísta.

-Vivimos en un tiempo de pensamiento único.

-Sí. Pero el pensamiento progresista también lo parece a veces: esa fea costumbre de opinar sin fisura, sin analizar adecuadamente la situación. Los estoicos, y ahí incluyo desde Séneca hasta Montaigne, recomendaron contener la opinión. Cuanto mayor se hace uno, más se da cuenta de que no tiene una opinión clara. No debe acomplejarnos admitirlo.Yme parece mejor hacer eso que poner siempre la opinión por delante, incluso por delante de los hechos. La tolerancia y la irresponsabilidad se dan a veces la mano. Cuando Xirinacs se proclamó "amigo de ETA", nadie chistó.

-¿El fenómeno que denuncia en su novela es típicamente español?

-No sólo español. Recuerdo una visita que hice como periodista, junto a otros colegas, a Günter Grass. Estaba el premio Nobel de Literatura despotricando sobre la sociedad de consumo, mediatizada, cuando de repente apareció un equipo de la televisión alemana, se olvidó del discurso humanista, se puso al servicio de las cámaras y nos dejó plantados. Recuerdo otra entrevista, ésta con Gore Vidal, que me dejó fascinado, porque era capaz de machacar a Bush, ser progresista, cotillear sobre Jackie Onassis y vivir en una espectacular villa como un cochino burgués. ¡Qué envidia!

-Eso no es nuevo. Ya se acusó aquí a la gauche divine de combinar progresismo con saneadas economías.

-España tiene una historia particular. El progresismo vino asociado a cierto hedonismo, a la gastronomía, a un concepto de la calidad de vida. Hoy todos cantan las bondades de Ferran Adrià, un cocinero que parece el paradigma de civilización.

-¿Le parece mal?

-Quiero decir que existen, entre las bellas artes, otros vehículos de creación más importantes, y también menos reconocidos popularmente, que la cocina o la sastrería.

-Su libro no es sólo una sátira sobre una parte del colectivo intelectual.

-Hay otra línea temática: una reflexión cómica sobre la fatiga, o el agotamiento, de la ficción. Las novelas ya no tienen la capacidad de influencia social que tenían antes, en los años cincuenta, por ejemplo. Michel Houellebecq no puede compararse con Albert Camus, aunque ambos hayan querido exponer ideas a través de la literatura. Los grandes novelistas han tenido siempre la intención de reconstruir el sentido del mundo. Luego uno visita las librerías de viejo y ve sus libros en los anaqueles. Y aún hay algo más grave: paseando por la feria de Frankfurt, colmada de novedades, uno tiene hoy la sensación de estar en una librería de viejo. Porque ya lo nuevo es insignificante.

-Pinta usted un paisaje sombrío. ¿Cree que no hay esperanza para los autores de hoy?

-Creo que antes de escribir es bueno practicar el autoanálisis y estar en condiciones de reconocer y superar los propios errores. Eso mejora el interés del texto. En sus memorias, José Ramón Recalde se atreve a decir que los socialistas se equivocaron con los nacionalistas. Otro tanto hace Fernando Savater respecto a su antigua tolerancia frente a ETA. Prefiero las obras de los autores con esta capacidad a las de quienes abundan en sus errores, como Greene o García Márquez con su simpatía por los tiranos de ultramar. Esa fascinación ante el pistolerismo de la izquierda es puro kitsch filisteo. El último episodio fue el del subcomandante Marcos en Chiapas, que fue aclamado como un nuevo Che Guevara por intelectuales progresistas de todo el mundo, siendo, como es, un personaje discutible.

-Ha pasado usted de los escenarios extranjeros, característicos de sus anteriores libros, a la arena española. ¿Por qué?

-En los últimos años he viajado menos, he estado más atento a lo que sucedía en España, he coleccionado estupores locales. Todo eso se refleja en mi escritura. Es paradójico, porque los escritores que a mí me gustan, Gracq, Junger, Kusnievicz, son muy abstractos. Aprecio a los que escriben de un modo clásico, con un distanciamiento senatorial. Pero es verdad que tengo también un carácter guasón que me impide evitar los chistes maliciosos.

-En Turistas del ideal,más que abstracción, algunos verán literatura de combate.

-De combate y de autodefensa. Lo que he intentado ha sido producir un libro de cierta belleza e interés, con voluntad higiénica, e incluso iconoclasta, para desacralizar a una casta intelectual. Espero haber salido con bien del intento. El terreno quizás fuera resbaladizo. Pero en el riesgo hay una oportunidad. "Hielo liso, un paraíso, para el que sabe bailar bien". Lo decía Nietzsche, que fue un pensador incómodo y, para mí, es el preferido.

LV, 27-III-05, Llàtzer Moix.